IGNACIO CAMACHO-ABC
- Puigdemont ha enseñado que para tratar con Sánchez se necesitan testigos dado su singular concepto de los compromisos
Un relator. Eso es lo que debería exigir Feijóo para reunirse con Sánchez. Un verificador neutral, si es que en la escena pública española queda alguien capaz de moverse en ambientes imparciales, que constate la existencia de un agujero en el famoso muro y levante acta de lo que hablen. Ni siquiera hace falta que sea extranjero como el que vela por el chalaneo con los insurrectos catalanes; bastaría con que se tratase de un compatriota ‘no alineado’ con cierta conciencia responsable. Es la profesión de futuro para la que deberían de formarse los aspirantes a graduados en Ciencias Políticas o Sociales, una especie de diplomacia interna con diferentes especialidades en negociaciones secretas, citas protocolarias o entrevistas institucionales. Incluso cabría pensar en la creación de un cuerpo específico de «acompañantes» adiestrados en técnicas eficaces para desbloquear asuntos empantanados por las tiranteces bipolares.
La renovación del poder judicial, por ejemplo. Se elige un mediador fiable, un jurista experto o un político retirado con prestigio y crédito a salvo de sospechas de alineamiento, y se le encierra junto a Bolaños y González Pons en una sala del Congreso con orden de no salir hasta tener aprobada una lista de candidatos de consenso. No por el método habitual de repartirse las vocalías según un mero porcentaje aritmético sino mediante el ejercicio recíproco del derecho de veto, que es el espíritu que latía en los legisladores del actual procedimiento: ni tuyos ni míos, profesionales del Derecho propuestos por sus compañeros, con trayectoria independiente y capacidad de trazar acuerdos. Y si no hay ‘fumata blanca’ se cambia de portavoces y de árbitro y a empezar de nuevo. Fácil no iba a resultar en este clima de desencuentro, pero quedaría de manifiesto si los grandes partidos otorgan a la cuestión suficiente importante para hacer un esfuerzo.
Lo del presidente y el líder de la oposición tiene trazas más complicadas porque hasta los sanchistas más recalcitrantes convendrán en que la palabra del jefe del Gobierno sufre un cierto déficit. Digamos que su relación con la coherencia y la voluntad de compromiso está algo viciada o encaja poco y mal en la costumbre estándar. Es menester un ‘hombre bueno’ que rebaje la tensión y conduzca la conversación por fuera de los habituales ámbitos de discrepancia; algún tema habrá –aunque ahora no se me ocurre ninguno– sobre el que ambos dirigentes puedan mantener una charla sin lanzarse reproches a la cara. La simple presencia de un tercero impediría al menos que luego trasladasen a la opinión ciudadana una versión sesgada. Y sí, la fórmula sonaría bastante rara, pero no más que pactar en Suiza la amnistía de un delincuente huido de España. Que salga otra vez Nadia Calviño a explicar si esa clase de tratos bajo manta forman parte de las enseñanzas de primer curso de democracia.