ABC-IGNACIO CAMACHO
Rivera colecciona errores de estrategia, pero si rectifica otra vez dirá adiós a la idea de liderar el centro-derecha
SI algo demostró Pedro Sánchez cuando convirtió el «no es no» en la palanca de relanzamiento de su carrera es que el sentimiento visceral de los votantes prevalece sobre cualquier razón por juiciosa que ésta sea. Con esa simpleza sectaria enterró al PSOE de la vieja guardia, que se hizo el harakiri con la abstención preconizada por Susana Díaz, Javier Fernández y Rubalcaba. A partir de ese momento saltaron por los aires los viejos consensos de Estado bajo el efecto imparable y recíproco del toma y daca. Ahora las bases electorales de todos los partidos no quieren darle al enemigo ni agua. Se niegan a oír hablar siquiera del concepto de «los intereses de España» porque entienden que los políticos lo utilizan sólo al servicio de sus propias tácticas. El español cabreado siente alergia a las fórmulas eclécticas o moderadas, preso de un encono al que el éxito del actual presidente ha liberado de remordimientos y ha dado alas. Ya ningún líder puede apelar al sacrificio responsable de los otros sin que se le rían en la cara: el que conceda una tregua al adversario puede dar sus aspiraciones por acabadas.
Así que cuando Sánchez ha pretendido marcarse «un Rajoy», es decir, aguantar hasta que los rivales cedan al peso sus contradicciones y debilidades, se ha encontrado con que Rivera le está haciendo a él «un Sánchez». El jefe de Ciudadanos colecciona errores de estrategia, pero sabe que si apoya la investidura puede despedirse de su sueño de liderar un centro-derecha al que intenta conquistar mediante una imagen de firmeza. Después de haber convertido el rechazo incondicional al «Doctor Fraude» (sic) en su principal promesa, otra rectificación equivaldría a colocarse él mismo en la frente el marbete desdeñoso de «veleta». Tiene que escribir su propio manual de resistencia contra las presiones del entorno, que son muchas, y contra las internas, que empiezan a surgir de su nomenclatura más proclive a entenderse con la izquierda. En Cs habita una cándida alma socialdemócrata que ha comprado el relato sanchista, según el cual son los demás quienes han de facilitarle al presidente la vida por aclamación patriótica de su natural hegemonía. Si Rivera aguanta, el tiempo le dará la razón; quizá no sea una legislatura corta, como piensa, pero al menos evitará el ridículo humillante de haber colaborado en políticas que no podrá suscribir sin avergonzarse.
El mayor riesgo que corre es el de que La Moncloa le apriete las tuercas con una oferta que asuma su programa en parte. Eso le quitaría argumentos y le abriría una crisis importante, aunque alegue que Sánchez ya no resulta –¿lo fue alguna vez?– fiable. Es rehén de sus decisiones; ha ido con ellas tan lejos que si las vuelve a modificar perderá todo crédito. En todo caso, un dirigente que tenga confianza en su proyecto siempre preferirá nuevas elecciones antes que contribuir a un mal Gobierno.