Antonio Casado-El Confidencial
- Derogar la reforma laboral del PP no eliminaría sus aspectos positivos. Se incluirían en la nueva ley, que se negocia en medio de una guerra de palabras entre los socios de la coalición
Derogar la reforma laboral de 2012, que se derogará, no significa eliminar los componentes que se revelaron positivos en creación de empleo y competitividad de las empresas. Bastaría con incluirlos en la futura regulación del mercado de trabajo, la que está en el horno, junto a la consiguiente disposición derogatoria respecto a la “Ley 3/2012 de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral”.
De ese modo no se desteñiría el rojo de las dos fuerzas políticas de la coalición (PSOE y UP), ambas habrían cumplido sus promesas y Bruselas daría por buena la preservación de los aspectos de la reforma del PP que suavizaron las rigideces del mercado de trabajo, pero en una ley de nueva planta. Como ocurre al final de una negociación, en la que todas las partes ceden en nombre de un interés superior, todos contentos, incluidos los sindicatos y la patronal.
Echenique dice que el desacuerdo «es el pan nuestro de cada día» en las reuniones de la comisión PSOE-UP, «excepto en la última»
Si Sánchez se viera en el brete de decidir si cumple con Bruselas o cumple con su socio, lo tendría claro, porque de esa decisión dependería el acceso a los 140.000 millones de los fondos europeos, el resorte de la recuperación económica del país. Pero sin esos fondos, el Gobierno caería. Y no es eso precisamente lo que se quiere a ambos lados de la coalición roja.
Echenique también lo tiene claro. Pura lógica. Dice que “el desacuerdo es el pan nuestro de cada día” en las reuniones de la comisión de seguimiento, “excepto en la última, cuando siempre llega el acuerdo”. Hasta entonces, alquilemos balcones en la batalla de las palabras cruzadas por los dos socios en disputa por la bandera social del Gobierno de izquierdas.
Palabras usadas para aparentar distancia, aunque todo el mundo sabe que Calviño y Díaz acabarán firmando la paz (“El Gobierno habla con una sola voz”, es el mantra de Sánchez). Descargas verbales que, con las urnas todavía lejos, disimulan la inequívoca vocación de seguir adelante bien forrados con la multimillonaria ayuda europea para la remontada económica.
Todo tiene su explicación. La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ha elegido el mes de octubre, rojo donde los haya, para adornarse como líder venidera a la izquierda del PSOE. Demasiado pronto se expone al fuego cruzado y deja su zona de confort como alumna brillante de Xose Manuel Beiras, comunista que no desentona en el barrio de Salamanca, y primera en el ‘ranking’ de valoración de líderes.
Yolanda Díaz ha elegido el mes de octubre, rojo donde los haya, para adornarse como líder venidera a la izquierda del PSOE
De su proyecto transversal a la caza de “voluntades” que no de “egos” ni de “partidos”, lo ignoramos casi todo. Pero tumbar la reforma laboral del PP es por ahora su objetivo, en emblemática asimilación al fin de la precariedad. Según ella, derogar lo uno sería derogar lo otro, como si la magia del BOE bastara para implantar la estabilidad en el empleo y el fin del contrato basura. Es hablar por hablar, sobre todo si la nueva regulación no saliera adelante con el acuerdo de los sindicatos y la patronal.
Tampoco la ministra Belarra, actual líder de Podemos, ha querido perderse este octubre casi rojo en el que PSOE y UP quieren pilotar el “vehículo de las demandas sociales” (Echenique ‘dixit’) y también de las políticas, aunque haya que pasar por la temeraria colocación de la vicepresidenta Calviño en el bando del Ibex. O, atención, dejarse llevar por el atrevimiento de la ignorancia y acabar acusando de ‘prevaricador’ al Tribunal Supremo, que es la institución habilitada para descubrir y castigar prevaricaciones. Algo así como acusar de hereje al Papa de Roma, que es la máxima autoridad para decidir lo que es o no es herejía.