Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Primero, la vicepresidenta Díaz salió en tromba, como acostumbra, y trató de imponer su propuesta de rebajar las horas de la jornada laboral sin rebaja del salario ni aumento de las horas extras. Sin matices, ni geográficos ni sectoriales y sin discriminar por tamaños. Vamos, lo habitual, al bulto y por derecho. Es decir, por pereza. Todo ello aderezado de un lenguaje faltón e insultante, acusando a la patronal de burlarse del diálogo y tras imponer plazos cortos y ultimátums irrevocables. Los empresarios reaccionaron igualmente con dureza, no se levantaron de la silla, pero se callaron en la mesa y retaron a la también ministra de Trabajo a que hiciera lo que creyera más conveniente en uso de sus no discutidas prerrogativas. La señora Díaz debió echar cuentas y quizá pudo comprobar que su suelo parlamentario era más endeble de lo necesario para obtener el apoyo imprescindible de los votos de sus colegas. Es evidente que el Gobierno no necesita abrir nuevas vías de agua, pues ya tiene más que el pantano de la Almendra. Quizá por eso, la señora Díaz arrió parcialmente las velas, mantuvo su propuesta y reafirmó sus límites, pero se dio más plazo para llegar al acuerdo, supongo yo que para hacer nuevos recuentos de votos.
Cepyme dejó bien claro la distancia que le separa del Gobierno y el malestar por sus intervenciones
En medio de la trifulca se celebró la asamblea de Cepyme que dejó bien claro la enorme distancia que les separa hoy del Gobierno y del disgusto que le provocan sus constantes intervenciones. Así que ayer apareció el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, para sembrar la paz en la discordia y rebajar la temperatura del enfrentamiento. Se muestra partidario de matizar la postura gubernamental e introducir en ella elementos de flexibilidad. La propuesta tiene todo el sentido del mundo y demuestra que su cercanía pasada con la vicepresidenta Calviño le ha permitido mantener ciertas dosis de sensatez. Las cosas no son monolíticas y las situaciones de las empresas están lejos de ser homogéneas. Para aceptar lo obvio, la vicepresidenta tendrá que emplear un frasco entero de sales. Todo un mal trago. La señora Díaz padece de acromatopsia y ve el mundo en blanco y negro, sin incómodos grises que lo difuminan y lo complican todo. Y si dar su brazo a torcer y olvidarse de los ultimátums le habrá producido una severa luxación en el codo, tragar con el aumento de las horas extras le puede provocar un colapso, o quizá solo un síncope.