Francesc de Carreras-ElConfidencial
- Los tres zorros de la política europea, imagino, han tratado de convencerle de la necesidad de acabar una guerra que está perjudicando muy seriamente a todo el mundo
La visita a Kiev de Scholz, Macron y Draghi el jueves pasado, así como la reunión el día anterior de los ministros de Defensa de los países de la OTAN, son significativas y me da la impresión que desconocemos mucho de lo allí tratado, probablemente lo más importante.
Soplan vientos de pacto por muchas razones, aunque este no sea fácil dados los ardores guerreros de los últimos meses, en especial la inadmisible invasión de Ucrania. Sin embargo, quizás estamos en los comienzos de una necesaria puesta en escena para que, tras la misma, se llegue a algún tipo de solución pactada y ninguno de los adversarios se sienta absolutamente derrotado.
Este conflicto militar no es una guerra más, ni puede compararse con ninguna otra: sus dimensiones desbordan el plano puramente militar y, sobre todo, el marco geográfico de la contienda. Quizás es la primera guerra que incide en el proceso de creciente globalización y también la primera que puede frenar su hasta ahora imparable onda expansiva. El Papa ha dicho que era la tercera guerra mundial y, en cierto sentido, no le falta razón, aunque sea completamente distinta a las dos anteriores.
En efecto, no parecía previsible que una guerra en un país de dimensiones medias, situado en la Europa del Este, tuviera las repercusiones mundiales que están a la vista de todos: económicas, energéticas, alimentarias, financieras, medioambientales y, por supuesto, políticas, de relaciones de poder. Nunca se ha visto tan claro que todos los países del planeta están estrechamente interconectados.
Por tanto, no solo están afectados por las consecuencias de la guerra los ciudadanos de los países protagonistas de la misma, especialmente aquellos que arriesgan sus vidas, y muy en especial los ucranianos, sino, en mayor o menor medida, más pronto o más tarde, los demás ciudadanos del mundo: en este sentido, como ha dicho el Papa, es una guerra mundial, pero no solo militar, centrada en un determinado campo de batalla, sino realmente global, una guerra con muchas otras vertientes, especialmente las vinculadas, de una u otra manera, a la economía, a la economía mundial.
Creo que los europeos empezamos ahora a darnos cuenta de los errores cometidos. Quienes sitúan como única causa a Putin, tildándolo de autócrata agresivo y peligroso, comparándolo con Hitler, pienso que desconocen las verdaderas raíces del conflicto y lógicamente se equivocarán en las soluciones, tanto en el modo como en el tiempo.
Dos eminentes expertos en geopolítica como Kissinger y Brzeinski —de nacionalidad norteamericana, pero de ascendencia judía, nacidos en Alemania y Polonia, respectivamente— advirtieron a tiempo el papel clave de Ucrania para el equilibrio de poder en Europa y el mundo, pero no se les hizo caso. El primero, ha dicho hace un par de semanas en Davos que es partidario de buscar un acuerdo inmediato entre Ucrania y Rusia, no ve otra salida. El segundo, poco antes de morir en 2017, aconsejó que Ucrania se declarara como país neutral, al modo de Finlandia, ello le facilitaría relacionarse económicamente con la UE y con Rusia, pero que, sobre todo, no se integrara en ningún bloque militar. ¿Puede ser esta la solución que ahora andamos buscando?
Pienso que de todo esto han hablado en Kiev los líderes europeos con Zelenski, un personaje curioso al que se le puede tener simpatía, pero no sé si es el más conveniente para resolver este complicado asunto. Como es sabido, antes de ser elegido presidente de Ucrania en 2019, Zelenski era un actor cómico muy popular en la televisión ucraniana por imitar, en tono de farsa, a un supuesto presidente del país, objeto de sus constantes burlas. Pero se sabe mucho menos que el hoy presidente obtuvo el 73 por ciento de los votos y su campaña se basó en criticar a los políticos ucranianos por su corrupción y nula calidad democrática. Zelenski hizo una campaña basada en lo que podríamos denominar antipolítica. Ello indica que Ucrania no era, ni mucho menos, un espejo de democracia e imagino que no sigue siéndolo.
«Quienes sitúan como única causa a Putin, tildándolo de autócrata agresivo y peligroso, pienso que desconocen las raíces del conflicto»
Con estos mimbres, un líder sin conocimientos previos suficientes de lo que significan la táctica, la estrategia, las trayectorias históricas de los países, la geopolítica mundial, las repercusiones de sus actos en la economía, etc., es decir, un hombre inexperto y con pocos conocimientos, aunque tenga buena fe y sea una persona honrada, no creo que sea el dirigente más apropiado para la situación.
Por ello, los tres zorros de la política europea que le han visitado, imagino, han tratado de convencerle de la necesidad de acabar una guerra que está perjudicando muy seriamente a todo el mundo, y que las actitudes numantinas de vencer como sea y hasta el final pueden ser moralmente justificables, estéticamente emocionantes, pero a la postre estériles en la práctica y perjudiciales para su mismo país. También decirle, quizá, que es mejor ayudarle económicamente a reconstruir la parte destrozada de Ucrania que entregarle armas y más armas a fondo perdido.
Pero no toda la solución debe venir de Zelenski ni de Putin. Cuando se desmoronó la URSS en 1991, no hubo acuerdo internacional alguno para establecer un sistema de fronteras seguras y reconocidas por las partes en conflicto.
Ahora sería el momento de emprender esta tarea, aunque fuera con retraso, y evitar deslizarnos hacia el pasado, hacia una nueva política de dos grandes bloques, uno de hegemonía estadounidense y otro de hegemonía china, con la Unión Europea y Rusia de respectivos monaguillos, que deterioraría muy seriamente la globalización económica que, con todos los reparos que se quiera, ha beneficiado al mundo, especialmente al mundo de los pobres —me niego a utilizar el eufemismo de vulnerables— durante 50 años y ha dado protagonismo a instituciones reguladoras decisivas como la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Quizás este sea un pío e ingenuo deseo, un momento en el que uno necesita animarse ante tantas desgracias imprevistas que se han ido gestando en los últimos tiempos. Quizá confío en que aún quedan estrategas políticos en el mundo que sepan prever las catástrofes, antes de que estas ocurran, para así evitarlas. La entrevista de Kiev me ha levantado algo el ánimo, a veces necesitas alguna ilusión pasajera, como el ‘whisky’ con hielo al volver del trabajo a última hora de la tarde. En dos semanas, la reunión de la OTAN en Madrid; quizás entonces se imponga la triste realidad de proseguir la guerra hasta el final, no el pacto sin derrotados que tanto necesitamos. Veremos, confiemos, desconfiemos.