SANTIAGO GONZÁLEZ-El Mundo
Las elecciones de abril y mayo han proporcionado algunos resultados curiosos que obligan a resolver los pactos con la técnica del sudoku. Han ganado los socialistas, sobre esto caben pocas dudas, pero es mucho más difícil saber con quién van a pactar en cada sitio. Descartada la posibilidad de que el doctor Sánchez vaya a negociar gobiernos por principios, materia prima de la que carece, habrá que ver con qué acuerdos va a satisfacer sus apetencias máximas. Hará lo correcto cuando y sólo cuando lo que más le convenga coincida con la interpretación estricta de las leyes.
Los socialistas navarros, chimpún, tienen una acreditada trayectoria de ambigüedad, de navegar entre dos aguas, las reclamaciones nacionalistas y la Navarra española de UPN. Tuvo el PSN épocas de querencia españolista, como aquellas encabezadas por Urralburu y Otano, que se conformaban con robar, entre los 80 y los 90, pero que no gastaban bromas con la españolidad de Navarra. Ahora sí se gastan y son pesadas. Sánchez necesita los seis votos del PNV para su investidura y el partido-guía de los vascos le ha hecho saber que no los tendrá si por activa o por pasiva los socialistas navarros contribuyen con su voto o con su abstención a que gobierne Navarra Suma, la coalición vencedora el pasado 26 de mayo. La alternativa, carente de principios pero llena de posibilidades para Sánchez, consiste en que la socialista Chivite opte a la Presidencia con el apoyo de Geroa Bai, P’s e Izquierda-Ezkerra, siempre que EH Bildu comprometiera su abstención, que como la muerte de Sergio Leone, tiene un precio: que el PSOE apoye al candidato batasuno a la Alcaldía de Pamplona, Joseba Asirón.
Ciudadanos es uno de los tres partidos de Navarra Suma. ¿Se tomará bien la jugada de los socialistas, otra vez chimpún, en ese pacto esperpéntico? ¿Seguirán reivindicando los socialistas de buena fe su condición de partido constitucionalista y el partido naranja avalará esa supuesta condición? En estas elecciones, el partido de Albert Rivera va a tener que comerse disciplinadamente la tajante negativa a pactar con Sánchez que el inefable Villegas ha reformulado por vía de condiciones muy, muy difíciles, planteando como exigencia a los socialistas la traición a Sánchez, la renuncia a él, a sus pompas y a sus obras, como decía el catecismo de Gaspar Astete. Cosas que no pueden ser: qué socialista va a renunciar a Sánchez, que es el único activo del partido.
Rivera se ha cargado a algunos de los valores más sólidos que tenía en la cantera, especialmente en Baleares: al diputado Fernando Navarro y a su portavoz en el Parlamento autonómico, Xavier Pericay, que además era padre fundador. Y todo para entenderse con Armengol. Ha descabezado a su partido como bastión de resistencia constitucional en Cataluña, al llevar al Congreso a Arrimadas, aunque ha acertado al nombrarla portavoz, pero también es sorprendente que Paco Igea se haya inclinado por hacer presidente de Castilla y León a Luis Tudanca, que no va a abjurar del doctor Fraude y que era notoriamente un sanchista de primera hora. Igea fue, además, víctima del pucherazo organizado por la dirección en las primarias en contra de él y a favor de Silvia Clemente, un talento del PP. Hoy se reúne la Ejecutiva de Cs y luego se sentarán con su socio preferente, el PP, a ver qué da de sí.
La imprevisibilidad de la correlación entre promesas de campaña, resultados electorales y pactos de gobierno, y el empeño con el que mienten todos los partidos, tiene una solución: elecciones a doble vuelta, que las mayorías suficientes para gobernar las compongan los ciudadanos con sus votos.