ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC
Los «españoles hartos de pagar impuestos» agradecemos a Rivera que defienda la Constitución en vez de pastelear
CONFIESO que me he perdido, y no creo ser la única. Ignoro si Carles Puigdemont ha proclamado la independencia de Cataluña. De su intervención en el «Parlament» y del documento que firmó el martes parecía desprenderse que sí. Ahora resulta que no, al menos a efectos jurídicos. Ignoro igualmente si el Gobierno ha activado o no el artículo 155 de la Constitución, porque el presidente Rajoy no ha tenido a bien aclararlo más allá de toda duda, dejando la pelota en el tejado del (presunto) golpista. Tampoco resulta posible discernir qué significaría en la práctica la utilización de esa herramienta constitucional, dado que desde el PSOE se han apresurado a advertir que se presta a muy variadas interpretaciones y la que ellos estarían dispuestos a respaldar sería la más «light» de todas. Resumiendo: la gallina.
No sé, no sabemos muchos españoles, si la más alta representación de la Generalitat catalana ha perpetrado oficialmente un golpe de Estado o no. Nadie nos lo dice. Hemos asistido en directo a dos votaciones ilegales, prohibidas expresamente por el Tribunal Constitucional, pero estamos a la espera de que se practique alguna detención. Hemos visto cómo los Mossos d’Esquadra traicionaban el 1-O al Estado, incumpliendo las órdenes judiciales recibidas, pero son la Policía Nacional y la Guardia Civil quienes sufren ataques inicuos por parte de sediciosos que pemanecen impunes. De ellos y de sus cómplices, encuadrados en círculos, mareas, confluencias y demás interesados en que España se vaya al garete. Hemos escuchado esperanzados el valiente discurso del Rey, instando a los poderes públicos a restablecer cuanto antes el Estado de Derecho, como quien predica en el desierto. Todas las empresas del Ibex, excepto una, han abandonado Cataluña, aterradas ante el cariz que toman los acontecimientos allí, pero desde La Moncloa se repite a la ciudadanía catalana que esté tranquila, pues nada tiene que temer. ¿Por qué se van entonces con su dinero a otra parte quienes disponen de medios suficientes para hacerlo, que son una minoría? Y para remate, el debate celebrado ayer en el Congreso de los Diputados, en el trascurso del cual, merced a un reglamento absurdo, se oyeron más intervenciones favorables a la secesión o a un «dialogo» de tú a tú entre demócratas y chantajistas que defensas incondicionales del Estado de Derecho. ¡Bonito espectáculo ante los ojos del mundo! De ahí que Albert Rivera brillara en la tribuna de oradores con esta frase rotunda: «Yo juré la Constitución para defenderla en esta cámara, no para pastelear». Los «españoles hartos de pagar impuestos», entre cuya legión me cuento, agradecimos de corazón esas palabras tan firmes.
Entre la tinta de calamar lanzada al respetable votante con el ánimo de confundirlo parece abrirse paso una sospecha: Pedro Sánchez le ha salvado el cuello con su apoyo a Mariano Rajoy, amenazado de censura, y éste a su vez ha blindado al débil secretario general en Ferraz. Partido Popular y Partido Socialista han acordado no mover un dedo en relación a Cataluña si no es de la mano, a cambio de lo cual los de la gaviota aceptan abordar una reforma constitucional como respuesta (o pago) a la extorsión sediciosa. Una reforma que constituye una victoria para el líder de los socialistas, inventor de la «nación de naciones» inspiradora de esa Carta Magna. Una reforma que supondrá ulteriores cesiones y privilegios en beneficio de los separaristas, históricamente desleales, a cambio de entregar contra unas migajas de tiempo nuevas parcelas de soberanía.
Parafraseando a Churchill, si nadie remedia ese sindiós, tendremos indignidad y república catalana…