Isabel San Sebastián, ABC, 12/7/12
El espíritu de Miguel Ángel padece un nuevo ultraje con este fallo del Tribunal de Estrasburgo
HOY hace quince años que cayó abatido en un monte guipuzcoano Miguel Ángel Blanco tras soportar cuarenta y ocho horas de tortura inicua y recibir dos tiros en la nuca disparados por la espalda a bocajarro, como es costumbre arraigada en los sicarios etarras. El joven concejal de Ermua no tenía vocación de héroe, ni aspiraba en modo alguno a convertirse en mártir, ni entrego su vida por una causa. Se la robaron los mismos que todavía ahora se niegan obstinadamente a condenar su asesinato; los Errekondos cuyo silencio resuena en el Congreso con el estruendo de un coche bomba, incapaces de responder afirmativamente a una pregunta tan sencilla como si deploran o no ese crimen, porque hacerlo sería tanto como renegar de sí mismos y de la serpiente y el hacha que les han llevado hasta donde están. Hasta la consecución de un poder que jamás habrían alcanzado de no trepar hasta él sobre un montón de cadáveres, apoyándose en la cobardía de cuantos han preferido negociar con el terror que plantarle cara.
Miguel Ángel no ha visto crecer a sus hijos ni envejecer a sus padres, aunque su nombre fue durante largo tiempo símbolo de rebelión democrática. Un símbolo muy a su pesar, pues seguro que habría preferido ser un hombre cualquiera. Ni más ni menos que un hombre, con todo un futuro por vivir. A cambio de esa renuncia impuesta, su localidad natal se convirtió en sinónimo de resistencia frente a la coacción. En espíritu que ha ido perdiendo fuerza hasta morir de consunción, sepultado por toneladas de mentiras y cesiones vergonzantes. Por ese «proceso de paz» que ha permitido al número dos del Ayuntamiento de San Sebastián amenazar de muerte a unos chavales cuyo «delito» era llevar la bandera española, a la vez que daba «vivas» a ETA en las calles que gobiernan los suyos; los integrantes del brazo político de la organización terrorista. Un espíritu destruido por un gobierno traidor que dejó minas sembradas hasta en el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, donde el catedrático Luis López Guerra, de incuestionable adscripción socialista y larga trayectoria de servicios a ese partido bajo cuyas siglas fue diputado autonómico y secretario de Estado de Justicia, ha firmado una sentencia que constituye un balón de oxígeno para la banda armada y un misil en la línea de flotación de la defensa articulada por el Estado español frente a quienes quieren acabar con él. Un hachazo probablemente mortal a la «doctrina Parot», gracias a la cual siguen encarcelados algunos de los verdugos más sanguinarios de esta banda de psicópatas fanáticos que ahora se disponen a salir en tropel habiendo pagado en muchos casos menos de un año de prisión por cada vida arrebatada. Un tercer disparo en la nuca de Miguel Ángel, cuyo espíritu, al igual que el de todos y cada uno de los muertos inocentes que ha dejado tras de sí la barbarie etarra, padece con este fallo un nuevo ultraje.
El Gobierno de Mariano Rajoy, que anda embarcado en la tarea de salvar a España a costa de quemarse a lo bonzo en la hoguera de los recortes, ha garantizado que recurrirá este desatino judicial, mantendrá encerrada a la etarra beneficiaria de la generosidad de Sus Señorías defensoras de los derechos humanos de los victimarios, que no de las víctimas, y perseverará en la interpretación legal que merma la impunidad de los terroristas al privarles de libertad al menos durante treinta años. Confiemos en que así sea. Porque una Nación que inclina dócilmente la cabeza ante el verdugo y se deja vejar sin defenderse, no es digna de llamarse España ni de seguir existiendo. Y desde luego no merece que nadie arriesgue el pellejo por ella.
Isabel San Sebastián, ABC, 12/7/12