José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Azurmendi no logró pasar de la categoría de ‘traidor’ para aquellos que por miedo, indolencia ética, conveniencia o convicción, militan en el error moral de contemplar los crímenes etarras como consecuencia necesaria de un ‘conflicto’
La muerte del antropólogo vasco Mikel Azurmendi causa desolación, aunque su fallecimiento se produjera a poco de cumplir 79 años el pasado sábado, fulminado por un ataque cardíaco en su huerta de Igueldo. Fue un etarra de primera hora en los años sesenta. Abandonó la banda cuando, además de rechazar la violencia, la dirección le ordenó perpetrar un asesinato. A partir de la conciencia del mal que representa todo terrorismo, Azurmendi creció en una enorme humanidad, en una feracidad extraordinaria de sentimientos fraternales, en una —sin duda excesiva— inculpación por su juvenil participación en la ETA inicial con expresiones de amargura que recogió en su biografía ‘Ensayo y error’ (Almuzara, 2016).
Fue un ciudadano íntegro. Un vasco que nos hizo sentir a los otros el orgullo de serlo. Un académico que pasó por universidades extranjeras con éxito, mientras en la nuestra del País Vasco se le acosaba por la izquierda ‘abertzale’ de una forma inmisericorde, constante y cruel, hasta el punto de que se marchó asqueado de nuestra tierra a Estados Unidos no por miedo sino por hastío. Dejó su impronta en el Foro de Ermua y en ¡Basta Ya! Y colaboró a materializar un cuerpo de doctrina que ha impugnado para siempre el nacionalismo complaciente con el terror y a los ejecutores de la muerte, el chantaje y la destrucción.
Mikel Azurmendi engrosó ese grupo de ‘traidores’ tan bien trazados en su evolución personal en el documental de Jon Viar del mismo título en el que el padre del director, Iñaki Viar, explica a su hijo las razones por las que abandonó ETA después de integrarse con convicción en la banda. Mario Onaindia también fue un ‘traidor’ y lo son todos aquellos —no importan los ocho apellidos vascos de su linaje— que se miraron a sí mismos y, además de renegar de sus actos a tiempo, decidieron dar la batalla de la dignidad. Ese fue el caso de Mikel Azurmendi. Como el de Teo Uriarte, condenado a muerte en consejo de guerra en 1970, que lleva décadas alzándose en referencia de una solvencia moral y democrática impecables.
Por alguna razón, Mikel Azurmendi se dedicó a la antropología. Hablé poco con él, pero le aprecié con un especial respeto. En una de nuestras conversaciones, breves y contundentes, me confesó que la antropología le había ayudado a entender la razón por la que la violencia nacionalista fue asumida por la sociedad vasca como una especie de siniestro histórico inevitable fruto de una profunda perturbación moral. Su obra ‘La herida patriótica’ (Taurus, 1998) resultó para muchos de mi generación un ensayo necesario y lúcido del desvarío por el que atravesó —y no ha superado— el nacionalismo vasco y, en particular, el llamado ‘mundo de ETA’. Azurmendi se empleó a fondo en ese texto y contempló lo que ocurría en nuestro país como «una macabra farsa vasca».
Le invité a que escribiese en ‘El Correo’ —en los años noventa— y luego en ‘ABC‘ —en los primeros de este siglo—, lo que aceptó, publicando en ambos periódicos, también en otros, unos artículos quirúrgicos, encorajinados y audaces que removían conciencias e invitaban a la reflexión más profunda. No consiguió, sin embargo, pasar de la categoría de ‘traidor’ para aquellos que, por miedo, por indolencia ética, por conveniencia o por convicción, militan en el error moral de seguir contemplando los crímenes etarras como consecuencia necesaria de un ‘conflicto’. Son esos que hoy musitan ante la desaparición de Azurmendi: «Un traidor menos».
La actualidad del mensaje de Mikel Azurmendi se rescata de sus últimos textos en prensa. Su vida le alcanzó a ver el final ‘operativo’ de ETA, el liderazgo de Otegi al frente de Bildu y a Aizpurua en el Congreso de los Diputados. No fue indiferente, pese a su cansancio vital, a lo que ocurría en España. Una de sus últimas advertencias a todos fue la que publicó en el diario ‘La Razón’ el 5 de mayo de 2018, bajo el título «ETA no ha sido derrotada políticamente». Decía, entre otras cosas, lo siguiente:
«El futuro del País vasco no es nada halagüeño. El futuro de la izquierda ‘abertzale’ no se presenta como una regeneración susceptible de reconsiderar las razones por las que apoyó activamente el terrorismo. Hoy mantiene las mismas que le condujeron a apoyar el asesinato y activarse en la delación y la ‘kale borroka’. La izquierda ‘abertzale’ sigue siendo una organización de escisión de la sociedad vasca por medios institucionales a base de sembrar el odio, la discriminación y la mentira; y es partidaria de tan radical imposición lingüística como la que aquí se dio en los tiempos de la Dictadura franquista. El nacionalismo en su conjunto no ha visto todavía que eso es una violación de la libertad y de los derechos de la persona. El PNV apuesta fuerte por olvidarlo todo mediante la falaz evocación de equiparar este destrozo social con un supuesto sacrificio originario de los vascos en Gernika a manos de España… y un suave tirón de orejas a la izquierda ‘abertzale’. En cualquier caso, este final teatral de ETA se halla en las antípodas de posibilitar a los miles y miles de ex etarras su rehabilitación como seres humanos, como seres compungidos por lo que hicieron.
La cuestión sobre ETA queda planteada en saber si proseguirá nuestra permisividad con las ideologías del quebrantamiento de las instituciones de la convivencia. Si seguiremos aceptando como legítima la política nacional-populista de romper el Estado de derecho. La ciudadanía no ha tomado conciencia de que las instituciones son el bien común casi único del que hoy disponemos para anclar nuestras existencias personales y repartir el bien social de educación, sanidad, justicia e igualdad de oportunidades».
Hay advertencias que no requieren de apostillas. Como la anterior de Azurmendi, que reposa ya en la levedad de una tierra a la que amó tanto que quiso redimirla de sus excrecencias morales, éticas y políticas. A la que no solo no fue ‘traidor’ sino a la que sirvió con la integridad leal del auténtico ciudadano. Descanse Mikel en la paz que él propugnó como resultado de la justicia.