La acusación del juez Garzón contra Otegi y Díez echa por tierra las especulaciones interesadas sobre el intento de crear un nuevo partido alejado del terrorismo. Al PNV no puede valerle todo para hacer oposición al Gobierno de López. El panorama político en Euskadi no se puede dividir entre abertzales y constitucionalistas mientras siga existiendo ETA.
Si Otegi, junto al equipo de socios habitual, pretendía reconstruir otra sucursal de Batasuna sin cortar sus vínculos con ETA (tal como señalan los documentos que figuran en el auto del juez Garzón) nos volvíamos a encontrar con el penúltimo enredo de la banda para intentar colarse en las instituciones de las que fue desalojada por la acción de la Justicia. Mucha gente lo sospechaba. Los escarmentados de los últimos guiños de la llamada izquierda abertzale que ha vivido del cuento durante tantos años. Los últimos interlocutores que llegaron a creer durante unos meses que iba en serio la posibilidad de que la banda cerrara la persiana. Los populares, los socialistas… Muchos.
El PNV no. Tampoco otras fuerzas nacionalistas minoritarias. Pero la acusación del juez de que la rama política de ETA quería volver por sus fueros a intentar reconstruir una gran plataforma política que le diera cobertura institucional, ha vuelto a echar por tierra las especulaciones interesadas sobre el intento de crear un nuevo partido abertzale alejado del terrorismo. Especulaciones en las que se han apoyado los partidos nacionalistas para justificar su indignación ante los jueces cuando no les son favorables y explicar, de paso, su apoyo a la manifestación del pasado sábado convocada por los sindicatos abertzales para protestar por las detenciones. El último jeltzale que manifestó públicamente su pudor a la hora de proponer planes políticos sin tener en cuenta que el terrorismo seguía atenazando a la sociedad vasca, fue Josu Jon Imaz. Y se encontró tan solo en el PNV («pobre Josu Jon» se le oyó decir a un importante cargo bilbaíno que no se atrevió a plantar cara a su partido) que prefirió retirarse del campo de batalla.
Porque la adhesión del PNV a la manifestación de solidaridad con Otegi, lejos de provocar sorpresa en los afiliados (como algunos llegaron a pensar en un principio) fue prácticamente unánime. Cierto que su presidente Urkullu se quedó en el banquillo pero envió a toda la plana mayor de su partido a compadrear con Batasuna. Y todos tan contentos. Tan decidida había sido la opción de acompañar a la izquierda abertzale en la manifestación, que algunos cuadros del PNV, de reconocido prestigio profesional, llegaron a montar en cólera al conocer que Urkullu no iba a participar en la marcha que terminó, por cierto, siendo un clamor a favor de ETA.
Porque la manifestación contra la decisión judicial de encarcelar a algunos dirigentes de la ilegalizada Batasuna fue un pulso al Gobierno de Patxi López. Del paseo donostiarra quedaron unas imágenes (las de los dirigentes del PNV con Batasuna) reveladoras. No se recordaba tal empatía desde la tregua trampa del 98. Unas imágenes en las que se podía ver a Egibar, Ortuzar y Gerenabarrena acoplados al paisaje por donde atronaban gritos contra al PSOE, a los que se les llamaba «fascistas» y «terroristas». Curiosa inversión de la situación en donde quienes han justificado los atentados, secuestros y extorsiones de ETA en sus campañas de limpieza ideológica llamaban fascistas a un Gobierno que representa a las víctimas del terrorismo por excelencia. Pero el debate en Euskadi está tan contaminado que en el mundo nacionalista no se admite la defensa de la justicia (a la que se le añade el calificativo de «española» como si la Justicia pudiera tener apellidos) si los jueces no les dan la razón.
Por lo tanto, que el auto de Garzón diga que Batasuna se intentaba reorganizar con otras siglas y similares señuelos, no les altera el discurso de que estas detenciones han sido preventivas porque no han dejado a los dirigentes de Batasuna crear su nuevo partido. Pero han sido ya demasiados años de insinuaciones engañosas para que todo el recorrido termine de la misma manera. Con un puñetazo de ETA sobre la mesa y Batasuna agachando la cabeza. Y en ésas estamos.
Si los ex dirigentes abertzales estaban dispuestos a crear algo diferente, como hizo en su día Patxi Zabaleta con Aralar, no tenían más que reconocerlo. Haberle dicho al juez que se equivocaba. Que esta vez le habían echado ‘un par’ a la apuesta. Pero no han sido capaces de moverse si ETA no les acompaña. Los documentos revelan planes diferentes a los que iban contando ellos. Y mientras sigan justificando la violencia, sus palabras en democracia no tienen valor.
Sí es cierto que en el documento de reflexión, al que todos los nacionalistas hacían referencia, y que iba a ser dado a conocer el próximo 3 de diciembre, se habla del derecho a decidir, se apuesta por la negociación con dos mesas, poder presentarse a las elecciones y se prescinde de cualquier referencia a la desaparición definitiva del terrorismo… ¿Qué hay de nuevo, viejo?
Al PNV no puede valerle todo para hacer oposición al Gobierno de Patxi López. Que se lo piense dos veces. No vaya a ser que, con tal de poner zancadillas al ejecutivo de Ajuria Enea, acabe dando un balón de oxígeno al entorno de ETA retroalimentando el mundo de la violencia, que está atravesando, afortunadamente para la democracia, momentos muy críticos. El panorama político en Euskadi no se puede dividir entre abertzales y constitucionalistas mientras los terroristas estén contabilizados en un bloque. Es una clasificación perversa y predemocrática, mientras siga existiendo ETA. Eso lo sabía muy bien Josu Jon Imaz. Por eso se fue.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 19/10/2009