EL CONFIDENCIAL 19/03/13
JOAN TAPIA
El pasado jueves actuaba José Luis Feito, presidente del Instituto de Estudios Económicos, para presentar un estudio sobre las consecuencias económicas de la posible independencia catalana. La conclusión es que la independencia implicaría la exclusión de la UE, la pérdida de mercados y, seguramente, la salida del euro. Un argumento -brillante- de Feito fue que España sólo permanecía en el euro por casualidad, porque en 2012 el BCE financió a través de los préstamos a la banca las emisiones de deuda española, y que una Cataluña sin la muleta del BCE no podría financiar su déficit, tendría que crea su propia moneda… y devaluar. Y aquí sería el crujir de dientes. La tesis de Feito, solvente desde el punto de vista económico, es más discutible desde el político. ¿Cuánto tiempo estaría Cataluña fuera de la UE? Para Feito, más de dos generaciones, plazo que a algunos asistentes les pareció excesivo y quizás “interesado”. Hubo un interesante coloquio aunque, en un momento, algunas afirmaciones de otros autores del estudio hicieron que mi vecino de butaca (un catalán que fue presidente de una de las grandes multinacionales instaladas en Cataluña) me dijera: “Es excesivo, por qué no nos levantamos y nos vamos”.
Joaquim Muns, un sensato y acreditado economista catalán -moderadamente catalanista y conservador pragmático que fue diputado de CiU en el Parlamento Europeo y antes director ejecutivo del FMI nombrado por España (Álvarez Rendueles)- dijo que a Cataluña no le interesaba la independencia porque sería un país irrelevante (y no podría tener cargos en los organismos internacionales) como Estonia o Dinamarca. Afirmación que luego le valió una contenida reprimenda del expresidente de la Generalitat Jordi Pujol(“ya firmo que Catalunya sea tan irrelevante como Dinamarca”).
Pero Muns, replicando a Feito que se había referido al estudio británico sobre las consecuencias de la independencia de Escocia, añadió que lamentaba que el Gobierno español no hubiera hecho, como el de Londres, un informe serio sobre las consecuencias jurídicas y económicas de la independencia (por ejemplo, los 1.800 tratados que Escocia tendría que volver a negociar y firmar). Feito le respondió que Cameron había podido hacer el informe porque en Escocia hay convocado un referéndum legal, que las leyes británicas permiten y que, aquí, ese trabajo no se puede hacer porque ni hay referéndum convocado ni -según la normativa jurídica- éste puede celebrarse.
Y entonces, en la plácida y burguesa sala del Círculo de Economía, se oyó un ligero y educado murmullo de desaprobación. ¿Es qué la burguesía catalana abjura del orden jurídico? No, pero el corto murmullo existió y expresaba algo.
La clave vino luego. Contestando a Pujol -que justificó su evolución, ya que dijo que votaría sí en un hipotético referéndum independentista-, Feito manifestó -con apoyo de números- que Cataluña era una de las regiones de Europa que más había crecido entre 1977 y 2007. No podía sostenerse que España la había castigado. Lo que pasa es que luego vino la crisis y se ha visto que el crecimiento catalán -y el español- era ficticio. Se había consumido el crédito de los veinte años siguientes. Y Pujol fue rápido:
“Mire, no le discutiré cifras, pero el sentimiento independentista no ha crecido por la crisis. Le diré exactamente el día en que dio un gran salto adelante. Un día de julio de 2010 en el que un Tribunal Constitucional, desautorizado moralmente y cuatro años después de que lo votaran las Cortes españolas y los ciudadanos catalanes, dictó sentencia contra el Estatut. Aquel día fue cuando las cosas cambiaron”.
Pujol acierta bastante. Aquel día muchos ciudadanos no forzosamente nacionalistas, sino los burgueses y profesionales del Círculo de Economía -que utiliza en sus reuniones tanto o más el castellano que el catalán- perdieron mucha confianza en las leyes e instituciones españolas. Seguramente, como dijo Feito -y como saben la mayoría de empresarios y economistas catalanes-, la independencia es un mal negocio para Cataluña. Pero sin recuperación de la confianza en el sistema institucional -Pujol y Roca, junto a los dirigentes del PSC y del entonces importante PSUC (comunistas), no sólo los de la UCD hicieron campaña a favor de la Constitución del 78- las cosas no irán bien entre Madrid y Barcelona.
¿Por qué se ha llegado hasta aquí? Un día antes, el miércoles 13, otro expresidente de la Generalitat, José Montilla, presentó en la editorial RBA un libro de conversaciones con Rafael Jorba, un agudo periodista algo tapado por el dominio nacionalista-PP de los medios catalanes. Montilla no se recató al decir que la vía de la declaración unilateral de independencia no llevaba a ningún sitio en la Europa de 2013. Entre otras cosas, porque los gobiernos europeos quieren que España devuelva el dinero prestado y la independencia catalana complicaría las cosas. Pero acto seguido -contestando a Lluis Bassets, director adjunto de El País– se refirió también al bofetón que para la confianza catalana en la democracia española significó la sentencia del Constitucional. Para Montilla se debió -básicamente- a que el PP tiene una virtud y un gran defecto. La virtud es que tiene dentro la extrema derecha y que, gracias a ello, en España no hay un partido de extrema derecha. El defecto es que demasiadas veces -al menos respeto a Cataluña- la extrema derecha se impone al centro-derecha, lo que ha dañado la convivencia y alentado la desafección mutua. Y Montilla agregó que había políticos del PP que no estaban de acuerdo con la actitud del partido respecto al Estatut.
Si Pujol (que encarna el catalanismo militante de centro-derecha), Montilla (socialista que vino a Catalunya como inmigrante andaluz) y el discreto murmullo de los burgueses del Círculo de Economía coinciden… alguien debería tomar nota en Madrid.