¿Es posible que unos gobernantes impávidos ante el ridículo al que les somete un socio tan improbable como Chávez, se tornen tan sensibles ante los abucheos de unas docenas de ineducados asistentes a un desfile? Tal vez en La Moncloa se estén preguntando por la clave del éxito del presidente Piñera.
El gran Moratinos había puesto en marcha su política de firmeza para exigir a Venezuela «una respuesta definitiva» sobre el asunto Cubillas. En un ejercicio de natación sincronizada, el fiscal general del Estado, anunció: «En este asunto vamos a llegar hasta el fondo […]. O se le detiene o se le juzga». El presidente de la Audiencia Nacional, Ángel Juanes, se sumó al equipo y a la disyuntiva: «Es lo que se espera de un país que tiene buenas relaciones con España».
El principal interpelado -a quien Felipe González definió en abril de 2002: «Por los votos o por las botas, Chávez es un autoritario que liquida las libertades»- ha dado una respuesta, parece que definitiva, aunque no sé yo si a gusto de los interpelantes: «A palabras necias, oídos absolutamente sordos», mientras chicoleaba con la reportera: «¿Cómo te llamas tú? Cada día hay más jóvenes periodistas. Yo a ti no te conocía, bienvenida. ¿Tú eres venezolana? ¿dónde naciste tú?», y en este plan.
Cuando empezó a investigarse el caso el pasado mes de marzo, Chávez hizo el siguiente corte de mangas al presidente Zapatero: «No tenemos nada que explicarte, compadre», mientras su canciller Maduro decía que el juez Velasco estaba «vinculado con la mafia de Aznar». Ninguna respuesta del Gobierno español. Ayer, mientras los teletipos repicaban alegres el último insulto de este subproducto de cuartel venezolano, el ministro Caamaño invitaba a un pelillos a la mar: «No [hay que] polemizar en exceso» con la actuación de Venezuela, ni dar importancia a «declaraciones concretas». O sea, no os fijéis en sus hechos ni en sus palabras; lo único de interés son nuestras opiniones: los etarras no podrán quedarse. «Y ahora puedes tú saber/ cómo se puede ofender/ a dos poderes a la vez», cantaría poco más o menos Antonio Machín. «Y no estar loco».
El colofón es que la fiscalía venezolana sí ha admitido a trámite la denuncia del etarra Cubillas para que se investigue si sus camaradas Atristrain y Besance fueron torturados.
¿Es posible que unos gobernantes impávidos ante el ridículo al que les somete un socio tan improbable como Chávez, se tornen tan sensibles ante los abucheos de unas docenas, centenas, si se quiere, de ineducados asistentes a un desfile? Hombre, no compare usted. Los de la Castellana eran unos desgarramantas, gentuza de la extrema derecha, a la que hay que meter en cintura. Quienes nos insultan en Caracas son en cambio nuestros iguales, la revolución bolivariana; no hay color.
Tal vez en La Moncloa se estén preguntando por la clave del éxito de Piñera. Es muy fácil: ha sabido dirigir a todo un país en una crisis, dar la cara, representarlo en el exterior con dignidad, hacerse con los medios técnicos que necesitaba y terminar la tarea. Los chilenos han reconocido a su dirigente y se han reconocido en el respeto internacional que se han granjeado todos en estos dos meses. Por eso, Piñera es hoy sentido como el presidente de todos los chilenos.
Por mi parte, estoy a favor de la propuesta inicial de Carme Chacón. Urge un protocolo para impedir nuevas humillaciones al Gobierno de España, aunque no debemos confundirnos: una cosa es el protocolo y otra muy distinta es el proctólogo.
Santiago González, EL MUNDO, 15/10/2010