Kepa Aulestia-El Correo

El oasis vasco ha llegado a su máxima expresión en la recta final de la legislatura, cuando el lehendakari Urkullu parece haber trocado su retirada de Ajuria Enea por el cumplimiento íntegro de su programa legislativo. Nunca antes se había dado tal clima de consenso parlamentario. La Ley de Educación fue la última del disenso. La de Transición Energética y Cambio Climático dejó atrás las desavenencias con la izquierda abertzale. La de Infancia fue votada por los cuatro grupos con mayor representatividad durante los últimos años: PNV, EH Bildu, PSE y Podemos. Lo sorprendente es que la proximidad de la campaña electoral no conduzca a esos partidos a realzar sus diferencias, incluso a enconarlas. Dos explicaciones han destacado en los últimos días. La del presidente de los populares vascos, Javier de Andrés, enfatizando que en realidad esos cuatro partidos son lo mismo. La del consejero de Cultura y portavoz del Ejecutivo autonómico, Bingen Zupiria, advirtiendo que bajo tanta aproximación partidaria, discurren movimientos absolutamente contrarios al gobierno del PNV.

Distanciarse de los adversarios, eludir su encuentro, alegar que se está en las antípodas del otro, es consustancial al ejercicio de la política electoral. Ahondar el abismo entre el bien de la política propia y el mal de la ajena es fundamental para aspirar a un electorado cautivo. Por lo que resulta extraña la sintonía mostrada por formaciones a las que, ahora, les será más difícil distinguirse en la llamada a las urnas. Aunque cabe pronosticar que, al final de esta recta final, candidatos y candidaturas acabarán confrontándose ideológicamente. Recurriendo a la lucha de clases, invocando identidades incompatibles, o descalificando a los demás en el fragor de la campaña.

El blanqueamiento de la izquierda abertzale hace que comparta espacios comunes con jeltzales, socialistas y morados, nada menos. El acuerdo presupuestario en Vitoria -después de la moción de censura en Pamplona, y en el tercer mandato de Pedro Sánchez- permite que EH Bildu se dirija a los votantes socialistas para recabar su favor. Una vez normalizado que el socialismo y la izquierda independentista se encuentran en el mismo lado del muro elevado frente a las derechas, las inercias demoscópicas favorecen a los de Otegi y Otxandiano. Ni el PNV puede reprochar el pasado etarra a la izquierda abertzale con la naturalidad que lo hacía tan solo hace un año, ni Podemos impedir que su éxito posterior a 2015 se revierta hacia el rupturismo paciente del olvido post-ETA.

La interpretación del consejero Zupiria sugiere que hay una trama de huelgas y movilizaciones dispuesta para mantener la contestación social a una temperatura constante, de la que solo puede beneficiarse la izquierda abertzale. De modo que ésta se encuentra en condiciones de simultanear su disposición a gobernar Euskal Herria, mientras distintos ‘agentes sociales’ escenifican la caducidad de la hegemonía jeltzale. Con una EH Bildu tan generosa que se presta a gobernar con el PNV, admitiendo que sea lehendakari el candidato del partido con más votos. Entretanto, ha echado abajo la hasta hace poco presumible negativa de los socialistas vascos a designar presidente a alguien de la izquierda abertzale.