Cuando todo parece descabalarse, siempre se agradece, aunque parezca un breve sueño navideño, que, al menos, Felipe VI esté en su sitio cuando pocos lo hacen. Principalmente quienes desempeñan puestos capitales en la gobernación. De una u otra manera, con la limitación de no poderse mover más allá de la estrechez de una loseta, su discurso de Nochebuena siempre resulta cálido como anoche a quienes, como en su histórico mensaje del 3 de octubre de 2017, les traslada, dicho de una u otra manera, que no están solos aunque sientan la orfandad de aquellos a los que su egoísmo partidista les hace desentenderse de los valores que forjaron la Transición y la España constitucional. Nada fácil en un mundo en el que un loco hace muchos locos, mientras que un sabio hace pocos sabios.
No por casualidad, las dos Constituciones más longevas de España -la de la Restauración de 1876 (47 años de vida) y la de la Transición de 1978 (45)- se hiñeron con la misma masa madre y discurrieron por el doble rail del pacto entre conservadores y liberales o de conservadores y socialdemócratas, descarrilando cuando se apartaron de esas vías inauguradas, la una con el Pacto del Pardo entre Cánovas y Sagasta y la otra con el Pacto de la Transición entre UCD y PSOE del que ahora reniegan los socialistas volviendo a las andadas guerracivilistas. Por eso fue tan revelador como triste lo acaecido este Viernes de la Lotería de Navidad, sin premio gordo ni siquiera consuelo de pedrea, entre los líderes de los dos primeros partidos de España.
Tras la cita trampa entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, cabe llegar a pareja conclusión del crítico teatral neoyorquino que asistió a un estreno indigno, a su juicio, de figurar en la gran cartelera del mundo. Desfogando su disgusto, aporreó con rudeza el teclado de la máquina de escribir y amartilló una reseña de línea y media: “Anoche se estrenó la obra… ¿Por qué?”. Sin duda, resultó un sin “por qué” para Feijóo ante un fatuo Sánchez al que sus mil y un asesores ha debido sugerir que imite a Isabel Pantoja y su “¡dientes, dientes, que eso es lo que les jode!”.
Si ya en la oposición argüía aquello de “no es no, y cuantas veces le tengo que repetir que no” a un Rajoy tachado de “indecente”, no va a transigir ahora en nada que no le reporte mayor poder -en este caso, en el ámbito judicial- embarcado en un cambio del régimen con los separatistas y que entrega -como prenda- la Alcaldía de Pamplona a los bilduetarras mintiendo como habitúa. Por eso, tras acudir Feijóo a la capital navarra a protestar contra la moción de censura que se ejecuta este 28 de diciembre, el jefe de la oposición debía haberse abstenido de ir al velorio con quien perpetra esta gran inocentada luego de que el PP proporcionara al PSOE la Alcaldía de Vitoria para que no cayera del lado filoetarra, al igual que en Barcelona en perjuicio de Junts.
Un sin “por qué” que careció, además, de un “para qué”. No en vano, Feijóo le regala a Sánchez una foto para que, cuando se retrate con el prófugo Puigdemont, el golpista Junqueras y el etarra Otegui, se arrogue el talante de dialogante tras levantar un muro en su investidura que enladrilla el Pacto del Tinell de hace veinte años del PSC y ERC para que el PP no gobernara ni en Cataluña ni fuera. Cuando se alza un muro, sólo cabe echarlo abajo. Contemporizando por un mal entendido sentido de Estado con quien se afana en destrozarlo, se naturaliza el entreguismo de Sánchez a los enemigos de la democracia y de España.
Feijóo ha tentado la suerte para que no le digan lo que dirán de todas maneras quienes no sólo buscan sabotear la alternancia, sino su existencia misma
Ante ello, Feijóo debe mostrarse resuelto a liderar la resistencia constitucional. Como apuntaba las últimas semanas con su presencia en las movilizaciones ciudadanas, con sus catilinarias contra Sánchez y con su armadura de un grupo parlamentario con portavoces que hace tragar saliva en la bancada azul. Como en política, el tiempo es más primordial que en gramática, su encuentro se revela extemporáneo al coincidir con el acelerón de Sánchez en su corrosivo proceso para que, cuando se acerque el tornado electoral (comicios gallegos, vascos y europeos) le pille a cubierto frente a un electorado con memoria de pez. Si la primera vez que Sánchez engañó a Feijóo, negociando con el PP la renovación del Consejo General del Poder Judicial, mientras le negaba que fuera a despenalizar la sedición y abaratar la malversación, la culpa fue del Gobierno; ahora es suya. Ese escorpión ya clavó su aguijón a Casado tras ayudarle a vadear el río en votaciones claves en el Covid y ahora Feijóo ha tentado la suerte para que no le digan lo que dirán de todas maneras quienes no sólo buscan sabotear la alternancia, sino su existencia misma.
Sánchez no es un hombre de negociación, sino de pago de peajes sin medir el precio mientras le permita sumar trienios en La Moncloa. En ese trance, no cabe arrancada de caballo y parada de burro abandonando el ímpetu inicial para frenarse en seco a merced del palo o la zanahoria gubernamental. De hacerlo, Feijóo perpetuará a Sánchez en La Moncloa. Incluso si España queda reducida a una especie de ínsula Barataria dominada por un tirano que intercambia votos por territorios como cromos. Tras engañarlo por sistema y del trato vejatorio que le infligió en su investidura fallida, enviando en su lugar al broncas Puente, al que luego ha premiado con un Ministerio para que siga ejerciendo de Portacoz, Feijóo tendría que haber puesto pie en pared.
Sánchez solo pretende usar a Feijóo como telón de fondo que normalice sus planes rupturistas, por lo que no se entiende que hacía sentado al lado de quien conservará el envoltorio de la foto arrojando a la papelera el resto
Así, al promover la amnistía en su ganancia y la de sus socios, en detrimento del Estado de Derecho y en perjuicio de sus servidores que pasan a ser delincuentes en vez de los golpistas del 1-O, de avasallar la independencia judicial, de extraterritorializar la soberanía nacional en una mesa en Ginebra con un mediador internacional, de colonizar las instituciones como colocaderos del PSOE, de trocar la diplomacia española en agrupación socialista y de asaltar Telefónica como punta de lanza dentro del IBEX, Feijóo debiera haberle dicho de entrada no. Mucho más cuando, dándole la vuelta a los versos de Lorca, se muestra blando con las espuelas secesionistas y duro con las espigas constitucionalistas.
Así a los requerimientos imperativos de asistencia debiera haberle rebatido Feijóo que marchara con esos ademanes a Puigdemont, a Junqueras o a Otegui, pero no a él. Sánchez solo pretende usar a Feijóo como telón de fondo que normalice sus planes rupturistas, por lo que no se entiende qué hacía sentado al lado de quien conservará el envoltorio de la foto arrojando a la papelera el resto, esto es, que Feijóo se quede con la perra gorra que él ya validará esa instantánea como un cheque en blanco al portador.
Visto lo visto, el líder del PP debería haber mantenido el temple del párroco aquel de la localidad onubense de Beas al que sus feligreses no cejaban de rogarle que sacara en rogativa a la Patrona contra la pertinaz sequía. Hastiado, dio su brazo a torcer. Eso sí, para que luego nadie se llevara a engaño y derivara en porfías de fe, apostilló como el que remacha un clavo torcido: “Si queréis sacar a la Virgen, sacadla; allá vosotros, pero que sepáis que el tiempo no está pá llover. Luego no me vengáis con leches”.
Aquella retranca cazurra de don José, ducho en la teología del seminario y en la meteorología de las cabañuelas de agosto, debiera haberla adoptado Feijóo al ver cómo le apremiaba -sin educación ni contención- Sánchez con que era de primero de democracia acudir a la emboscada. Siendo una meridiana majadería como que Sánchez accediera a reunirse en Las Cortes, como si no lo hubieran hecho con sus socios y antes que él casi todos los presidentes, lo que es de primero de negociación es que Feijóo hubiera establecido como condición “sine qua non” paralizar la tramitación de la amnistía y la moción de censura de Pamplona, como explicitó en el documento que le entregó ya sentados, o se hubiera negociado antes un acuerdo y, en función del desenlace, determinar el floreo. Así actúan sus socios con Sánchez y así se verificó la víspera en la enésima claudicación del inquilino de La Moncloa con Aragonés. Éste, por cierto, le dio trato –y él se prestó- de visitante extranjero, a la par que desplumaba la Hacienda e imponía el catalán en la Administración estatal, mientras la Generalitat proscribe el español como ha corroborado esta semana una misión europea.
Junto a la devastación del Estado de Derecho y de la unidad nacional por quienes parasitan como sanguijuelas la debilidad de un Sánchez que les debe el Gobierno y la posibilidad de gobernar cada día, se combina con el saqueo del Estado por un PSOE convertido en agencia de colocación. Para preservarse la paz interna de una militancia a la que remunera con nómina oficial, Sánchez hace realidad el deseo que le transmitía su tía al ascensorista interpretado por Cantinflas en una de sus películas: “¡Ojalá la vida te coloque, no donde des, sino donde agarres!”. Oído su anhelo, se libró del sube y baja del montacargas y se encaramó a un acomodo cimero desde el sótano de su existencia. Si aquel sueño cinematográfico tenía su gracia merced a la capacidad de hacer reír del cómico mexicano, ésta otra no la tiene para un contribuyente esquilmado y que contempla como se dilapida su dinero como botín de guerra.
Telefónica pasa, con su primer siglo de vida, de las Matilde franquistas -venta de participaciones de la entonces empresa estatal popularizadas por el actor López Vázquez en televisión- al Periquín sanchista para que éste haga y deshaga
Ello sugiere lo peor en el asalto gubernamental a Telefónica endeudando el Estado para que regulador y regulado estén en las mismas manos y cualquier desvarío se refrende. Con el ardid de estabilizar una multinacional española bien gestionada por Álvarez-Pallete, puede politizársela al máximo, si es que no se le confiere el mando a algún amigote de Sánchez, de igual manera que la mayoría de las Cajas feneció con la martingala de democratizar su gestión con una nefanda ley de 1985 que las privatizó para lucro y disfrute de los partidos. Rememorando un programa radiofónico del ayer “Matilde, Perico y Periquín”, Telefónica pasa, con su primer siglo de vida, de las Matilde franquistas -venta de participaciones de la entonces empresa estatal popularizadas por el actor López Vázquez en televisión- al Periquín sanchista para que éste haga y deshaga.
Tras caer en la encerrona tendida por Sánchez, aunque no mordiera el queso, lo cual hubiera sido mortal, pero regalándole el comodín de la foto y poner en evidencia el bloqueo del último bastión que se le resiste como es el judicial, a Feijóo más le valdría desplegar la sagaz inteligencia del privado al que su rey puso a prueba. Le entregó un carnero al que debía darle de comer todo lo que quisiera y devolvérselo flaco al mes. Tras mucho cavilar, hizo construir dos jaulas juntas. Al carnero le daba su cumplida ración y al lobo lo tenía ayuno, de forma que sacaba su zarpa entre las rejas cada vez que el carnero se arrimaba a la comanda. Temeroso de la cercanía de su enemigo, la comida le hacía tan mal provecho que se quedó en los huesos.
Aquel alcaide cumplió lo mandado sin perder la gracia real. Pero, si un Feijóo que entiende de lluvias no vio venir que no estaba de llover para entrevistarse con Sánchez, como si se apercibió el trabucaire párroco onubense, va a tener que aguzar el ingenio para salir bien librado del brete en que se encuentra en medio de una España sanchista en tránsito hacia no se sabe bien dónde como reflejaba anoche el rostro de honda preocupación de Felipe VI.