José María Múgica-Vozpópuli

Es de agradecer que Pedro Sánchez, este lunes, haya reconocido que su famosa carta provocara desconcierto “al no obedecer a ninguna lógica política”. Pues si el presidente del Gobierno se dedica a remitir cartas sin lógica política alguna, ya se nos dirá a qué se dedica en el cargo que ostenta. Y todo para tratar de demostrar lo que cinco días después se objetivó como una farsa: la necesidad de parar para pensar, supuestamente quebrado por el hecho de que un juzgado de instrucción de Madrid hubiera abierto unas diligencias previas en relación a su esposa.

Algo que ocurre a diario en cualquier juzgado español, la interposición de una denuncia, o una querella, contra un particular. En este caso, la esposa del presidente del gobierno en relación a sus reuniones con empresarios que después vieron sus empresas rescatadas por el gobierno. No tenemos ni idea si esos hechos son constitutivos o no de un delito de tráfico de influencias. Lo que sabemos es que la justicia está precisamente para investigarlo, y aún Dª. Begoña Gómez no ha sido citada en calidad de nada por ningún juzgado de instrucción. Lo que se hace más evidente es que esas conductas, al margen de su alcance penal o no, son cuanto menos imprudentes. Y que, dos meses después de haber comenzado a aparecer esas informaciones, ninguna, absolutamente ninguna explicación, se nos ha ofrecido a los españoles.

El caso es que este lunes compareció el Sr. Sánchez para explicar que seguía; que, en relación a la supuesta campaña contra su esposa podemos con ella. Es de imaginar que si podía con ella el lunes, también podía con ella el miércoles pasado por la tarde a la hora de escribir su insólita carta. Pero lo grave es esa mención a que su decisión de seguir es un punto y aparte (“se lo garantizo apostilló). Su llamamiento a una reflexión colectiva que “abra paso a la limpieza”, su referencia, que todo lo impregnaba a poner fin a este fango, con su apelación al poder judicial y a los medios de comunicación.

Una comparecencia tan enloquecida requiere de varias consideraciones. La primera, que hemos asistido a un espectáculo, a un paripé, desconocido en Europa occidental desde 1945; tan solo en América latina, con comedias penosas protagonizadas por Maduro Cristina Kirchner podemos encontrar un parangón semejante al de aquí.

Cuando habla el Sr. Sánchez de los bulos, de las falsedades, de las mentiras de ciertos medios de comunicación –cuyo nombre tampoco da–, debe saber que el estado de derecho posee una gran amplitud de medios de defensa frente a esos bulo

La segunda es que el presidente Sánchez ha conseguido situar su amenaza de dimisión en la prensa internacional como consecuencia de una causa contra su mujer por corrupción. Bravo, objetivo cumplido, y la imagen de España descendiendo varios peldaños.

La tercera es que, al mencionar al poder judicial y a los medios de comunicación no ha adelantado ninguna medida concreta. No sabemos si pretende cambiar las reglas del juego para la elección del Consejo General del Poder Judicial, de manera que en Europa acabemos como la iliberal Hungría o la Polonia de su gobierno anterior felizmente fenecido; es decir, en un escarnio permanente de un país crecientemente iliberal. Otro tanto sucede con los medios de comunicación, ¿qué se pretende? Ninguna respuesta concreta. Tal vez un matiz: cuando habla el Sr. Sánchez de los bulos, de las falsedades, de las mentiras de ciertos medios de comunicación –cuyo nombre tampoco da–, debe saber que el estado de derecho posee una gran amplitud de medios de defensa frente a esos bulos. La denuncia falsa está regulada en nuestro Código Penal, y cualquier persona tiene siempre derecho a perseguir penalmente a quien incurriera en una denuncia falsa. Como está en nuestro Código Penal el delito de injurias o de calumnias. Como está en nuestro ordenamiento jurídico, en el orden civil, la Ley de protección civil del derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen, nada menos que desde el año 1982; es decir, tiene múltiples vías el presidente del gobierno, su familia, o cualquier ciudadano para acudir a los tribunales justamente para combatir las falsedades, los bulos o las difamaciones si se hubieren producido.

En todo caso, existen dos reflexiones adicionales que ilustran ese incidente deplorable de esos cinco días. Aludió en su comparecencia del pasado lunes “a esa movilización social que ha influido decisivamente en mi reflexión (de quedarse)”. A la luz de lo que vimos por la televisión todos los españoles, si se produjo algo el pasado fin de semana fue justamente que no hubo ninguna movilización social. La convocatoria de Ferraz el sábado por la mañana, con asistencia de 12.000 militantes del PSOE de un censo de 170.000, más parecía la de un partido en busca de un César; las palabras pronunciadas –“que ganemos los buenos”“Pedro es el puto amo”, o “no pasarán”– producían un bochorno evidente. Nunca, ni en los peores momentos de su historia de 145 años, el PSOE había acudido a la busca de un bonapartista atolondrado en lo que se comprobó una farsa política. La otra concentración, del domingo por la tarde, frente al Congreso de los Diputados, bajo el empalagoso lema “Por amor a la democracia” reunió a unas 5.000 personas; como si los demás tuviéramos desamor por la democracia. Si a esto el presidente califica de movilización social, sólo puede obedecer a sufrir una grave alteración de la realidad, como fue iniciar su intervención del pasado lunes a las once de la mañana con un sonoro e inexplicable “Buenas tardes”.

¿Han oído a algún ministro en estos diez días transcurridos desde aquella carta hablar de un solo problema de los españoles?

Pero, con todo, lo peor de esa maniobra es la constatación de que no se gobierna, y ello desde el minuto uno de la presente legislatura. ¿Han oído a algún ministro en estos diez días transcurridos desde aquella carta hablar de un solo problema de los españoles: del estado en que se encuentran nuestros agricultores, que no hace todavía dos meses recorrían el país con sus tractoradas; del estado de la educación; de los planes concretos para edificar viviendas sociales y accesibles fundamentalmente para nuestros jóvenes; de nuestra juventud, que se queda atrás, con un paro insoportable, sin acceso a la vivienda; de la falta de productividad; de la pérdida de inversión extranjera? De lo que quieran que sea, al menos este autor no ha escuchado en diez días ni una sola palabra a ningún miembro del Gabinete ministerial que tenga que ver con los intereses reales de los españoles.

Cuando tenemos un gobierno que ni siquiera presenta un proyecto de Presupuestos Generales del Estado, con una producción legislativa próxima a la nulidad y para colmo con una ley de amnistía en tramitación que merece la desautorización radical de la inmensa mayoría de los españoles, sin planes, sin propósitos, tenemos un país sencillamente atascado. Esto se veía venir desde el primer día, atendidos los socios que para su investidura tuvo a bien buscar el Sr. Sánchez. Y así seguimos.

Y, farsas aparte, no saldremos de ese atasco en vista de la composición del Congreso de los Diputados y de los socios del Sr. Sánchez. Sencillamente, puede haber gobierno pero no se gobierna. Se pueden hacer los paripés que se quieran, pero así no se sale del atasco.

Reuniones en Suiza con Puigdemont

Tan solo, si acaso, es de agradecer que hace tiempo que no sabemos de las extravagantes reuniones del PSOE con el Sr. Puigdemont o sus emisarios en Suiza; que casi nos hemos olvidado de aquel insólito verificador salvadoreño de nombre ya afortunadamente arrinconado.

Y si se permite, un consejo al Sr. Sánchez. No se dimite a cámara lenta, ni organizando paripés. Si algún día lo hace, tome como ejemplo la dimisión del general De Gaulle, presidente de Francia, que en 1969 comunicó al pueblo francés su dimisión mediante una nota manuscrita tan sencilla como incuestionable: “Ceso de ejercer mis funciones de presidente de la República. Esta decisión toma efecto hoy a mediodía”. De verdad, cualquier otra cosa son zarandajas o sainetes sin ninguna gracia que los españoles no tenemos por qué soportar.