- El PNV se sirve de cuentos para justificar la apropiación del palacete de París gracias a Sánchez, pero no ha podido aportar ni un solo documento que avale la propiedad del edificio.
Cuando a un partido como el PNV se le ha acostumbrado durante tanto tiempo a hacer y deshacer en el ámbito de su competencia, es casi normal que ocurra lo que está ocurriendo con el tema del palacete de París.
Todo esto empezó con Xabier Arzalluz en los años ochenta del siglo pasado. Aquel presidente del PNV, que nunca quiso ser lehendakari, pero que tampoco consintió que ningún lehendakari mandara sobre el partido, resulta que tenía a José Antonio Aguirre, el primer lehendakari del Gobierno vasco, como ejemplo a seguir para todo nacionalista.
Y aquel palacete de París estaba íntimamente ligado a la figura del primer lehendakari, a quien el gobierno español echó de allí en 1951, como consecuencia de una sentencia previa de 1943 de la Justicia francesa que así lo determinó. Algo de lo que en el PNV nunca se han olvidado, ni lo han perdonado hasta hoy.
Pero aquí hay algo que no encaja. Si aquel primer lehendakari era tan maravilloso y al que tanto hay que homenajear, ¿cómo es que luego la figura de los lehendakaris ha tenido tantos problemas en el partido cuando han querido actuar por libre?
Le pasó a Garaikoetxea, a quien el partido le quiso atar en corto y aquello provocó un cisma. Y le ha pasado a Iñigo Urkullu, cuya figura tiene su interés. Porque empezó siendo presidente del partido entre 2008 y 2012 y luego fue lehendakari durante tres legislaturas. Cuando dejó el cargo, dijo que para todo nacionalista lo máximo es ser lehendakari.
Pero, para entonces, ya Andoni Ortuzar había decidido sustituirle por Imanol Pradales.
Porque Andoni Ortuzar ha adoptado la postura del todopoderoso Xabier Arzalluz. Quiere equipararse con él, quiere ser como él. De hecho, hasta se le está poniendo cara de Xabier Arzalluz.
Ha escrito una carta a la militancia, el pasado 18 de enero, donde somete su continuidad para un nuevo mandato a lo que diga el partido, cuando tiene todos los resortes bien controlados y además expone sus logros, entre los que destaca el palacete de París.
Y ojo al dato. Ya en la carta del 18 de enero daba por hecho que el palacete de París estaba en el zurrón, sin necesidad de esperar a la convalidación del decreto ómnibus donde iba incluido. Señal de que ya lo tenían hecho, pero a la vez se lo tenían callado, para no estropear la operación de apropiación en secreto. Y para no dar pistas de cara al debate, donde el PP arremetió contra el regalo del Gobierno.
Muy astutos, como siempre. Pero quizás demasiado astutos, esta vez.
El tema del palacete empezó con Arzalluz, quien lo reclamó en la negociación del primer gobierno de Aznar, al que apoyó. El PNV fue compensado económicamente por las propiedades confiscadas al partido durante la guerra como eran los batzokis (sus locales de reunión, normalmente con bar incluido), pero siempre tuvo entre ceja y ceja el palacete de París.
Y aquí no vale toda la faramalla de que lo confiscó la Gestapo para dárselo al Estado franquista, y toda esa mística que emplea el PNV. Hubo una sentencia en firme francesa.
«El PNV ha querido siempre el palacete para él solo, y nos trae una serie de justificaciones sobre su compra por parte de vascos en América»
Y, además, si vamos a sacar a la Gestapo, también José Antonio Aguirre estuvo en Berlín, en pleno apogeo del nazismo, dejando algunas frases inquietantes sobre aquella estancia en su diario. Vamos, como que no le desagradaba todo lo que veía allí entonces.
El caso es que la admiración que dice sentir el PNV sobre la figura de Aguirre se compagina mal con la querencia por la apropiación en exclusiva de aquel palacete, donde quien actuó fue un Gobierno vasco plural, compuesto por cuatro consejeros del PNV (incluido su presidente Aguirre), tres del PSOE, uno del PCE, uno de ANV (nacionalismo de izquierdas) y dos republicanos.
El PNV ha querido siempre el palacete para él solo. Y nos trae una serie de justificaciones sobre su compra por parte de vascos en América, todos nacionalistas parece ser, que lo compraron para el partido, que luego se lo habría dejado al Gobierno vasco.
Ese cuento no lo han podido demostrar nunca con documentos. Arguyen que es porque en aquel tiempo no podían comprarlo a su nombre, dadas las dificultades del momento.
Pero es que esas dificultades son utilizadas por el PNV para emborronar todo lo que pueden la cuestión. Es mucho más fácil demostrar –y, por supuesto, mucho más lógico– la propiedad del Gobierno vasco que no la del PNV.
No hay ningún estudio sobre el tema que avale la propiedad del PNV. Ninguno. Y todo lo que aportan ahora son documentos, declaraciones, testimonios, todos de parte interesada, de militantes del PNV que dicen que aquello fue así como ellos dicen. Nos ha fastidiado.
Si el Gobierno de España se ha valido de esos testimonios para decidir sobre el destino del palacete, aviados estamos.
El que más sabe sobre toda esta cuestión, porque ha estudiado a fondo los archivos judiciales franceses (y que además lo han laureado este año con el Premio Sabino Arana), es Jean-Claude Larronde, historiador nacionalista vasco-francés, que no tiene en sus libros ninguna afirmación que justifique la propiedad del PNV.
Fíjense en esta frase de su libro Exilio y Solidaridad, donde lo explica todo:
«A principios del año 1939, ante la inminencia del reconocimiento de jure del régimen franquista por los países democráticos occidentales, el Gobierno vasco consideró que convenía constituir una sociedad según el derecho francés que tomase a su cargo los bienes pertenecientes al Gobierno vasco que se encontraban en suelo francés«.
«Ningún historiador profesional avalaría la versión del PNV, salvo que sea nacionalista y barra para casa por orden del partido»
Esos bienes eran justamente los tres que ahora el gobierno de Pedro Sánchez le ha reconocido al PNV: el palacete y los dos edificios para refugiados en Noyon y Compans.
La primera escritura del palacete para el nacionalismo vasco es de octubre de 1937. Los nacionalistas vascos dicen ahora que lo que sucede es que el dinero procedía de vascos de América que lo recaudaron en agosto de 1936 por encargo del PNV, cuando el Gobierno vasco aún no existía.
Ya me dirán en qué cabeza cabe que un dinero recabado en agosto de 1936, sin empezar aún la guerra, hubiera estado guardado y esperando para hacer efectiva una compra escriturada en octubre de 1937. Cuando por el medio tenemos nada menos que una guerra, que afectó al Gobierno vasco instalado en Vizcaya entre octubre de 1936 y junio de 1937, cuando las tropas franquistas entraron en Bilbao.
Sabemos que el Gobierno vasco recibió dos créditos durante la guerra por parte del Gobierno de la Segunda República, por un montante de 550 millones de pesetas, de los que a la caída de Bilbao le quedaban sólo 15.
El Gobierno vasco se distinguió por un gasto estratosférico en personal, instalaciones y servicios. Aparte de emprender una ofensiva militar sobre Villarreal de Álava que acabó en catástrofe.
Y eso sin contar la sistemática confiscación de los bienes depositados en los bancos de Bilbao, que fueron vaciados y llevados en barcos fuera de España, para que no cayeran en manos del Estado franquista, decían. Pero es que tampoco querían que fueran a parar al Gobierno de la Segunda República, que siempre les reprochó a los nacionalistas la ausencia total de rendición de cuentas de los gastos que hacían con los generosos créditos que les habían otorgado.
Esta era la situación entonces que ahora el PNV nos vende como de justicia histórica. Cuando ningún historiador profesional avalaría esta versión, salvo que sea nacionalista y le pidan declaraciones a la prensa. Que entonces es cuando barren para casa, como siempre, por orden del partido.
*** Pedro Chacón es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.