La banda había resistido la tentación de asesinar a policías franceses consciente de la dificultad de abrir un segundo frente. Pero antes de cargar las pistolas de los terroristas, alguien había preparado psicológica y políticamente a los pistoleros. Que hubiera un muerto era ya cuestión de tiempo.
Desde mediados de los años noventa, en el seno de ETA se viene debatiendo la realización de atentados y asesinatos en Francia, pero hasta el martes pasado la banda terrorista había resistido esa tentación consciente de que si daba ese paso lo que viniera después sería mucho peor.
Un miembro de ETA escribía hace algunos meses que dar el paso de atentar en Francia sería «sumergirse en una aventura que seguiría el camino hacia un suicidio que limitaría plenamente nuestra capacidad para hacer lucha armada en contra del Estado español».
Los etarras han tenido siempre claro que si era difícil mantener un enfrentamiento con España, mucho más difícil sería abrir el segundo frente contra Francia. Y que París siempre podría poner más medios en la represión contra ETA si las actuaciones de la banda, además de ser un problema de seguridad de un país amigo como España, pasaban a ser un problema de seguridad interno francés por culpa de los atentados al norte de los Pirineos.
Por eso, los jefes de ETA mantuvieron la cabeza fría y fueron rechazando las propuestas que aparecían en sus filas para asesinar en suelo galo. Propuestas como la planteada en 1996 por el jefe del aparato logístico, Julián Atxurra, ‘Pototo’, para atentar contra la juez Laurence Le Vert. Pero con el paso del tiempo, la cabeza de muchos jefes de ETA comenzó a calentarse. Así, en 2002, cuatro de los cinco responsables del aparato militar votaron a favor de atentar contra Le Vert, aunque la decisión no llegó a ser avalada por la ejecutiva de la organización terrorista.
Documentos escritos por etarras en aquellas fechas abogaban por cometer acciones contra policías franceses. «Hay que comenzar mañana o pasado mañana», decía uno de los papeles. A finales de 2001 parecía que ETA había dado luz verde: en apenas dos meses, los terroristas tirotearon en tres ocasiones a los gendarmes y estuvieron a punto de matar a uno de ellos después de que Ibón Fernández Iradi, ‘Susper’ -uno de los jefes-, le pegara siete tiros al agente Gerard Larroudé y luego le diera dos más para rematarle en el suelo. La banda tuvo que salir entonces a aclarar que no había tomado la decisión y la negativa fue ratificada por los miembros de ETA durante el debate mantenido en los años 2002 y 2003.
En 2007, tras el asesinato de dos guardias civiles en Capbreton, la banda tuvo que aclarar otra vez que no había declarado objetivo a Francia, pero dio un paso adelante al asegurar que a partir de entonces los agentes españoles serían atacados incluso en territorio galo.
Las voces a favor de atentar en el país gobernado por Sarkozy iban creciendo y, entre ellas, parecían estar las de la cúpula de la banda posterior a la tregua, ya que en el texto base enviado para el debate interno desarrollado entre 2007 y 2008 la dirección etarra sostenía que la «lucha armada» debía tener un carácter «nacional», es decir, que debe abarcar a todo el territorio de Euskal Herria en lugar de limitarse sólo a la parte española. Además, la ponencia afirmaba que había que «golpear» a «los dos Estados enemigos», España y Francia.
En esa ocasión, la cabeza fría no estuvo en la cúpula, sino en las bases que rechazaron extender la acción terrorista a Francia porque no querían que las cosas se les pusieran peor de lo que estaban. Pero una cosa son los papeles y otra las ganas de acción de algunas gentes en las filas de ETA. A lo largo de 2009 fueron proliferando los episodios en los que los etarras trataban de eludir el arresto con las armas. Se registraron cinco incidentes de ese tipo, aunque en tres de ellos no hubo disparos, en el cuarto hubo un tiro que no alcanzó a nadie y en el quinto fue herido un gendarme.
La tentación por tirar de gatillo parecía estar a la orden del día entre algunos miembros de la banda, mientras la cúpula terrorista calentaba el ambiente con sus acusaciones contra las autoridades de París, como hizo en el comunicado difundido el 20 de mayo de 2009 en el que, a propósito de la desaparición de Jon Anza, responsabilizaba al Gobierno galo «de lo que hicieran los policías españoles», sacaba el fantasma de la guerra sucia y denunciaba «el colaboracionismo francés».
Unos días más tarde, los dirigentes de ETA insistían en el «salto represivo» que, en su opinión, ha realizado Francia en los últimos años y añadían que ese país «ha dado importantes pasos en los últimos años contra miembros de la izquierda abertzale de los tres territorios», en referencia a las actuaciones contra miembros de Batasuna.
Antes de cargar las pistolas de los terroristas, alguien había preparado psicológica y políticamente a los pistoleros. Que hubiera un muerto era ya cuestión de tiempo.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 18/3/2010