Adolfo Lorente-El Correo
- La legislatura española, un año después de comenzar su andadura, parece abocada a unas nuevas elecciones con un Sánchez maniatado por Puigdemont, un Feijóo incapaz de aunar una mayoría para impulsar una moción de censura y unos poderes del Estado a la gresca permanente
En el Consejo de Ministros nos han dicho que lo tenían atado y después resulta que no (…) Es una hostia para el Gobierno (…) Junts tiene el objetivo de inestabilizar la legislatura». Este ataque de sinceridad protagonizado justo al lado del micrófono que se coloca en el patio del Congreso para que todos los políticos pasen a impartir doctrina lo firmó el ministro de Sumar Ernest Urtasun el pasado martes durante una conversación con un diputado de Esquerra. La «hostia» se refería a la decisión de Carles Puigdemont de frenar por sorpresa la tramitación del proyecto de Presupuestos Generales del Estado de 2025. Una «hostia al Gobierno» que para la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, no es tal y todo es culpa del Partido Popular, que también votó en contra y se ha convertido en una formación «antisistema». ¿Y la «hostia» de Junts? PP, PP y PP. Las declaraciones de Montero, por cierto, las realizó en el mismo micrófono que ‘cazó’ a Urtasun (no estuvo fino, no).
Lo cierto es que lo vivido esta semana es la mejor metáfora del callejón sin salida en el que está inmersa la legislatura española desde que echó andar, precisamente, hace ahora un año. Una legislatura, por mucho que el Consejo de Ministros en pleno insista en repetir con una amplia sonrisa que quedan «tres años de políticas progresistas», parece abocada a la celebración de unas nuevas elecciones. La duda no es el qué, sino el cuándo
Ni el Gobierno de coalición tiene una mayoría sólida para aprobar nada -salvo leyes exigidas por el independentismo como la amnistía- ni el PP, pese a haber consumado su ruptura con Vox y ser más ‘pactable’ a ojos de partidos como el PNV, tiene la fuerza suficiente para derrocar al Ejecutivo a través de una moción de censura. El margen de maniobra de Feijóo es mínimo por mucho que Pedro Sánchez, tanto en lo político como en lo personal por la causa judicial abierta contra su mujer, esté atravesando uno de sus peores momentos desde que llegó a La Moncloa hace seis años gracias, precisamente, a una moción de censura.
Todo dependerá de Cataluña, que vive horas determinantes para saber si Illa será president o habrá repetición electoral
Alberto Núñez Feijóo puede seguir desgañitándose exigiendo a Sánchez que «lo deje ya» y convoque elecciones porque «esto no da más de sí», pero sabe que no le queda otra que resignarse a esperar porque el único que tiene la sartén por el mango y es capaz de casi todo es Sánchez. El Gobierno no tiene Presupuestos y es posible que tampoco los tenga en 2025. ¿Entonces?
Todo dependerá de Cataluña, cuyo desenlace se adentra en unas horas decisivas. Ya advertimos antes de las elecciones autonómicas del 12 de mayo que el peor escenario para el futuro personal de Pedro Sánchez, por contradictorio que sonase, es que el candidato del PSC, Salvador Illa, lograse una contundente victoria y el independentismo se quedase lejos de sumar mayoría absoluta en el Parlament.
Así fue. Sánchez, por aquel entonces, aún creía que Illa podía ser presidente gracias a Esquerra (por aquello de los pactos de izquierdas) y que, en paralelo, Junts seguiría apoyándole en el Congreso de los Diputados como si nada. Que con haber pagado el peaje de aprobar una ley de amnistía a la carta bastaba. Que con el hecho de que la cúpula del PSOE le blanquease visitándole en Bruselas y llamándole «president» era suficiente. Que aceptando la polémica figura de un mediador internacional del que ya poco se sabe para reunirse en Ginebra todo estaba cerrado.
Junts, como se ha evidenciado con los Presupuestos, buscará ahogar a Sánchez en el Congreso si al final hay pacto PSC-ERC
Pero no. La «hostia» (Urtasun ‘dixit’) de esta semana teledirigida por Carles Puigdemont desde Waterloo horas antes de que el presidente del Gobierno se desplazase a Barcelona para cortejar a Pere Aragonès es la enésima evidencia de que si Illa logra hacerse con la Generalitat, Sánchez tendrá pie y medio fuera de Moncloa. Quizá no de forma abrupta a través de una moción de censura -es una operación de altísimo riesgo para Feijóo que el PP no va a activar-, pero sí haciéndole sufrir votación tras votación, fracaso tras fracaso, hasta que el líder del PSOE se dé cuenta de que la legislatura ya no da más de sí y vuelva a convocar a los españoles a las urnas.
Al fin y al cabo, los independentistas no son de izquierdas o de derechas, son simplemente independentistas. Lo que anhelan es gobernar Cataluña para intentar independizarse de España, no colaborar en la gobernabilidad de lo que ellos denominan el «Estado opresor». Es de primero de ‘procés’.
Todo puede ir a peor. ¿A peor? Sí, a peor. ¿Y si Sánchez vuelve a achicharrarse a ojos del resto de comunidades autónomas, acepta dar a Cataluña un sistema fiscal «singular» como el vasco y luego las bases de Esquerra tumban el acuerdo? Cataluña estaría abocada a la repetición electoral el 13 de octubre y el Gobierno central quedaría herido de muerte. Con un PSOE, además, que debería explicar en todos los rincones de España qué es lo que estaba dispuesto a ceder a Esquerra.
El panorama es desolador. España es un país condenado al bloqueo político. Un país donde todos están reñidos con todos. Un país, la cuarta potencia de la UE, donde los poderes del Estado están a la gresca permanente e inmersos en una espiral de confrontación que no augura nada bueno. El consuelo es que un 80% de los españoles dicen sentirse felices. Lo dijo también esta semana el CIS. Sí, el CIS de Tezanos, así que vaya usted a saber…