EL MUNDO 15/07/13
SANTIAGO GONZÁLEZ
Empieza a cundir un aire de fin de fiesta en la democracia del 78, un «decidme de una vez si no fue alegre todo aquello», aquel verso de Rafael Alberti. Los mensajes de Rajoy a Bárcenas no constituyen en sí mismos prueba de delito pero, aunque carezcan de relevancia penal, sí la tienen política. El presidente, como el chófer de los Sternwood, al decir de Philip Marlowe, «no tenía las amistades adecuadas».
Hay una deslegitimación política notable de un Gobierno que estrenó mayoría absoluta hace sólo 20 meses. La oposición se ha lanzado en tromba pidiendo, bien nuevas elecciones, bien dimisión del presidente y nueva investidura. Nicolás Redondo lo expresó con imagen precisa en la tertulia de Herrera: «Todos los partidos reaccionan igual ante la corrupción ajena: como tiburones ante la sangre». La mirada introspectiva requiere una actitud que no se cultiva en estos pagos. Oriol Junqueras, gran español a fuer de catalán exagerado, ha barrido para casa: «Las embajadas catalanas cuestan una octava parte de lo que Bárcenas ha robado».
Puede, pero debería objetársele que el presunto robo de Bárcenas no justifica ninguna malversación adicional de dinero público, aunque fuera pequeña. Por otra parte, para hacerse entender mejor en Catalunya, sería preferible que cuantificara el chorizamen en pujoles convertibles.
La corrupción en España representa siempre el mismo auto sacramental, con papeles intercambiables. Los mensajes de Bárcenas son el principio de un goteo que empezará a partir de hoy y que en la práctica va a suponer el hundimiento del sistema por ausencia de alternativa. El partido principal de la oposición aún tiene pendiente su catarsis por el fracaso del zapaterismo. Hace más de un año que debió celebrarse un congreso extraordinario, esa conferencia política que les espera en otoño.
Quizá por eso, el secretario Rubalcaba, que a pesar de su edad no ha aprendido a repartir las culpas, dijo que «el Gobierno está sentado sobre tres volcanes en erupción: el paro, Bárcenas y Cataluña», sin pensar en que en el primero y el tercero le corresponde una gran responsabilidad a su partido. Además, lo dice después de una reunión demostrativa de hasta qué punto el volcán catalán (título de rap) es cosa suya, con la pretensión fallida de Pere Navarro de que los diputados del PSC puedan votar en el Congreso a su aire sobre asuntos catalanes, un toque de independencia, aromas de Montserrat. Para más inri, la foto que ilustra la reunión del sábado del Comité Federal muestra a un Rubalcaba feliz, junto a la X de los ERE, que también es el presidente de su partido.
Un volcán para cada culo sería una asignación más adecuada, distributivamente hablando. Lo explicaba, cómo no, una magistral secuencia de La vida de Brian, hilarante epítome de la vida política española: los reos pasan en fila junto al gran Michael Palin que, vestido de romano, pregunta solícitamente: «¿Crucifixión? ¿Sí? bien, salga por esa puerta, alinéese a la izquierda, una cruz por persona». Rajoy ya tiene la suya.