José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • ‘Amaia’ le encañonó para secuestrarlo. ‘Oker’, le sujetó con las manos maniatadas para que el tercero, ‘Txapote’, acertase los dos tiros sobre su nuca. Recuerdo trágico del 10 al 14 de julio de 1997

Bilbao. 12 de julio de 1997.

Me dirijo al periódico después de comer en casa. ‘El Correo’ tenía sus oficinas en el barrio bilbaíno de Bolueta y la rotativa en Zamudio.

Era y es el mayor periódico en difusión del País Vasco. Uno de los grandes rotativos de España.

Es sábado. Hace calor. Me encuentro mal. He vomitado la comida.

Intuyo lo que me espera. Tengo miedo de no ser capaz de manejar informativa y editorialmente un acontecimiento tan crítico. 

Los asesinatos de Gregorio Ordoñez (1995) o de Fernando Múgica Herzog (1996) fueron estallidos imprevistos de una extrema crueldad, pero sin estos prolegómenos sádicos. 

Las 17 horas. Y la llamada. Descuelgo el rudimentario móvil del coche en el que me acompañan dos escoltas. 

—¿Sí?

—Director.

—Sí, dime.

—¡Está vivo!

—¿Le han soltado? 

—No.

—¿Entonces?

—Herido, grave, pero está vivo. 

—Llego en cinco minutos. 

Cuelgo e intento hablar con Iñaki Azkuna, consejero de Sanidad del Gobierno de Ardanza. Imposible. Logro que algunos interlocutores levanten el teléfono. No saben nada.

Hago lo propio con un número que me proporcionó Jaime Mayor Oreja, ministro del Interior. Comunica.

Llamaba a números de fijos porque la telefonía móvil era aún incipiente. 

«Llego al periódico. Subo y entro en la redacción. Silencio sepulcral. Una densidad ambiental casi física. Se corta el aire» 

Llego al periódico. Subo y entro en la redacción. Silencio sepulcral. Una densidad ambiental casi física. Se corta el aire.

Convoco una reunión con los responsables de las secciones. Quiero que estén todas, incluso la de Internacional y la de Cultura. 

El asunto había cobrado dimensiones inimaginables. 

En aquel momento, seguíamos pensando que Miguel Ángel Blanco estaba vivo.

Y lo estaba. Hasta las 3 de la madrugada del día 13 de julio no se comunicó su muerte cerebral en el Hospital Nuestra Señora de Aránzazu de San Sebastián.

Miguel Ángel Blanco Garrido, concejal del PP en Ermua, un pueblo limítrofe con Gipuzkoa, había sido secuestrado en la estación de ferrocarril de la vecina Eibar a las 15.30 horas del día 10 de julio de 1997. 

Era hijo de emigrantes gallegos: Miguel Blanco y Consuelo Garrido. Albañil y ama de casa. Inolvidables en la sobriedad de su sufrimiento. Y su hermana, Marimar. 

ETA lo liberaría si en 48 horas —a las 16 de ese día— los presos de la banda eran trasladados al País Vasco. De lo contrario, lo «ejecutarían». Un chantaje inaceptable. 

«Miguel Ángel Blanco había sido secuestrado en la estación de ferrocarril de la vecina Eibar a las 15.30 horas del día 10 de julio de 1997»

Se le aproximó al joven, decidida, la etarra Irantzu Gallastegui Sodupe, alias ‘Amaia’. Le encañonó y se lo llevó a un vehículo en el que esperaban Francisco Javier García Gaztelu, alias ‘Txapote’, que sería su asesino material dos días después, y José Luis Geresta Múgica, alias ‘Oker’, que le agarró por la espalda, ya maniatado, para que el conmilitón le descerrajara dos tiros. 

La orden del secuestro y asesinato es atribuida por la Guardia Civil a la dirección de ETA: José Javier Arizcuren ‘Kantauri’, Mikel Albusi, ‘Mikel Antza’, Ignacio Arregui, ‘Iñaki de Rentería’ y Soledad Iparraguire, ‘Amboto’. 

‘Txapote’ y ‘Amaia’ tuvieron dos hijos tiempo después.

‘Oker’ —también conocido por ‘Ttotto’—, apareció muerto con un tiro en la sien en 1999.

—¿Dónde lo han encontrado a Miguel Ángel?

—En Lasarte, director, en una pista forestal a 60 kilómetros de Ermua y muy cerca de San Sebastián.

—¿Quién? 

—Unos paseantes, al parecer una pareja. Iban con perros. Oyeron como un gemido y lo reconocieron.

—¿Hay parte médico? 

—Todavía no, pero han avisado a la familia y se dirige al Hospital 

Nos resistíamos a admitir que la banda terrorista había consumado el asesinato.

—Empezamos a tener más datos. 

—Dime. 

—Dos balas en la cabeza. Calibre pequeño, quizás del 22. Pistola también pequeña. Sugieren que es una Beretta. 

Seguimos a la espera. Son ya las 20 horas del sábado 12 de julio. 

—Hay que ir cerrando. Se nos echa la hora encima. 

—Sí. El editorial. Hay que hacer el editoria

—Es difícil de hacer, director. 

—Vale, lo hago yo. Cierra la puerta y dejadme que me concentre.ç

Pasan las horas. La vida de Miguel Ángel Blanco Garrido, 29 años, batería de un grupo, dueño de ‘Boby’, su perro fiel, un tipo con convicciones, se apaga. 

El editorial me cuesta como ninguno otro hasta entonces y como, luego, ninguno me ha costado.

—¿Qué os parece el título? —pregunto al hoy director de El Correo, José Miguel Santamaría, un puntal de la redacción, y a Emilio Alfaro, jefe de Opinión.

Tipos que ven las cosas más allá de la apariencia. Periodistas de los que quedan pocos. 

En realidad, toda aquella generación de profesionales de ‘El Correo’ fue la «gloriosa», desde los más jóvenes a los veteranos. 

—Está bien. No se me ocurre otro. Alfaro coincide con Santamaría. 

Todos los colaboradores de opinión están enviando sus textos. 

«Desafío al Estado y al pueblo», así lo titulo.

«ETA iba a reaccionar. Y lo haría con crueldad. Éramos expertos en conocer sus reflejos letales»

Después, aquel editorial reportó el premio Luca de Tena de 1997, fallado al año siguiente, sin saber entonces, cuando lo glosé ante Juan Carlos I en ‘ABC’, que terminaría siendo director también de ese periódico.

La profesión fue generosa con nosotros: en mayo de ese año recibí vicariamente el I Premio FAPE de periodismo y, en noviembre, el Godó. 

Lo dije: eran premios para la redacción y los recibía yo. 

Consolaba saber que fuera de allí, los colegas eran conscientes de que sufríamos más de lo exigible.

Toda la empresa estaba movilizada: rotativas, distribución… se retiró publicidad prevista y se amplió la paginación. 

—¿Más noticias?

—No del hospital, no de momento. Pero en Ermua han incendiado la herrikotaberna y hasta el mismo alcalde, Carlos Totorika, está participando en las labores de extinción.

«Un auténtico gigante»

Un alcalde del Partido Socialista de Euskadi que fue durante esos días un auténtico gigante.

Primer edil desde 1991 (lo sería hasta 2018) que supo manejar la tensión en Ermua, se puso a la cabeza de las manifestaciones, reclamó la liberación de Miguel Ángel. 

Un político providencial para que las emociones no se desbordasen y se convirtiesen en agresiones. 

¿Cómo olvidar al párroco de Ermua, don Teodoro, que con voz potente clamó: «¡A quien yo bauticé no os atreváis a matarle!»?

—Los ertzaintzas se están quitando los pasamontaña en la calle Diputación (Bilbao). Y la gente les aplaude. 

—Fotos, esas fotos son imprescindibles 

Era cierto: una nueva convulsión. Se venía fraguando desde que el jueves, día 10, ya por la tarde-noche, cuando se conoció el secuestro en Eibar de Miguel Ángel. 

—Vamos: reunión para la primera página. 

Debate breve. Nada de titulares planos. ¿Cómo estaba la gente, nuestros lectores? 

Silencio. 

—Quizá como nosotros: desolados. 

—Ese es el título. Desolación. Metedle un cuerpo que manche y solo una foto. Y la contra que sea un contraste: Esperanza. También con foto de la multitud.

placeholderPortada y contraportada de El Correo del 13 de julio de 1997.
Portada y contraportada de El Correo del 13 de julio de 1997.

Temíamos una reacción inmediata y brutal de ETA desde que unos días antes —el 1 de julio— la Guardia Civil liberase a Ortega Lara en Mondragón tras 532 días secuestrado. 

Algunos directores y periodistas bajamos al zulo donde el etarra Bolinaga vigilaba al burgalés enterrado en vida en un pabellón de un polígono de Mondragón. 

Olía a humedad porque el zulo estaba excavado en paralelo al cauce del río Deba. 

Y olía también a muerte. 

Cuando el funcionario salió a la luz, el diario ‘Egin’ profanó la profesión periodística con este titular el 2 de julio: «Ortega vuelve a la cárcel». Vesania. 

La operación de rescate, bajo la supervisión judicial de Baltasar Garzón, fue un golpe al orgullo criminal de ETA.

placeholderPortada de Egin del 2 de julio de 1997.
Portada de Egin del 2 de julio de 1997.

Iba a reaccionar. Y lo haría con crueldad. Éramos expertos en conocer sus reflejos letales.

No sabíamos ni cuándo ni dónde. Fue en Ermua, un pueblo de inmigrantes, de «españoles», llegó a declarar el dirigente batasuno José Luis Elkoro, que jamás, tampoco otros, condenó el asesinato.

Miguel Ángel Blanco era en ese momento una víctima casi anónima. 

Nos contaron que parecía feliz porque le habían hecho fijo en su trabajo en Eibar —en una consultoría—, porque se había comprado un coche y porque tenía una vida por delante con su novia. 

La mañana de ese sábado 12 de julio fue eléctrica en un silencio espeso. 

La ciudad había enmudecido.

Fui con mi mujer y dos de mis hijos a la manifestación en la Gran Vía de Bilbao. 

Hablé con mi hijo mayor. Lo había enviado a Bruselas, a casa de Fernando Pescador, corresponsal de ‘El Correo’ en la capital europea. Quería volver. 

«Yo no solía ir a manifestaciones. Pero antes de la del 12 de julio de 1997, asistí a tres»

Yo no solía ir a manifestaciones. 

Pero antes de la del 12 de julio de 1997, asistí a tres.

La que reclamó la liberación del presidente de ‘El Correo Español-El Pueblo Vasco’, ajeno a que tres lustros después dirigiría ese diario. Javier de Ybarra y Bergé fue secuestrado el 20 de mayo de 1977 y asesinado el 18 de junio. 

Apareció en condiciones indescriptiblemente crueles. Faltó gente en el acto. Fue un drama. El principio del fin de la última generación de la burguesía vasca.

La que reclamó la liberación del ingeniero José María Ryan, secuestrado el 29 de enero de 1981 —el día anterior al nacimiento de mi primer hijo— y asesinado el 6 de febrero. 

Como Javier de Ybarra, se le localizó maniatado y con un tiro en la cabeza. 

La que reclamó la liberación del capitán de farmacia Alberto Martín Barrios secuestrado el 5 de octubre de 1983 y asesinado el día 19, maniatado y con un tiro en la cabeza.

«No albergaba esperanza tampoco aquel sábado de julio de 1997. Pero fui porque se percibía algo diferente. La manifestación fue multitudinaria» 

No albergaba esperanza tampoco aquel sábado de julio de 1997. Pero fui porque se percibía algo diferente. La manifestación fue multitudinaria. 

Por primera vez, José María Aznar, presidente del Gobierno, fue ovacionado en las calles bilbaínas. 

El lendakari Ardanza con Arzalluz y otros dirigentes nacionalistas, encabezaban otro grupo. 

Silencio a su paso. Tenían miedo. 

Por eso, meses después corrieron a pactar con ETA. Vieron que la gente los iba a arrollar. Y se agruparon en el Pacto de Estella-Lizarra (Navarra).

Volvieron a matar con saña

El acuerdo saltó por los aires después de una ‘tregua’ de la banda en 1998. Volvieron a matar. Con saña. 

Una mañana intensa, correosa, que atenazaba el pecho aquella del 12 de julio de 1977. 

Hubo gritos en la concentración, pero mandaba el silencio. Nos diluimos a la espera de la decisión de ETA que solo podía ser la criminal. Y así fue. Esa misma tarde, a la 16 horas. 

La autopsia del cadáver de Miguel Ángel la practicó un joven, pero avezado forense, el doctor Luis Miguel Querejeta. 

La primera bala no fue mortal de necesidad. La segunda le ajustició. No había posibilidad alguna de intervención quirúrgica. 

Los asesinos prepararon el secuestro en el piso de Ibon Muñoa, concejal de HB en Eibar. Les pasó información de Miguel Ángel: sus horarios y sus hábitos.

España entera comenzó a movilizarse. En el País Vasco también. 

Fue el principio del fin de ETA que se hizo largo y doloroso. Tardó hasta 2011 en claudicar, aunque sus epígonos no lo han hecho.

Manos blancas, ‘vascos sí, ETA no’. 

El domingo 13 fue plomizo. Insoportable. La gente, incrédula todavía, y con una extraña sensación de irrealidad. 

Se preparaban las exequias que se celebraron el día 14 en Ermua.

No faltó nadie.

Asistieron los tres expresidentes: Adolfo Suárez, Calvo Sotelo y Felipe González.

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Foto: EFE.

Aznar tuvo que dar un puñetazo en la mesa. El rey Juan Carlos, la Reina, las infantas querían asistir al funeral que ofició Ricardo Blázquez («ese tal Blázquez»), cardenal y hasta el pasado mes de junio arzobispo de Valladolid. 

El presidente hizo ver que estaba en juego la seguridad de la familia real. Iría el Príncipe de Asturias. Aunque se haya dicho lo contrario, a Aznar se le tenía especial respeto en la Zarzuela. 

—Demasiado alto para protegerle.

—Pues que busquen a los escoltas de más altura, rodéenle. Blinden el pueblo. No asumamos ni un solo riesgo. 

Felipe de Borbón y Grecia tenía exactamente la misma edad que Miguel Ángel Blanco: 29 años. 

El Rey los había cumplido el 30 de enero anterior; la víctima, nacida en Ermua, los cumplió el 13 de mayo del mismo año.

Hoy Felipe VI y la Reina están en Ermua. Hace veinticinco años, el entonces heredero hizo una declaración con voz serena.

Luego, su padre, en los jardines de la Zarzuela, manifestó su pésame. 

Ha pasado un cuarto de siglo de aquel 10 de julio en el que Miguel Ángel Blanco fue secuestrado y, dos días después, asesinado, aunque su muerte se certificó el 13 de julio. 

«Su cuerpo descansa en Galicia, en Foramontaos (Orense), a donde fue trasladado porque en Ermua su tumba fue varias veces profanada» 

Su cuerpo descansa en Galicia, la tierra natal de su familia. En el pueblo orensano de Foramontaos, a donde fue trasladado porque en Ermua su tumba fue varias veces profanada. 

Miguel Blanco, su padre, falleció en Vitoria el 12 de marzo de 2020 y solo unos días después, su madre, Consuelo Garrido —el 1 de abril— en Madrid. Se fueron juntos. 

Los asesinos de Miguel Ángel Blanco fueron juzgados en 2006. Uno de ellos —José Luis Geresta, alias ‘Oker’— había fallecido antes. 

A ‘Txapote’ y a ‘Amaia’, la Audiencia Nacional les condenó a 50 años de prisión. A Ibón Muñoa, a 33. 

La sentencia dijo: «Resulta difícil pensar en una forma de causar la muerte más alevosa que la ocasionada a una víctima que tras más de 24 horas de doloroso cautiverio, se encuentra de espaldas, sujeta por uno de los miembros del comando, con las manos atadas, y a la que se le propinan dos disparos de arma en la cabeza».

No sé que ha pasado con esa pareja de criminales. O mejor, no quiero saber. 

Cinco meses después vine a Madrid con mi mujer y mis tres hijos.

Veinticinco años han pasado y la noticia ingenuamente esperanzada de mi interlocutor («director, ¡está vivo») se ha convertido en realidad. 

Miguel Ángel Blanco Garrido, vive. Porque su muerte fue una redención colectiva.