José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 20/12/11
Felipe González definió a Mariano Rajoy como un hombre “antiguo”, de “casino”, puro en ristre y tertuliano decadente. Y resulta que ayer, el candidato que mañana tomará posesión ante el Rey de la Presidencia del Gobierno, resultó ser y parecer un muy moderno político tecnócrata en la línea de lo que ahora quieren las sociedades y desean tanto la Unión Europea -nuestros vigilantes socios- y los inevitables mercados. El gallego se olvidó de los grandes pronunciamientos políticos y se propuso atacar la crisis desde la asepsia cirujana de un gestor que maneja las técnicas financieras y presupuestarias con el aderezo del sentido común. Y logró que hasta un animal político como Pérez Rubalcaba se manifestase puntillosamente técnico, más allá de ironías y alfilerazos que Rajoy esquivó con olímpico desprecio.
El discurso de Rajoy fue el que pudo hacer un Monti de la vida en Italia o unPapademos del Partenón en Grecia. El presidente del PP conectó exactamente con las variables del nuevo tiempo: los ciudadanos no aprecian la política porque se ha deslegitimado por su falta de funcionalidad (la eficacia es la nueva legitimidad del sistema); los políticos que se expresan ideológicamente no son respetados porque se les presupone engaño o celada; la gente quiere vivir -empleo, sanidad, enseñanza, infraestructuras, prestaciones sociales- y luego filosofar, y el electorado ha interiorizado el adagio chino que el ya citado González popularizó: gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones. Y Rajoy se ha tomado el dicho al pie de la letra y, creo, conectó con amplísimos sectores sociales.
Uno de los aspectos más sustanciales de su discurso fue la invisibilidad de las autonomías como problema. No las mencionó apenas y, si lo hizo, fue para referirse a ellas como Administraciones Públicas. Procuró una contemplación de España en su conjunto para lanzar propuestas transversales referidas a la unidad de mercado, a la carta básica de prestaciones a los ciudadanos, la estabilidad presupuestaria, los topes de déficit y medidas fiscales y financieras que se aplicarán sin compartimentos estancos. Rajoy introdujo la política española en una fase distinta, nueva e inexplorada y que consiste en la disminución de las hormonas ideológicas en el sistema de gestión de los asuntos públicos y el aumento de las enzimas para la mejor digestión de la crisis.
Ignoro si esta baja cotización de la política y correlativo vigor de la tecnocracia representativa -al menos en el caso de Rajoy, respaldado en el Congreso por una mayoría absoluta- difiere a las democracias occidentales consecuencias indeseables e indeseadas. Pero lo cierto es que, hoy por hoy, el discurso de Rajoy, como el de Monti, se acoge por los ciudadanos como necesario y, en tanto que necesario, también bueno. Quizás porque la sociedad ha comenzado a interiorizar que la democracia representativa ha de ser compatible con la eficacia gestora.
Zapatero disoció esos conceptos, Berlusconi los malversó y Papandreu los desequilibró. Rajoy dio ayer la impresión de utilizarlos en las dosis adecuadas: empleó su respaldo representativo para presentarse ante la Cámara como un gestor. Dio la sensación de que ayer el presidente del Gobierno inminente conjuró el peligro de que los mercados y el directorio franco-alemán echen de menos a un Monti a la española. Ahí estaba él, barbudo y dietéticamente espigado, mejorando cualquier propuesta de Merkel o de Sarkozy. Es cierto que se parapetó en los Presupuestos que verán la luz en marzo -el PP tiene que ganar antes en Andalucía- pero aclaró más de lo que la oposición dice que hizo y demostró que otra política distinta a la diletante de la tradicional es posible. Esperemos a que los hechos avalen las palabras y los propósitos.
José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 20/12/11