MANUEL MONTERO-EL CORREO

  • La izquierda abertzale recurre a la estrategia emocional con una oratoria renovada, pero sin romper con su pasado

El discurso que hoy defiende la izquierda abertzale se renueva de forma acelerada, pero a su modo. Elude la cuestión fundamental, la que exige una sociedad democrática -la condena inequívoca de ETA y del terrorismo, siquiera a posteriori-, e incorpora lemas y expresiones trilladas de apariencia progresista.

Sin embargo, a veces salta un concepto corrosivo. «El daño causado por ETA está reconocido. Justo o injusto… Aquí cada cual tendrá su relato», dice una dirigente de Bildu. Olvida que la relatividad moral siempre es inmoral. Quedan definidos los límites del remozamiento al que se está sometiendo la izquierda abertzale.

Lo habitual es el guion de buenas palabras. La propuesta de una «república vasca de iguales» -¿iguales como en nuestra democracia o con unos ciudadanos más iguales que otros?- viene sazonada por tópicos: «la ciudadanía lo que quiere es la paz», «queda mucho camino por hacer», «la batalla por la memoria y el relato», «parar a la derechona»… Había «sectores que se oponían a la paz hace diez años» y siguen en las mismas, pues la noción conspirativa de la política no decae. Todo queda evanescente, victimista y con una épica atribuida a una cuadrilla imaginaria compuesta por buenos chicos que nunca han roto un plato: «ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar». Indómitos frente a la democracia, por tanto. Así que están contra «el trío de Colón», pues adoptan expresiones del sanchismo.

¿Evolución, adaptación o superchería? A las novedades retóricas no les acompañan cambios en programas, radicalidades y objetivos, por lo que podría pensarse que buscan una fachada que encaje en el panorama democrático.

No necesitarían esforzarse tanto. Las «fuerzas de progreso» -Gobierno y afines- están más que dispuestas a su blanqueamiento para justificar los cambios que quieren introducir -al menos, en la política penitenciara-, por sus pactos presupuestarios o por sus querencias. Sin embargo, tiene interés la oratoria renovada: viejos líderes, nuevos lenguajes. Aunque se hace raro que quienes mostraron complacencia con el terror y contribuyeron a las amenazas adopten ahora un discurso que a veces parece de cordero místico en un ataque de paroxismo pacifista.

Asombra oírle a Otegi que «por primera vez las nuevas generaciones vivirán con más miedo y menos derechos que las anteriores». Pues no: las generaciones castigadas por ETA padecieron miedo y vieron socavados sus derechos, por ejemplo a la vida, la libertad de expresión, etc. Hoy no sucede. El desvarío no lo justifica el contexto de la soflama -reunión de Bildu sobre el cambio climático-, revela falta de sensibilidad y suena a sarcasmo.

Lo mismo sucede con ese objetivo de «poner la paz y la vida» en el centro de la actividad política «junto a la libertad de los pueblos y la igualdad». Paz, vida, igualdad, libertad: esta gente ha cogido breada y se transfigura en el Ejército de Salvación de Euskal Herria. La palabrería lo aguanta todo.

Y recurre a la estrategia emocional. No encaja con la imagen férrea que han cultivado durante décadas. Todo sea por la moda: la emoción es el signo de los nuevos tiempos. De pronto, todo el mundo apela a las emociones para reclamar la atención. Algunos líderes lloran a poco que pueden, les emociona cualquier quisicosa.

El giro emocional nos banaliza. No extraña que Podemos entienda que la emoción es el motor de la historia, pues la emoción es el principal argumento en las redes sociales que los han visto nacer. Sí sorprende en la izquierda abertzale, de pasado aguerrido y en las antípodas de esta alteración anímica. En su campaña «¡Hazte bilkide!» -bilkide, el último neologismo- el punto de partida es la emoción que había en el Arenal hace diez años, cuando comenzaron a montar Bildu.

El argumento de la emoción acompaña a la carta que Otegi envía a los terroristas presos para que apoyen a Bildu: por la emoción que había en el Arenal y por la que al enterarse sintió él, que estaba en la cárcel. Recurren a la emoción para convencer a gente que no parece de carácter emocional. Reclaman «la fuerza de las celdas» -¿paz, vida, libertad e igualdad sobre el pasado del terror?-, lo que sugiere que los cambios retóricos son más bien cosméticos porque entre tanta emoción, no sugieren la conveniencia de revisar el pasado.

A juzgar por la superficialidad argumental que intenta normalizar el pasado violento, ha cambiado el espíritu de la época. Creíamos que el propósito era el blanqueamiento de la antigua Batasuna para admitirla en sociedad sin renegar de sus apoyos al terrorismo, pero seguramente se trata de que la democracia se adapte a la izquierda abertzale. Que demos por buena su historia violenta y aquí paz y después gloria.

Sentiremos la emoción del giro hacia una nueva democracia: la verdadera democracia, dirán.