ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Sánchez entrega la cabeza de Redondo a Puigdemont, como tributo de sumisión y prenda de buena voluntad

Si algo ha aprendido este PSOE de sus socios es a imponer el poder a base de matonismo, recurriendo a la descalificación personal, la violencia verbal, la coacción o la represalia. Quienes hemos sufrido la amenaza del terrorismo, previo señalamiento de sus voceros bildutarras (por ejemplo, Aizpurúa), conocemos bien el estilo. Una forma de actuar parecida a la practicada años después por los miembros de Podemos destacados en las tertulias televisivas con la misión de amedrentar a todo el que plantara cara a su discurso (Monedero, el propio Iglesias o Antonio Maestre, entre otros), en este caso no mediante la intimidación física, aunque el lenguaje gestual fuera terriblemente agresivo, sino colgando etiquetas infamantes destinadas a causar la muerte civil del estigmatizado. Cualquiera que no comulgara con sus dogmas y se atreviera a confrontarlos abiertamente era y sigue siendo tildado de ‘facha’, ‘franquista’, ‘pepero’ o cosas peores, lanzadas como pedradas destinadas a amordazarnos. Dado el control casi absoluto que ejerce la izquierda en la mayoría de los medios audiovisuales, ese sambenito equivalía y sigue equivaliendo a la pérdida de trabajos y espacios públicos en los que exponer argumentos contrarios a los suyos.

El Partido Socialista clásico destacaba por su buena conciencia, la superioridad moral que exhibía ante sus adversarios, incluso en los peores momentos de los GAL, y un sectarismo feroz (pasé once años solicitando al presidente Felipe González una entrevista para ABC, sin éxito), pero nunca se atrevió a exhibir una conducta tan contraria a los usos democráticos. El PSOE de Pedro Sánchez se ha echado al monte del totalitarismo y no solo ha ‘okupado’ (con k) las instituciones, sino que confunde partido y gobierno sin el menor pudor, utilizando todos los resortes del Ejecutivo en beneficio de su líder. Sólo así se explica la reacción de la portavoz Rodríguez a las palabras de Aznar, tildándolo de ‘golpista’ por llamar a la rebeldía (no rebelión) cívica y a la defensa de la Constitución, desafiada por quienes pretenden perpetuarse en el poder aceptando pagar al independentismo peajes tales como una amnistía equivalente a la deslegitimación de nuestra democracia. Rodríguez, sancionada varias veces por la Junta Electoral Central por utilizar las ruedas de prensa posteriores al Consejo de Ministros para atacar a la oposición en plena campaña electoral, vuelve a convertirse en el dóberman de su amo. Uno más de cuantos integran la jauría sanchista. Porque, a semejanza del Rey Sol («el Estado soy yo»), Sánchez está convencido de encarnar el interés de España y cualquiera que ose discutir esa verdad absoluta ha de ser despedazado a fin de servir de ejemplo y aviso a navegantes. Que se lo digan a Nicolás Redondo Terreros, cuya valiente cabeza ha sido entregada a Puigdemont como tributo de sumisión y prenda de buena voluntad. El mensaje es: «Somos fiables, Carles. Antes de contrariarte, echaremos a los nuestros». ETA consigue al fin cobrarse la ansiada presa.