ABC 22/12/13
JUAN CARLOS GIRAUTA
· Cuando los dos padrastros de la Constitución instan a la política, les sale con p minúscula Si su consulta fuera a celebrarse, denunciaría la estafa de las dos preguntas A todos los que han pasado por La Moncloa les ha cobrado el nacionalismo su peaje diferencial
Se acostumbraron a no dar un paso atrás durante esas décadas vertiginosas que van de la traición de Suárez, que fue revolución, a la revolución de Zapatero, que fue traición. A todos los que han ido pasando por La Moncloa les ha cobrado el nacionalismo su infundado peaje diferencial, su ventaja territorial, su mordida familiar. Gravámenes basados en una deuda y en una culpa históricas que constituyen la más asombrosa superstición madrileña. La Constitución tuvo cinco padres y dos padrastros –qué par de patas pa un banco– que ahora vuelven a la carga con otoñales giras por provincias. Dan por muerto al hijo que, más que suyo, lo fue de Guerra y Abril Martorell, seamos justos. No es que Roca y Herrero de Miñón lo digan a las claras: ¡La Constitución está muerta! Si hablaran claro no serían ellos.
Lo que propugnan los padrastros de la Constitución es una vía que les viene a huevo a Artur Mas y a Duran, a Homs y a Sobrequés, a Rosell el del Barça y a Rosell el de la patronal, el hombre que ve crecer el soberanismo entre el empresariado catalán justamente cuando el empresariado catalán muestra gran acojone con la deriva montaraz del soberanismo. A los del hecho diferencial, a los seminaristas del odio, a los del «más que un club», a los de la soberanía fiscal y el bloqueo lingüístico les viene al pelo el truco del almendruco de los dos padrastros: frente a la Constitución y sus limitaciones, hágase política.
Y cuando los dos padrastros de la Constitución instan a la política, les sale con pe minúscula y con jeta mayúscula. Se refieren a eludir el ordenamiento jurídico, a que los acuerdos en la sombra prevalgan sobre la luminosa norma, a obtener por el camino alguna cosa, ¿verdad? Han dedicado la vida al bien común, ya saben, de algún modo tendremos que reconocérselo. Más.
Pero digan lo que digan los jugadores de ventaja y los jefes de patronal desorientados, y se pongan como se pongan los alfiles y caballos de Artur Mas con su consulta «sí o sí», lo cierto es que erraron el camino y, por lo tanto, cada pasito adelante agrava el problema. Pero como decíamos, se han malacostumbrado a no dar jamás un paso atrás.
Si su consulta fuera a celebrarse, dedicaría algún esfuerzo a denunciar la estafa matemático-política de las dos preguntas encadenadas. Baste consignar, por ahora, que ERC –probable vencedor de las próximas elecciones catalanas– considerará que ha ganado la opción independentista con el 25% de los votos a favor. ¿Cómo así? Porque se dan por legitimados para declarar la independencia de Cataluña desde un balcón de la plaza de San Jaime con una mayoría afirmativa para cada pregunta. O sea: el 50% más un voto del «sí» a la independencia, de entre el 50% más un voto del «sí» a un Estado. Con una cuarta parte del censo participante, salen al balcón.
Si la consulta fuera a celebrarse, valdría la pena recordar lo que los secesionistas sostenían hace cuatro días, antes de que Artur Mas los pusiera a mil: la independencia vendría tras un referéndum pactado, con alta participación (mayor al 65 por ciento, apuntaban), donde el «sí» obtuviera un gran resultado (una periodista, hoy diputada de ERC, apostaba por e l 70%, otros contemplaban el 65 o el 60; el caso de Montenegro les animó a proponer el 55%). Ya han llegado al 25% (más dos votos). Si la consulta fuera a celebrarse, yo les propondría que no la celebraran. ¿Para qué? Cualquiera que fuera el resultado, la ganarían.