José Antonio Zarzalejos-EL CONFIDENCIAL
Escribe Juan Claudio de Ramón que cada vez que el soberanismo gana o repunta en las encuestas, suben los precios de la vivienda en Toronto
Elisenda Paluzie, presidenta de la ANC, debe ser una gran patriota catalana. De esa clase de patriotas que estarían dispuestas a lograr la independencia de Cataluña aunque fuera para “plantar berzas”, en histórica y feliz expresión del fallecido Xabier Arzalluz pronunciada en 1987 como metáfora de lo que una secesión de Euskadi conllevaría para los vascos en términos de prosperidad y bienestar. Pues bien, la responsable de la entidad soberanista ha lanzado la consigna del “consumo estratégico”, que no es otra cosa que un boicot a las marcas comerciales que no parecen comulgar con la culminación del proceso secesionista. La iniciativa, siempre en esos estándares de eufemismo que utilizan los secesionistas, se formula en positivo: invita a consumir bienes y servicios de las empresas afectas a la causa de la ‘non nata’ república catalana.
Las lecturas en prensa de semejante iniciativa —un tiro en el pie de la economía de Cataluña— me han coincidido con la de ‘Canadiana’, un libro de viajes y vivencias de Juan Claudio de Ramón, diplomático español, reflejo de su estancia de cuatro años como consejero de la embajada de España en Ottawa (Canadá). La obra se subtitula ‘Viaje al país de las segundas oportunidades’ y, por pedagogía y amenidad, es muy recomendable. Lo es en su conjunto, pero, desde la perspectiva de los problemas políticos de España, resultan especialmente ilustrativas las páginas 120 y siguientes, en las que autor narra un desplazamiento a Montreal, capital de la provincia de Quebec, que hay que conectar con el “epílogo para españoles” que incluye unas anotaciones sobre la similitud y diferencia entre el fenómeno separatista en Cataluña y en Quebec.
Debería leerlo Elisenda Paluzie si es que los argumentos materiales y no solo los emocionales —que derivan a seguramente ilegales, como ese boicot que propugna a través de la iniciativa del “consumo estratégico”— hicieran alguna mella en su determinación autodestructiva de la economía catalana. Porque Juan Claudio de Ramón constata que “la marea soberanista se retira en Quebec” pero no sin antes haber causado daños extraordinarios. Dice: “Como Barcelona para el nacionalismo catalán, la capital económica y cultural de Quebec es demasiado grande, demasiado híbrida, demasiado compleja y cosmopolita para no ser refractaria al empequeñecimiento cultural que las empresas nacionalistas comportan”, lo que explicaría muy bien los resultados de las últimas elecciones municipales en la Ciudad Condal y el previsible fracaso del boicot que la ANC ha puesto en marcha, al menos en la capital de Cataluña.
El mensaje económico-empresarial que ha dejado el independentismo en Quebec se describe en ‘Canadiana’ (editorial Debate) con contundencia: “Tras la victoria del PQ en 1976, bancos, aseguradoras y otras compañías que no estaban para independencias, trasladaron su sede financiera a Toronto, en mitad de una tormenta de acritud que en cuatro décadas no ha amainado por completo”. Nuestro diplomático apunta a un fenómeno más grave —o tanto— como el económico: el social. Lo formula así: “Si la amenaza de la separación marcó la huida del capital, las nuevas ordenanzas lingüísticas invitaron a muchas familias anglófonas, ‘quebeckers’, de varias generaciones, al exilio. Puede que más de medio millón de ‘montrealers’ hayan salido de Montreal en los últimos cuarenta años”. De tal manera que “cada vez que el soberanismo gana o repunta en las encuestas, los precios de la vivienda en Toronto suben”.
Pero parece que los separatistas de Quebec han aprendido: “Las brasas de la revolución tranquila y su legado de cosas buenas no tienen aspecto de volver a llamear. La sociedad quebequesa no quiere más cataclismos emocionales, que es lo que son los referéndums de independencia en sociedades democráticas. Ninguna sociedad se merece pasar por el trauma de escoger qué personas, de entre sus amigos y familiares, pasarán a ser extranjeros y cuáles quieren conservar como ciudadanos. Es dudoso que Quebec vuelva a ponerse en tan penoso trance una tercera vez”.
La sociedad quebequesa no quiere más cataclismos emocionales, que es lo que son los referéndums de independencia
Los afanes independentistas catalanes, tan autodestructivos, no son muy diferentes a otros precedentes en latitudes distintas y con condiciones relativamente homogéneas. También de Cataluña se han trasladado las sedes de más de 4.000 empresas; también Barcelona está perdiendo terreno respecto de Madrid; también en la capital de Cataluña hay advertencias sobre el disparate que comete el independentismo, formuladas desde la patronal y desde instancias empresariales (Sánchez Llibre o Juan José Brugera), igualmente desde tierras catalanas se dan fisuras y quiebras sociales nunca antes vistas ni oídas. Para saber adónde conduce todo este esfuerzo emotivo, visceral, ajeno a la realidad, no hay nada que imaginar. Basta con comprobar lo que ha ocurrido en Quebec tal y como lo cuenta, con un grado de serenidad y rigor excepcionales, Juan Claudio de Ramón. Que sería un buen guía para pasear por Montreal a la insensata Elisenda Paluzie.
Si ella y nosotros cerrásemos los ojos y leyéramos este párrafo sobre Montreal, quizá pensásemos que se refiere a Barcelona: “Hoy es una ciudad de rango medio, bella, divertida, pero no la gran urbe global que podría haber sido. Una gran ciudad, insisto, de amplios bulevares, buen comercio y una gama sugestiva de restaurantes. Aunque no exactamente lo que uno se imagina”. Allí estará hoy Felipe VI para celebrar audiencias con personalidades catalanas y para inaugurar la ‘Nit de la logística’, o sea, empujando el bienestar de la comunidad, que es todo lo contrario de lo que hace la ANC.