Miguel Ángel Ballesteros Martín-ABC

  • La disuasión militar estadounidense en el seno de la OTAN detuvo el expansionismo soviético y permitió a los europeos disminuir su gasto en defensa y desarrollar un Estado del bienestar, superior incluso al estadounidense

Uno de los principales referentes de la geopolítica, el profesor inglés Mackinder, aseguraba en 1919 que Europa y Asia conforman una gran isla, de la cual la primera es sólo una península. Esta gran isla, llamada Eurasia, cuenta con una zona nuclear en torno a la cual se desarrollan los grandes acontecimientos mundiales. A su centro lo denominó ‘Tierra Corazón’ (Heartland), que está conformada por la parte de la masa terrestre inaccesible desde el mar, que identificó con el espacio que ocupan los países bálticos, Bielorrusia y el este de Rusia. Alrededor de la ‘Tierra Corazón’ existe un cinturón de regiones marginales, dispuestas en un amplio ‘arco’ conformado por Europa occidental, Turquía, India y China que sí son accesibles desde el mar. Es lo que Mackinder denominó «creciente interior o marginal». A América y Oceanía las situó en las «tierras del creciente exterior o insular». Mackinder consideraba que «quien domina la ‘Tierra Corazón’ controla la ‘Isla Mundial’. Quien domina la ‘Isla Mundial’ domina el mundo».

Esta teoría es la base de la geoestrategia del presidente Putin, que considera que Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania y Moldavia e incluso Rumanía y Bulgaria son claves para la seguridad de Rusia. Este es un aspecto muy importante del panorama geopolítico actual y de la geoestrategia del Kremlin, que sin la disuasión militar de EE.UU. puede verse tentado a poner sus intereses imperialistas en toda Europa. Recordemos que esa fue la estrategia de Stalin al terminar la II Guerra Mundial.

Analizando la II Guerra Mundial, el profesor de la Universidad de Yale Nicolas Spykman modificó la teoría de Mackinder según la cual el mundo se componía de cinco grandes islas continentales: Norteamérica, Eurasia, Suramérica, África y Australia, siendo Eurasia la clave del dominio mundial. Este autor consideraba que eran los territorios que rodeaban la ‘Tierra Corazón’, a los que denominó el ‘Anillo Terrestre’ (Rimland), los que permiten dominar el ‘Heartland’ y Eurasia. El país que domina el Rimland se convierte en el líder mundial.

A partir de esta teoría, Spykman planteó un dilema al Gobierno estadounidense: debía elegir entre volver al aislacionismo, inspirado en la doctrina Monroe aplicada al comercio, en su isla continental de Norteamérica, o el intervencionismo, liderando a los países aliados que ocupaban el ‘Rimland’, lo que le daría la oportunidad de evitar una nueva guerra en Europa y liderar el mundo desarrollado y por lo tanto el mundo.

El presidente Truman optó por la política intervencionista conocida como ‘doctrina Truman’, con el regocijo de la mayoría de los países occidentales. En esta geoestrategia intervencionista se inscriben la estrategia de ‘contención’ de Kennan (1947), la creación de la OTAN (1949), la Organización del Tratado Central-Cento (1958) o el Plan Marshall, para frenar el expansionismo de la URSS; además del Tratado de Cooperación y Seguridad Mutua entre los EE.UU. y Japón (1960) que puso fin a la ocupación estadounidense y el Tratado de Seguridad de Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos-Anzus (1951).

Hasta ahora las políticas estadounidenses se basaban en los principios de ‘buena vecindad’ de Franklin Roosevelt y en la ‘Alianza para el Progreso’ de Kennedy, basadas en establecimiento de un régimen comercial más abierto y la defensa de la democracia.

La disuasión militar estadounidense en el seno de la OTAN detuvo el expansionismo soviético y permitió a los europeos disminuir su gasto en defensa y desarrollar un Estado del bienestar superior incluso al estadounidense. La política intervencionista de EE.UU. le ha permitido ser el líder militar, tecnológico, económico y político del mundo. Su regreso al aislacionismo de la mano del proteccionismo impuesto por la Administración Trump pone en riesgo todo lo conseguido por EE.UU. en estas décadas. Por su parte, Europa ha hecho seguidismo de las políticas de seguridad y económicas de la Casa Blanca, ya que la fortaleza del vínculo trasatlántico, base de nuestra seguridad, así lo exigía. La nueva política de Trump debilita la confianza en EE.UU. y su liderazgo y obliga a Europa a replantearse las nuevas geoestrategias.

La isla continental de Norteamérica incluye EE.UU., Canadá, Groenlandia, México y Centroamérica, hasta el canal de Panamá. No puede extrañar que Trump quiera incorporar Canadá como un nuevo estado, comprar Groenlandia o hacerse con el control del canal de Panamá. Pero también querrá tener el mayor control posible sobre México y Centroamérica. Por el momento manda un aviso renombrando el golfo de México como golfo de Norteamérica. Es paradójico que Canadá y Dinamarca, que junto al Reino Unido han sido los aliados militares más comprometidos con EE.UU., ahora se vean amenazados por la implantación de esta nueva geoestrategia de la Administración Trump, lo que le hace perder confianza entre sus aliados.

A largo plazo, un hipotético abandono progresivo del Rimland, donde hoy están desplegadas la mayor parte de las fuerzas estadounidenses en Europa, incluidos los misiles nucleares, da una oportunidad a Putin para que actúe sobre los antiguos miembros de la URSS y la capacidad de influencia sobre los antiguos miembros del Pacto de Varsovia, al modo como lo hizo tras la II Guerra Mundial. Con esta nueva geoestrategia estadounidense, la UE se ve obligada a redefinir la suya, que pasa por mantener el vínculo trasatlántico lo más fuerte posible, porque hoy por hoy la defensa de Europa descansa en la OTAN, pero desarrollando una rápida estrategia de seguridad y defensa buscando su mayor autonomía política, tecnológica y militar.

La defensa europea debe residir en tres ejes. El primero es desarrollar una industria de defensa que sea capaz de desarrollar su propia tecnología y colaborar en programas conjuntos, para superar el fraccionamiento y que, tal y como establece la Estrategia Industrial Europea de Defensa (EDIS), antes de 2030 al menos el 50 por ciento de las inversiones en defensa de los Estados miembros se realicen dentro de la UE y al menos el 40 por ciento de los equipos de defensa se realicen en colaboración entre varios países. Todo esto redundará en una potenciación de la tecnología de doble uso y de la industria europea en general. La disuasión de los países occidentales con ejércitos profesionales se basa en tener una tecnología propia superior a la del oponente. La soberanía tecnológica europea es un aspecto clave. El segundo eje es crear y mantener una estructura militar que haga creíble que, aunque somos 28 ejércitos con el Reino Unido, somos capaces de actuar de forma coordinada y conjunta, bajo un mando único. Ya tenemos un comisario de Defensa y Espacio. Es un comienzo. Conocemos nuestras carencias en capacidades estratégicas claves que deben ser desarrolladas lo antes posible. El tercer eje es la disuasión nuclear, para lo que habrá que arbitrar procedimientos que permitan asegurar el uso de las armas nucleares francesas y británicas en defensa de otros países. Hay miedo a sentarse a debatir sobre este tema, pero es imprescindible si queremos algún día tener una disuasión propia.

Esto necesita grandes consensos nacionales y europeos mantenidos en el tiempo, fruto de una geoestrategia clara y que nos permita garantizar a la sociedad europea una vida basada en valores como la libertad y la democracia.

Miguel Ángel Ballesteros Martín

es general de Brigada (R)