FRANCISCO PASCUAL-El Mundo
Pedro Sánchez ha tardado poco en desvelar que los ejes de su Gobierno giran en torno a la estabilidad económica con algunas alegrías de gasto y a un notable volantazo en la política catalana. Éste se basa en convencer a los independentistas de que su enemigo vuelve a ser el PP y no ellos. De domar a Llarena ya se encargará un tribunal alemán al que se le emiten constantes señales de que la Fiscalía no plantará batalla hasta el final.
El efecto placebo que ha provocado la salida del desgastado gabinete de Rajoy sobre millones de españoles es asombroso. La unidad de medida es simple. No pasa una hoja del calendario sin que el nuevo Ejecutivo explique a sus electores que no dijo la verdad en asuntos fundamentales de su proyecto político. Y nadie rechista. Al contrario.
Un día anuncia que no derogará la reforma laboral y Pablo Iglesias se reúne con él para rendirle pleitesía. Al siguiente confirma en Televisión Española que engañó al respetable cuando anunció que convocaría elecciones de manera casi inmediata y los entrevistadores se quedan en trance ante el sonriente líder que va a quitar el luto de los viernes.
Tan plácida es su luna de miel que no ha dudado en adornar el lomo de sus barones con las banderillas de la financiación. Donde dije reforma, digo paralización. En un país donde la política autonómica está basada en la victimización y la deslealtad al Estado, los líderes de Andalucía, Valencia o Baleares se han quedado sin nadie a quien responsabilizar de sus desdichas. La jugada es magistral, porque si hay algo que le conviene al líder del PSOE es mantener débiles a sus virreyes.
En el frente independentista, Sánchez se siente tan seguro que se ha puesto a bailar la sardana sobre un alambre. Con Puigdemont desactivado y su títere confirmando que es exactamente lo poco que parece, concentra todos sus esfuerzos en atribuir de nuevo el origen del golpe del Estado al recurso del PP contra el Estatut, esa norma que planteaba la erradicación del castellano de Cataluña como si de un mal recuerdo se tratara.
Para el presidente es un activo haberse mantenido fiel a Rajoy durante los meses más duros de la asonada. Pero eso no justifica que entregue al soberanismo un relato populista que ya está superado. Lo único positivo que tuvo la intentona del 1–O es que afloró con toda su crudeza lo que el independentismo había hecho con los Mossos, la educación, los medios de comunicación públicos o las embajadas antes y después del recurso al Estatut. Y lo que volverá a hacer. Mirar para otro lado mientras usan al Rey de saco de boxeo para inventar agravios anticipa disgustos.