Luis Ventoso-El Debate
  • Ver al presidente del Gobierno señalando desde su televisión pública al juez que investiga a su mujer es una estampa impropia de una democracia

Aunque no es exactamente mi idea de velada agradable, por obligación profesional he visto la entrevista a un demacrado Pedro Sánchez que le hizo Pepa Bueno en su debut en el Telediario. El tono de la interrogadora era más bien genuflexo, hasta el extremo de que en un momento dado, al hablar de los casos de corrupción de su familia, el propio Sánchez le dijo a la periodista que quedaba autorizada a decir que se refería a «mi mujer y mi hermano». Son las cosas que ocurren cuando el entrevistador debe el empleo que está estrenando precisamente al dedazo de su entrevistado.

Aun así hubo un raro momento de periodismo de verdad. Llegó cuando le mostraron a Sánchez un vídeo de hemeroteca en el que él pedía moción de confianza y elecciones anticipadas si el Gobierno de Rajoy no lograba aprobar sus presupuestos. Cualquiera se pondría rojo como un tomate ante semejante incongruencia, pues él lleva dos años sin presupuestos. Pero ahí vimos en estado puro lo que es Sanchez. Encajó la pillada impertérrito, se escabulló con una palabrería hueca a lo Cantinflas -con perdón para el ilustre cómico- y a otra cosa.

Todos mis amigos que con cierta querencia masoca estaban viendo la entrevista me comentaban lo mismo en sus guasaps: «Este tío está hecho papilla». Y es cierto que su aspecto físico llamaba la atención. El largo relajo en el búnker-palacio de Lanzarote no ha mejorado su estado físico. Los días de tumbona y escaqueo lo han dejado con la faz de color marrón, pero se le ve chupado cual galgo famélico y la edad se le ha echado encima de repente. Además se percibía el precio psíquico de la montaña de mugre sobre la que malamente flota: mirada huidiza, extrañas muecas con la boca, la sonrisa más forzada que nunca. A ratos incluso estuvo a punto de asomar su conocido pronto colérico, que se esforzó en frenar con más risitas postizas.

El resumen de la charleta, pues fue más eso que una entrevista al uso, podría titularse así: Un zombi político con los peores instintos. Se vio a un mandatario gastado, sin ideas, instalado en sus muletillas del catecismo «progresista». A los diez minutos de la entrevista recibí un telefonazo de mi casi nonagenaria madre para chotearse, enfadada, de su monserga exculpatoria con «la emergencia climática». «Pero qué cara le echa. Como que no hacía calor en la aldea cuando yo era niña…», me decía desde la atalaya del sentido común.

Se vio también a un político que tiene madera de autócrata, algo que ya sabíamos. Jamás en mi vida había visto a un presidente español señalando y desacreditando desde la televisión pública estatal a un juez, en este caso el que investiga la corrupción que salpica a su mujer. A Sánchez no se le ocurrió nada mejor que lanzarse a acosar desde la televisión al juez Peinado, y lo hizo solo un minuto después de haber afirmado muy serio el «respeto total a la justicia» de él y su Gobierno. Magnífico también su argumento de por qué no debe dimitir el fiscal que está en el banquillo: «Porque es inocente», zanjó Sánchez. ¿Y quién establece de manera preventiva tal inocencia? Pues el autócrata que ordena y manda.

No deberíamos habernos acostumbrado a esos recitales de indignidad moral y política. A esta supina tomadura de pelo envuelta en salmodia santurrona y huera. La entrevistadora, en uno de sus raros raptos de periodismo, le preguntó si Illa iba a ver a Puigdmeont hoy a Waterloo para arreglarle a él lo de los presupuestos. La risa de Sánchez negándolo merece que vayan rodando ya el Joker 3.

Un personaje en las últimas, que resiste porque tiene en su mano el aparato del Estado y lo usa sin escrúpulo alguno -se ha hecho hasta con el control de Telefónica- y porque ha montado un cordón televisivo que le permite divulgar su mensaje apocalíptico contra la derecha. Pero lo que se vio el lunes en su tele amiga es lo que sospechábamos: era un pato cojo, como dice la jerga política americana de los presidentes ya de salida, pero la corrupción lo ha convertido en un pato laqueado. Está quemado. Ya no hay entrevista de cámara que pueda vender una mercancía tan averiada.

Hágase un favor, Sánchez, márchese.