- Desde 2018 se ha abierto paso entre nosotros un nuevo espécimen que aplaude desde los balcones mientras las morgues no dan abasto, pone velitas cibernéticas o lacitos de colores en solidaridad con trabajadores muertos en una mina o baila por Shakira mientras somos el hazmerreír del mundo civilizado —y del otro
Me pregunto por qué Pedro Sánchez tiene que dar explicaciones hoy en el Congreso por aumentar el presupuesto de Defensa, con un plan que no da ni para palomitas a los jefes de la OTAN. Ni a razón de qué tiene que justificar nada por el apagón masivo de hace diez días. O por el desastre de los AVE. Ni antes por la pésima gestión en la pandemia. Ni próximamente por la siguiente calamidad que ha de venir. Hay españoles —y no son pocos— que se crecen —y le crecen— a Sánchez en la desgracia. Españoles que necesitan una tragedia para propalar que peor estaríamos con la derecha y que gracias debemos dar a la izquierda de que nos cobije en su estulta ineficiencia. Compatriotas que secundarían aquella cínica —pero certera— admonición de Trump cuando dijo que «podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos». Sánchez puede disparar a nuestras libertades, a nuestra separación de poderes, repartir enchufes entre familia y amigos, dejarnos sin luz, sin trenes, sin protección contra una infección vírica, no mover un dedo para auxiliar a los valencianos ahogados en la dana y solo encontrará un rebaño balando en agradecimiento a la suerte histórica de contar con un progresista a los mandos. Un líder al que hay que loar porque —oh, aleluya— conecta los plomos a tiempo de que el telediario nos cuente que el apagón es culpa de los señores del puro que en reservados madrileños conspiran contra la bendita izquierda.
Desde 2018 se ha abierto paso entre nosotros un nuevo espécimen que aplaude desde los balcones mientras las morgues no dan abasto, pone velitas cibernéticas o lacitos de colores en solidaridad con trabajadores muertos en una mina o baila por Shakira al calor —nunca mejor dicho— de una cervecita mientras somos el hazmerreír del mundo civilizado —y del otro. Seres acríticos que corren a subir a sus redes las coreografías montadas para maquillar la caótica gestión de un Gobierno y su incapacidad para ofrecer cierta seguridad a los contribuyentes, a los que ya solo les aguarda la certeza de que María Jesús Montero se quedará esta primavera con su única capacidad de ahorro de todo el año.
Son esos seres angelicales que necesitan reivindicarse con un drama, que precisan que una señora se quede varada ocho horas en un túnel ferroviario o que un anciano a punto esté de morir por el apagón de su respirador para recordarles que estamos con ellos, que nuestro corazón no les olvida, para ensalzar la labor de nuestros sanitarios —esos que cambiarían tanta ñoñería por descansos razonables y sueldos decentes— para proclamar en las tertulias que la solidaridad de los españoles es la envidia del mundo. Qué líder tenemos al frente de este país. Qué fuertes salimos de la Covid y qué cohesionados estamos cuando los malos de las eléctricas nos cortan los cables. Periodistas sincronizados que cantan a Pedro todos a una: «Sin ti no soy nada».
Que rabien los quejicas de los fachas. Es que les molesta todo, jolines. Qué es un apagón de diez horas en una gesta histórica como la que ha emprendido este líder espiritual. Ni una dimisión, ni media asunción de responsabilidades; a lo sumo, una fotito con cara de cabreo en una mesa con los malvados operadores privados, y ya está. Hago que me enfado con Beatriz Corredor, pero la mantengo porque estuvo conmigo en los malos momentos.
Y si se tercia, le echo la culpa al de Zara, por tener acciones en Red Eléctrica, como hizo un presentador de la televisión de todos (y de Belén Esteban). Todo menos poner en cuestión a ese ser de luz apellidado Pérez-Castejón. Qué mala suerte que todo esto no haya sucedido con Rajoy o Feijóo en el poder. Cuántas bilis proletarias se han perdido, cuántas marchas hacia Moncloa para exigir dimisiones, cuántos fulares revolucionarios hubiera estrenado esta primavera Pepe Álvarez.
Esta pastueña sociedad española es vergonzosa. Nos llega con seguir la propaganda monclovita y practicar la paciencia, la resiliencia y el civismo y, a ser posible, poner cara de bobo. Unos, porque todavía se encuentran unas monedas en el bolsillo para el aperitivo del domingo o las cañas con los amigos tras el partido del finde y otros —ya mayoría— porque descansan en un mullido colchón en su vida subvencionada. A ello se une el silencio de los intelectuales y la peor praxis periodística de toda nuestra historia democrática.
Hemos olvidado que las grandes naciones no se sostienen descargando la conciencia con alguna frase bonita o cambiando nuestro perfil de internet por un paisaje hermoso o la cara de nuestro caniche. Las democracias se defienden siendo exigentes, elevando los listones de moralidad pública y alzaprimando nuestra condición de ciudadanos responsables sobre la de súbditos. No comulgando con ruedas de molino y cantando Imagine.
Poco nos pasa.