Pedro Sánchez anunció ayer que seguirá al frente del Gobierno demostrando que el «periodo de reflexión» que se autoconcedió era una grosera estratagema política.
Sánchez afirmó que el paréntesis abierto en la política española durante los últimos cinco días responde a «motivos personales». A continuación, contradiciéndose a sí mismo, apostilló que «esto no va del destino de un dirigente particular».
La supeditación del interés general al cálculo particular no constituye una novedad en la biografía política de Sánchez.
Pero Sánchez nunca había llevado tan lejos su modus operandi de jugar al despiste, habiendo usado como marionetas incluso a sus más fieles colaboradores del PSOE, a los que ha engañado hasta el último segundo.
Es irónico que Sánchez, conocido por sus «cambios de opinión», lamentara en su discurso que «las mentiras más groseras sustituyan el debate respetuoso y racional».
Porque si bien tiene razón cuando dice que la política se ha visto enfangada por «prácticas tóxicas inimaginables» hace unos años, también es cierto que el presidente ha sido uno de los que más ha contribuido a esa degradación.
¿O acaso hay una forma más grosera de contravenir los cánones más elementales de la ejemplaridad pública que la narrativa manufacturada por Sánchez para presentarse como víctima de una «persecución» que no es más que la crítica política, la oposición política y la vigilancia judicial propias del normal funcionamiento de un Estado de derecho?
Con su agitación de las calles para sembrar la cizaña de la discordia civil, Sánchez se ha deslizado este lunes peligrosamente por la senda que lleva del líder democrático al caudillo populista.
Ni siquiera existe la «mayoría social» que invoca el presidente. A menos que por ello entendamos su frágil bloque parlamentario o la paupérrima congregación de simpatizantes que su partido convocó el pasado fin de semana.
Sánchez consideró ayer suficiente la apelación a este fantasmagórico respaldo popular para revestirse de una renovada legitimidad social que no pasa ya por el Parlamento o las urnas, sino por una burda y embarazosa fantasía.
Por eso resulta inquietante su afirmación de que «esta decisión no supone un punto y seguido, es un punto y aparte».
Porque, como recordó Feijóo en su réplica al presidente de este lunes, el «punto y aparte» en democracia sólo puede ser el que dicten los ciudadanos en las urnas.
La sugerencia por parte de Sánchez de que hoy comienza una nueva etapa de su mandato permite deducir que se propone llevar a cabo importantes cambios legislativos.
Algo que se desprende también de su disposición a reformar la ley del CGPJ, tal y como ha confirmado en su entrevista de ayer en La 1 de TVE.
Es legítimo preguntarse, además, qué entiende el jefe del Ejecutivo por la «regeneración pendiente de nuestra democracia».
Sin duda no se referirá al uso espurio del CIS, dirigido por un socialista con carnet. Un CIS que ha ido un paso más allá en su formulación de preguntas tendenciosas con el sondeo hecho público ayer y en el que ejerce de cooperador de Sánchez al plantear si la causa abierta a Begoña Gómez «intenta hacer daño» al presidente.
Tezanos ha señalado los objetivos del «punto y aparte» de Sánchez, orientando las respuestas de los encuestados para manipular a la opinión pública y sembrar en ella la idea que la Justicia no «actúa siempre de forma imparcial» o la de que «en ocasiones se ve influida por otros poderes políticos o económicos».
En su entrevista de ayer lunes en La 1, Sánchez se mostró desquiciado y confuso. También incurrió en varias contradicciones al explicar cómo se propone conseguir que «la libertad de información no se confunda con la libertad de difamación».
Sus insistentes y obsesivas alusiones a la «prensa digital» no sólo denotan el cantinfleo errático que subyace a su propósito de la «lucha contra los bulos». También transparentan que equipara los medios digitales con la «máquina del fango».
Y eso como si el sintagma «prensa digital» no fuera en sí mismo un pleonasmo, cuando hoy la distinción entre medios en papel y digitales ha perdido todo sentido.
Lo mismo cabe decir de su señalamiento de los «medios financiados por gobiernos del PP», como si el Gobierno que él dirige no fuera la administración que más recursos dedica a las cabeceras afines.
La delimitación entre unos medios y otros apunta a que el presidente está buscando una base material para discriminar entre medios legítimos e ilegítimos, creando una categoría imaginaria que le permita perseguir a los más críticos.
Por eso, habrá que estar muy al tanto para que lo que hoy han sido amenazas veladas no se transformen en medidas represivas de la libertad de expresión.
Sánchez ha certificado esta noche que ha perdido el sentido de la realidad, como lo prueba su aseveración de que las muestras de apoyo que recibió el sábado fueron la clave para decantar su decisión de seguir en la Moncloa.
El presidente se ha propuesto «mostrar al mundo cómo se defiende la democracia».
Pero después de sus últimas declaraciones, cabe afirmar que la democracia española estaría más segura sin Sánchez.