ABC 04/05/17
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Sánchez es una víctima dócil, inerme, dispuesta a ofrecer el cuello mansamente a sus colmillos
HACE bien Javier Fernández, custodio temporal de las esencias socialistas, desoyendo los cantos de sirena podemitas. Los abrazos de Pablo Iglesias siempre son el del oso. Sus copas rebosan ponzoña. La mano que tiende ansía doblegar, someter, nunca ayudar a construir. Porque Iglesias no busca alianzas encaminadas a poner en marcha determinadas políticas, ni mucho menos amigos. Iglesias persigue el poder y lo quiere para él solo. Todo lo demás es instrumental. Todos los demás, peones de brega.
Acierta el veterano asturiano, curtido en mil batallas locales contra lo que respira a su izquierda, al desconfiar de un tiburón que ya ha devorado sin esfuerzo hasta el último despojo de Izquierda Unida y ahora pretende hacer lo propio con el PSOE. Un vampiro experto en chupar la sangre de cualquiera que se le acerque, empezando por sus compañeros de filas, para solaz y alimento de su insaciable egolatría. Fernández le ha visto venir de lejos con su propuesta de moción de censura a Rajoy y ha contestado al señuelo como merecía un cebo tan burdo: con una sabia mezcla de inteligencia, cautela y desprecio. Un «zasca en toda la boca», según el lenguaje primario empleado por las huestes que mueve a su antojo el de la coleta en las redes sociales que enseñorea.
El guardián de la calle ferraz, muy mermada de fuerzas tras la desastrosa presidencia de Zapatero y la delirante gestión de Pedro Sánchez, ha olido la trampa al instante. Y es que a Pablo Iglesias le importa una higa la corrupción del PP y no digamos la limpieza o eficacia de unas instituciones que no dudaría en llenar de amiguetes y «amiguetas» apesebrados y apesebradas, como ha hecho allá donde la ceguera del PSOE sanchista le regaló el bastón de mando tras las elecciones de 2015. Lo que pretende el vampiro con su oferta envenenada es forzar al PSOE a dar un paso suicida o bien dejarlo en evidencia ante el electorado de izquierdas con el fin de sustituirlo como alternativa al PP. Es decir, fagocitarlo, liquidarlo, arrebatarle el flujo vital en toda España, tal como ha logrado hacer ya en Madrid, a juzgar por las últimas encuestas conocidas, que relegan al socialismo a la cuarta posición, por detrás de Ciudadanos, a la vez que elevan al partido de los círculos al segundo escalón del podio.
No es casual en modo alguno que Podemos llame a sus bases a manifestarse en favor de esa moción fracasada precisamente el veinte de mayo, víspera de las primarias socialistas. Iglesias busca, como es costumbre acendrada en el chavismo del que aprendió, escenificar en la calle una fuerza que las urnas le niegan, además de mostrar la cercanía entre su programa y el de Sánchez, quien ha declarado públicamente su disposición a descabalgar a Rajoy del Gobierno a cualquier coste, incluido el de renegar de la Constitución y la indisoluble unidad de la Nación española, echándose en brazos de Podemos y Ezquerra Republicana. Su campaña interna ha consistido en repetir «no es no», reprochando a sus compañeros que dejaran gobernar a la formación ganadora en dos comicios consecutivos, en lugar de permitirle tejer ese pacto de perdedores. ¿Cómo no va a echar el resto Iglesias para tratar de encumbrarlo hasta la secretaría general del PSOE, cuando frente a él se alza una Susana Díaz que en Andalucía optó por entenderse con los de Rivera pudiendo haberse casado con la alegre muchachada del «Quichi»? Sánchez es, claramente, el candidato de Iglesias. Una víctima mucho más dócil, inerme, dispuesta a ofrecer el cuello mansamente a sus colmillos.