EL MUNDO 03/06/14
EDITORIAL
Cuando el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, comunicó a los ciudadanos ayer a las 10:32 que el Rey abdicaba la Corona en Don Felipe todos supimos que terminaba una etapa en la Historia de España. El debate sobre la sucesión de Don Juan Carlos estaba sobre la mesa, pero nadie se esperaba que se fuera a producir en este momento. Después de un periodo muy complicado que empezó con su accidente de caza en Botsuana, la recuperación física del Monarca había propiciado también un aumento de su actividad institucional, como se ha visto en los tres viajes que ha realizado a países árabes en los últimos dos meses. Quienes están cerca de él saben que se había propuesto relanzar la imagen de la Monarquía y estaba empeñado en ello. El Rey había manifestado a sus íntimos que tenía mucha ilusión por acudir al desfile del Día de las Fuerzas Armadas del próximo domingo.
Hay que alabar este esfuerzo del Rey por intentar proteger la imagen de la Corona en los últimos años. La salud de Su Majestad y sus relaciones personales por un lado, y sobre todo, el escándalo del caso Nóos, que ha afectado de lleno a la Infanta Cristina y a su marido, Iñaki Urdangarin, han socavado el prestigio de la institución. Precisamente el juez que lleva el proceso, José Castro, podría imputar a la hija del Rey en las próximas semanas. Pero no sería justo examinar su labor por los años finales de su reinado. La reciente muerte de Adolfo Suárez nos ha servido a todos los españoles para recordar aquellos episodios de nuestra Historia. Fue el Monarca quien impulsó el tránsito de la dictadura a la democracia, y él mismo quien la defendió el 23 de febrero de 1981. Don Juan Carlos encarnó en aquellos difíciles años la imagen de un país que se volvía a abrir al mundo. Ahora que está de moda hablar de Marca España, nadie duda de que el Rey fue el mejor embajador de la nación en el último cuarto del siglo XX. Por todo ello, el análisis ante la abdicación del Rey sólo debe tener dos palabras: ¡Gracias, Majestad!
Un sistema en entredicho
A partir de aquí, cabe preguntarse en qué circunstancias se produce la renuncia. Como decíamos, el desprestigio de la Monarquía ha ido creciendo con el paso del tiempo y el resto de las instituciones está en los niveles de popularidad más bajos desde el inicio de la democracia. El Poder Judicial se encuentra en entredicho por la intervención que ha sufrido por los políticos. Los partidos se muestran cercados por la corrupción y la mala gestión de sus dirigentes, mientras que ni los sindicatos se salvan de los escándalos financieros. A ello hay que añadir el desafío soberanista lanzado por la Generalitat de Cataluña, al que se va sumando también el País Vasco.
Los resultados de las últimas elecciones europeas han sido la gran encuesta que ha puesto negro sobre blanco la realidad española: los partidos mayoritarios –y soportes básicos de la Corona– han sufrido una sangría de votos sin precedentes a costa del crecimiento de formaciones radicales, de izquierda e independentistas, que desde luego no cuentan con la Monarquía en el modelo de Estado que propugnan. «La larga y profunda crisis económica que padecemos ha dejado serias cicatrices en el tejido social pero también nos está señalando un camino de futuro cargado de esperanza. Estos difíciles años nos han permitido hacer un balance autocrítico de nuestros errores y de nuestras limitaciones como sociedad», dijo el Rey en su discurso institucional.
Las primeras reacciones políticas fueron un exponente de la difícil encrucijada que vive el país. Mientras que el PP y el PSOE respaldaban la decisión del Rey y manifestaban su apoyo al Príncipe, Artur Mas afirmaba desde Cataluña que la abdicación no frenaba el proceso independentista. Por su parte, Izquierda Unida, Podemos y Equo –los ganadores morales de las europeas, no lo olvidemos– reclamaron un referéndum sobre la república y llamaron a los españoles a manifestarse a favor de esa consulta en las principales ciudades. La participación en las convocatorias no fue masiva, pero la protesta indica que Don Felipe asumirá la Corona en condiciones difíciles.
Éste es el panorama, no demasiado alentador, que se va a encontrar el Príncipe Felipe cuando suba al trono. Desde EL MUNDO hemos defendido en los últimos meses la conveniencia del relevo porque Don Felipe –junto con la Reina– representa lo mejor de la Corona en estos momentos. Es una persona muy bien formada e informada, leal y profesional, que, como se vio por ejemplo en la defensa de la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos de 2020, tiene altura ya de Jefe de Estado. Por eso creemos que es la mejor garantía para que la Monarquía pueda recuperar el nivel de prestigio que tuvo durante muchos años. No es una tarea fácil cuando la mayoría de los jóvenes consideran a la institución como algo caduco y desconectado de un mundo en el que la meritocracia es la forma de alcanzar altos niveles de responsabilidad. Y esas críticas se quedan no sólo en la Corona, sino que el desapego se extiende al modelo político y social instaurado por la Constitución que impulsó Don Juan Carlos.
Transformar el país
El Príncipe podría recomponer esta difícil situación y le será más fácil hacerlo con la ayuda de todos los implicados. Ha dado muestras de personalidad. No ha querido repetir errores pasados y rehusó entrar en la componenda del matrimonio de conveniencia con una mujer de sangre real. Don Felipe es un hombre de su tiempo que, mutatis mutandis, se va a encontrar una situación similar a la de su padre hace 39 años. Si Don Juan Carlos tuvo que inventarse una
Monarquía parlamentaria moderna en España en 1975, Don Felipe tendrá que reinventarla. El país se encuentra en estos momentos en una encrucijada. Un Gobierno sin prestigio por la corrupción de la formación que lo soporta y desgastado por las difíciles medidas de ajuste que ha aplicado contra la crisis. El primer partido de la oposición, descabezado y sin norte. Las grandes formaciones nacionalistas cada vez más radicalizadas hacia el independentismo y la izquierda política que ha aprovechado la recesión económica para tirarse al monte con planteamientos utópicos pero con aceptación popular, como estamos viendo con el fenómeno Podemos.
En este mar con marejada le toca tomar el timón de la nave a Felipe VI. Repetimos que consideramos que está capacitado para virar el rumbo y enfilar el horizonte de la regeneración de la vida política que los españoles están pidiendo a gritos. «Hoy merece pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando y a afrontar con renovada intensidad y dedicación los desafíos del mañana», afirmó ayer el Rey. Don Felipe «encarna» esa nueva generación que tiene en sus manos el futuro de España. Don Juan Carlos también dijo que su abdicación es «lo mejor para España». Es el último gran servicio que ha prestado a la nación.