Javier Elzo, EL CORREO, 20/5/12
El orgullo p0r su pasado violento es, desde una perspectiva de convivencia y reconciliación, la actitud más negativa de un exmiembro de ETA. La pregunta es qué se puede hacer para minorar hasta donde sea posible estos planteamientos
Hace muchos años, no recuerdo cuándo, dónde, ni a propósito de qué, escribí algo sobre cómo los terroristas contarían a sus hijos y nietos, cuando ETA fuera historia, las acciones en las que habían participado, particularmente en asesinatos. Es una cuestión escasamente abordada que, sin embargo, va más allá de lo que suponga para la relación paterno-filial en el caso de un padre terrorista. Cómo se aborde este tema es también importante para la perpetuación de la justificación del terrorismo y de la convivencia, no digamos reconciliación, en una sociedad como la vasca que ha coexistido, tantas décadas, con la violencia, particularmente con la violencia terrorista.
El año pasado publiqué unas líneas sobre este tema en una de mis columnas de los sábados en ‘El Diario Vasco’ (04/06/2011). Lo hice en base a una novela de Bernhard Schlink, (’El fin de semana’, Anagrama 2011), donde relata la figura de un terrorista de la Banda Baader Meinhof con cuatro asesinatos en su espalda que sale de la cárcel, después de veintitantos años, indultado por el presidente de la República. Le espera su hermana mayor, un viernes por la mañana, y le notifica que van a un caserón a pasar el fin de semana, adonde ha invitado a antiguos colegas del terrorista que, entre tanto, han hecho su vida, perfectamente integrados en la sociedad alemana.
Ya la novela muy avanzada aparece en la reunión, de sorpresa, el hijo del terrorista. Su padre dando cuenta de su comportamiento, le dice que «uno no puede enfrentarse al sistema que utiliza la violencia sin emplear la violencia», aunque poco después reconocerá haber cometido errores. Entonces su hijo le pregunta: «Si ves las cosas de esa manera, ¿en qué te equivocaste y dónde cometiste esos ‘errores’, como tú los llamas?». «En las víctimas –responde su padre–. En una lucha que no conduce al éxito no es justificable que se produzcan víctimas». Le replica su hijo: «Pero si con vuestras acciones hubiérais desencadenado la revolución en Alemania, en Europa o en el mundo entero, ¿eso justificaría las víctimas?». El padre le responde: «Si con la revolución hubiéramos logrado un mundo mejor y más justo, claro que las justificaría». «¿Víctimas inocentes?», le espeta el hijo. «También este mundo infame e injusto en el que vivimos origina víctimas inocentes», concluye el padre. (Pág. 200).
Recientemente Ángel Amigo me envió un DVD con una película de próximo estreno, ‘El cazador de dragones’, escrita y producida por él mismo, que aborda este tema en el contexto de la ETA de los poli-milis. Les aconsejo su visionado cuando salga pues aborda con sensibilidad e inteligencia el tema de cómo un padre cuenta a su hijo su pasado terrorista. En ese contexto conversé un buen rato con él y con Luis Rodríguez Aizpeolea, que reprodujo, fielmente, parte de esa conversación en su medio habitual de comunicación (El País 03/05/12). Las líneas que siguen no son sino una prolongación, inconclusa, de tales reflexiones.
Aunque sin base empírica, lo subrayo, señalaría cuatro actitudes distintas de los padres hacia sus hijos, o nietos, a la hora de hablar de su pasado terrorista en ETA, que daría lugar a otras tantas tipologías de personas cuando reflexionan sobre su pasado en la organización. Las definiría con los términos de arrepentimiento, ocultación, justificación y orgullo.
La figura del arrepentido es la de quien, echando la vista atrás en su vida de militante de ETA, no solamente reconoce su error, confiesa que estaba equivocado en las opciones que adoptó en su momento, reconoce el daño causado y pide perdón a sus víctimas. Ante sus hijos también reconoce sin ambages su error y espera de su comprensión y perdón.
La segunda figura es la de quien, sea por temor a enfrentarse a la incomprensión de sus descendientes, sea por vergüenza que le resulta difícil superar, intenta ocultar su pasado o procura que no se hable de él. Son las zonas oscuras en su vida personal, de las que se está más o menos orgulloso, y no convencido de que se errara en el comportamiento y actitud básicas, pero que se desea que no se escarbe demasiado. Parece que es la actitud mayoritaria en muchos nazis, incluso miembros de las SS. Un libro reciente (Martin Davidson, ‘El nazi perfecto’. Anagrama, 2012) escrito por un nieto que descubre, ya su abuelo muerto, que fue un nazi convencido que intentó ocultarlo, muestra claramente este proceder.
La tercera figura responde a la de quien justifica lo que hizo en razón del contexto en el que actuaron. Es una figura muy común entre nosotros. No doy, intencionadamente, ejemplos concretos. Valga, a título de ilustración, esta reflexión
Javier Elzo, EL CORREO, 20/5/12