Josep Martí Blanch-El Confidencial
- La ausencia de Aragonès en Salamanca no debe exagerarse. No altera la estrategia de regreso paulatino de la Generalitat a una cierta normalidad institucional
Los rituales están para cumplirse. Y como tal debe considerarse la ausencia de Pere Aragonès en representación de Cataluña en la Conferencia de Presidentes. Tan previsible era el plantón del catalán como la asistencia sin entusiasmo del lendakari después de pasar por caja. Nadie puede sorprenderse ni de una cosa ni de la otra. Es lo que tenía que pasar y es lo que ha acabado pasando. Un plantón de manual, vaya.
A tres días de la comisión bilateral Estado-Generalitat, no había desde el punto de vista narrativo ningún aliciente para el independentismo gubernamental para acudir a la cita de Salamanca a diluirse en un encuentro junto a las otras comunidades autónomas. No hay que olvidar de dónde viene el independentismo y por tanto hay que ser conscientes de todas las estaciones intermedias en las que debe hacer parada en su camino de vuelta a una cierta normalidad.
Las críticas a Aragonès son de lo más razonable, particularmente las que se escuchan en Cataluña. En la reunión de hoy, se hablará de cuestiones lo suficientemente relevantes como para que los catalanes estén representados, al igual que lo estarán el resto de los ciudadanos de las otras CCAA. Pero no nos engañemos, el formato de la conferencia, el hecho de que no haya habido reuniones previas de preparación o que el orden del día se haya elaborado sobre la campana no permiten calificar el cónclave como un espacio de trabajo intenso. Se trata, más bien, de que los presidentes autonómicos vayan a escuchar lo que la Moncloa tenga a bien decirles.
Así que las críticas, si han de tener sentido, deben referirse al simbolismo de la no asistencia. Cataluña se aparta de la fotografía que representa a la España institucional —monarquía, Gobierno español y gobiernos autonómicos— haciendo un esfuerzo común para superar un momento de grave dificultad.
Cataluña se aparta de la foto que representa a la España institucional haciendo un esfuerzo para superar un momento de grave dificultad
Esta crítica tiene más sentido que la que se centra en considerar que la ausencia de Pere Aragonès privará a los catalanes de tener voz en un foro que va a cambiarles la vida. Básicamente, porque no va a ser así. De la reunión de hoy no cabe esperar otra cosa que lo que Moncloa tenga decidido explicar, como acredita el malestar general que se ha instalado de manera transversal entre las presidencias de las CCAA por la manera de organizar el encuentro.
Lo que sería un error es considerar la ausencia de hoy de la parte catalana como el ejemplo de que nada ha cambiado y que el independentismo sigue anclado en el mismo objetivo y en las mismas formas que caracterizaron, sin ir más lejos, la presidencia de Quim Torra y, antes que él, la de Carles Puigdemont. Puede exagerarse la reacción ante la ausencia tanto como se desee, pero eso no quita que los hechos, en su conjunto, desacrediten este tipo de análisis.
Sin ir más lejos, el miércoles, el consejero de Economía, Jaume Giró, asistió al Consejo de Política Fiscal y Financiera en representación de la Generalitat después de que en los últimos años, o bien no asistiese nadie en nombre de Cataluña o lo hicieran cargos de segunda fila. No solo eso. Por primera vez en mucho tiempo, un ‘conseller’ de la Generalitat salía encantado y así lo reconocía de una reunión con las autoridades españolas. Giró dio por bueno el objetivo de déficit público marcado para las autonomías y celebró que los adelantos de liquidación o los recursos extraordinarios para atender las necesidades de la pandemia le permitan tener más margen para elaborar los Presupuestos de la Generalitat.
De igual manera, es destacable el modo en que el Gobierno de la Generalitat acudirá el próximo lunes a la reunión de la comisión bilateral Estado-Generalitat. Naturalmente, hay quejas sobre la negativa del Gobierno a incorporar en el orden del día los fondos europeos. Pero quedan atrás los días en que cualquier encuentro con el Ejecutivo español se calentaba previamente y se autosaboteaba desde la convicción de que lo que le convenía al independentismo era un escenario de cuanto peor, mejor. La Generalitat acudirá el lunes a la comisión bilateral con el ánimo de reivindicar hasta un total de 56 competencias y de alcanzar acuerdos, si no en todos, sí en algunos de los puntos que van a tratarse en esa reunión. Los tiempos de romper la baraja ya quedaron atrás.
La ausencia de Pere Aragonès en la Conferencia de Presidentes de Salamanca no debe pues entenderse como una renuncia a ese intento de retornar a una cierta normalidad que el Gobierno de la Generalitat se decidió a emprender en el momento en que ERC ganó las elecciones y acabó relevando a Quim Torra en la presidencia.
Se sabía —en esto coincidieron todos los analistas, calzasen el pie que calzasen— que tras los hechos de 2017 cualquier intento de regresar a la normalidad institucional sería imposible en el corto y medio plazo. Así que no sirve de mucho pedirle peras al olmo. Este es el momento de las estaciones intermedias y entre estas no está que Aragonès pueda acudir todavía a una Conferencia de Presidentes.