IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Al fin apareció en la campaña vasca el elefante que no quería ver nadie. El de una historia reciente manchada de sangre

Un poco más y ETA gana las elecciones vascas sin aparecer en la campaña. Porque las va a ganar, transmutada en Bildu como el Sinn Fein en Irlanda; incluso aunque no gobierne, habrá triunfado en la normalización de sus ideas, el blanqueo de su historial y la continuidad de su programa. Sin violencia ni pistolas, se argumentará, y no es poco, pero con la mitología de la ‘lucha armada’ intacta. Y estaba a punto de que ni siquiera fuera mencionado su nombre, aludido apenas en algunas referencias abstractas, cuando el candidato Ochandiano abrió –ante una pregunta directa, no por iniciativa suya– la caja de Pandora de un pasado que no ha vivido pero ni censura ni rechaza, al punto de negar el calificativo de terrorista a la banda. Al menos ya nadie podrá decir que no ha dejado las cosas claras.

Lo asombroso es que el PSOE haya salido en tromba llamándose a escándalo, como aquel policía de ‘Casablanca’ que recogía sus ganancias tras cerrar el tugurio casinario. A los socialistas les ha vuelto a pasar lo mismo que en las municipales de mayo, cuando Bildu les hizo pasar el mal trago de trufar sus listas de etarras condenados. Entonces les riñeron un poquito, cómo se os ocurre, almas de cántaro, esto no se le hace a un socio parlamentario, y a continuación les entregaron Pamplona como primer pago por ayudar a Sánchez a revalidar el mandato. Ahora han subido el tono –«negacionistas», «hipócritas», «cobardes»– pero un pacto es un pacto y al respecto, Pilar Alegría ‘dixit’, nada ha cambiado. El lunes, Otegi y sus muchachos volverán a ser miembros de un partido progresista y democrático.

Lo que ya no se puede es ocultar al elefante que se paseaba por el escenario electoral como si no lo viera nadie. Otra cosa es que su presencia sea relevante para una sociedad voluntariamente amnésica que ha decidido esconderse a sí misma cualquier recuerdo desagradable. Un marco mental y moral que ha construido Sánchez al establecer una memoria histórica selectiva y modificable a beneficio de parte para que los episodios más infames queden preteridos, olvidados y además exentos de responsabilidades. Sólo que la realidad es terca y cuando los vascos intentan buscar un futuro con el que engañarse encuentran su propio pasado por delante. Y manchado de sangre.

Y será inútil pasar página mientras los verdugos avancen y retrocedan las víctimas. Esa sombra culpable no se borra con una simple despenalización política, ni con la equiparación artificial de los herederos del terrorismo a una pacífica fuerza soberanista. Entre otras razones porque ellos se niegan a una retractación explícita. El sufrimiento está demasiado cerca para que sea posible imponer una narrativa ficticia. Tal vez los jóvenes la acepten pero hay una generación cuyas heridas no cicatrizan. Y en todo caso, la convivencia cívica nunca se ha podido lograr sobre la preterición de las minorías.