Jorge Vilches-Vozpópuli
Quien diga que no lo veía venir, miente. Tarde o temprano íbamos a ver a los representantes del ‘partido de la gente’ en un banquillo
La diferencia entre Podemos y los demócratas es que los segundos defendemos la presunción de inocencia. En la más rancia tradición comunista, trufada ahora de populismo, la culpabilidad era una cuestión de conveniencia en el discurso político, de retórica y demagogia para movilizar a los iracundos. Podemos, y en especial los ahora imputados o sospechosos, como Juanma del Olmo, Rafa Mayoral y Juan Carlos Monedero, ocuparon su tiempo en demoler uno de los pilares de una democracia liberal: el habeas corpus.
El partido de Iglesias y sus spin-off, como Compromís, En Común, En Marea o Adelante Andalucía, sacaron nombres, fotos, comisión de investigación y organizaron campañas contra personas del PP de Mariano Rajoy. Todo aquel odio calculado generó un clima de violencia que condenó a los citados por anticipado solo porque el “partido de la gente” quería atraer votos.
Lo que importaba, tal y como expone el ahora imputado Juanma del Olmo en su libro ‘La política por otros medios‘ (2018), y creador del ‘Tramabús‘, era conectar con una percepción de la gente y convertirla en un mensaje. La verdad no importaba porque era la guerra, como tampoco importaba, al parecer, de dónde procedía el dinero para esas campañas, si su gasto era legal, y sí había sobresueldos o no.
Quien diga que no lo veía venir, miente. Tarde o temprano íbamos a ver a los representantes del ‘partido de la gente’ en un banquillo. Eran demasiadas noticias desde su inicio sobre financiación opaca, muchos vínculos con dictaduras, con la creación de fundaciones y empresas para recibir dinero, y programas de televisión extraordinariamente bien pagados a pesar de su poca audiencia.
El grado de frustración de esa gente corresponde a la deriva de un partido que decía que venía a transformar las cosas, pero que se ha convertido en una empresa familiar, una agencia de colocación
Cualquiera que conozca a votantes de Podemos, incluso a alguno de sus dirigentes o antiguos cargos, sabe lo que está pasando por sus cabezas desde hace tiempo. “Nos engañaron”, “Me fui porque no lo vi claro”, o “Ahora encaja lo de Galapagar”. El grado de frustración de esa gente corresponde a la deriva de un partido que decía que venía a transformar las cosas, pero que se ha convertido en una empresa familiar, una agencia de colocación y un pingüe negocio.
Personas sin salida en la vida profesional, profesores muy mediocres y licenciados sin futuro encontraron de repente que podían convertirse en millonarios si accedían a ser títeres de otros, trapichear y hacer demagogia. Agitar, propagar y cobrar. El momento populista era eso: aprovechar la desesperación de la gente para montar un negocio. Esa era la trama, con su conexión internacional, el capitalismo de amiguetes y las puertas giratorias a costa de emponzoñar la política española.
‘Políticos en el banquillo’
Porque, ¿cuál ha sido el resultado práctico de la existencia de Podemos desde 2014? Inestabilidad gubernamental, deterioro de la convivencia, pacto con independentistas, golpistas y filoetarras, y enriquecimiento de sus promotores. Tanto Gramsci, Zizek, Laclau, Negri y Chantal Mouffe; tantas hegemonías, núcleos irradiadores y poder constituyente; tantas diatribas contra el ‘neoliberalismo’ y la casta, para acabar con cajas B de sobresueldos y de financiación irregular. Todo presunto, claro.
La hemeroteca a este respecto es brutal. Solo citaré cuatro ejemplos. Pablo Iglesias sostuvo entre 2016 y 2019 ilegalizar al PP por tener, declaró en La Sexta, “políticos sentados en el banquillo de los acusados por corrupción”. En el debate televisivo de 2016, a pregunta de Vicente Vallés sobre la corrupción dijo “A apertura de juicio oral, dimisión”.
El caso Dina, al fondo
Iglesias planteó después la formación en el Congreso de una comisión de Investigación permanente sobre la corrupción, que ahora, con el caso Dina, se niega a formar porque le incumbe personalmente. No contento con esto, en julio de 2020 dijo en Cuatro que el PP era una organización delictiva. “¿Y saben -sentenció- cómo se les llama a los miembros de una organización delictiva? Delincuentes”.
Los demócratas, vuelvo al principio, pensamos que la presunción de inocencia es un pilar básico de un sistema de convivencia. Podemos y sus aledaños mediáticos quisieron demoler ese derecho fundamental porque era necesario para imponer su concepción de la política como conflicto continuo. Para eso no repararon en fondos, medios ni formas, y por esto se les va a juzgar. Sin embargo, no habrá ‘Tramabús’ para Podemos. No somos como ellos.