Jorge Bustos-EL MUNDO
Mira que el truco se veía a kilómetros. Mira que lo habíamos avisado. Mira que todos sabemos que en España gana la derecha únicamente cuando la izquierda se queda en casa. Mira que escribimos que Sánchez besaba cada noche un póster de Santi Abascal, cuyos mítines inflamaban al pueblo elegido tanto como movilizaban en su contra a los aterrados progres. Vox ha sido el regalo incalculable que se encontró el candidato menos querido de la historia del PSOE: fragmentó a su alternativa y aglutinó en torno a Sánchez el voto útil de la izquierda. Todo estaba sobradamente advertido, como también que a Vox la vida de escaño se le antojará bastante menos épica que las cabalgadas en campaña, así que prevemos una pronta domesticación de nuestros patrióticos jinetes, cuyo voto resultará baldío esta legislatura dada la correlación de fuerzas. Siempre podrán decir que nadie les venció en la categoría de mítines multitudinarios; los mismos mítines que sirvieron para llenar de votos las sacas socialistas como no las habrían llenado ni los mítines del PP ni los de Cs. Pero hay otra España de decibelio bajo y razón tímida que se expresa a solas en una urna, y resulta que es más numerosa.
Si en tiempos volátiles cada cita con las urnas examina también el crédito de los periódicos, podemos presumir de que el nuestro sale reforzado del 28-A. Porque ha pasado exactamente lo que dijimos que pasaría. La crisis de representatividad en la política occidental favorece la emergencia de opciones populistas que fomentan un voto expresivo, identitario, poco cerebral, si es que alguna vez se votó solo con el cerebro. Con todo, España no es por fortuna ni la América de Trump ni la Inglaterra del Brexit, y es culpa de no pocos tertulianos –sospechosamente coincidentes con el argumentario de Moncloa– haber sobredimensionado adrede la riada de Vox que finalmente se ha quedado en 24 escaños. Como tampoco fue tal la cacareada remontada de Unidas Podemos, lo que abre la puerta a un relevo en la dirección morada de tal modo que Pablo pueda al fin practicar menos el paternalismo de Estado y más el de chalé.
¿El PP? Lleva en el costado una cogida de dos trayectorias que puede matarlo. Transcurrida una década de aquel desplante de MarianoRajoy en Valencia –«Los liberales y los conservadores que se vayan al partido liberal o al conservador»–, los votantes se lo están tomando al pie de la letra. Y pronto lo harán sus cuadros, siguiendo el ejemplo de Ángel Garrido con Cs o de Henríquez de Luna con Vox. Tras la eclosión de Vox en Vistalegre, Pablo Casado ya no encontró la paz. Unos días imitaba a Abascal y otros a Rivera, pero solo el primer movimiento era el sincero y los votantes perciben esas cosas. De modo que eligieron la testosterona originaria. La catedral de Génova está en llamas como Notre Dame, quemada por la corrupción acumulada, la abulia marianista y la competencia atroz. Lo siento por Casado, un hombre íntegro y un político generoso, pero un pésimo estratega.
Y Cs. Rivera es con Sánchez el gran vencedor. Las dos Españas y sus respectivos sacripantes anticiparon durante estos meses su muerte política. Que si se equivocó con el veto al sanchismo, que si se derechizaba de más, que si Arrimadas calentaba en la banda, que si no es país para centro. Visto lo visto, alguien debería empezar a respetar –o no, porque ya se ve que no lo necesita– el instinto político del líder que ha consolidado el liberalismo progresista en las elecciones más cainitas de la historia y se dispone ahora a tomarse la revancha sobre el partido hegemónico del centroderecha que tanto le ha subestimado. Desde mañana será de facto líder de la oposición, que es lo que buscaba. Y proseguirá desde ahí su venganza contra el bipartidismo.