JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR-EL CORREO

Historiador, especialista en el mundo árabe/ islámico contemporáneo

  • Bin Salmán desaira a Biden en favor de un socio del enemigo iraní

Desde 1945, la alianza entre Estados Unidos y Arabia Saudí ha sido una referencia inamovible de la geopolítica mundial, Sin embargo, ese entendimiento parece tan deteriorado que los saudíes se muestran amistosos con Putin aun tras invadir Ucrania. Es obvio que pretenden elevar los precios del petróleo, pero también opera lo que, en un reciente artículo del IEEE, Pardo de Santayana ha denominado «la rebelión del sur global»: Los países del Tercer Mundo aprovechan la guerra de Ucrania para marcar distancias con Occidente. Por eso Marruecos contrata centrales atómicas con Rusia en vez de con Francia o EE UU. Pero en el caso saudí, existen factores adicionales.

Estados Unidos garantiza la defensa de la monarquía saudí a cambio de una política exterior pronorteamericana, y de que el petróleo lo extrajese un consorcio de grandes compañías estadounidenses llamado Aramco. El acuerdo ha funcionado durante tres cuartos de siglo, aunque no sin tensiones recurrentes por el reparto de los beneficios -culminando en la crisis del petróleo de 1973-, por el inamovible apoyo norteamericano a Israel o por el contumaz respaldo saudí a todos los integristas islámicos, cuanto más bestias, mejor.

Pero la divergencia decisiva ha brotado del miedo y del odio saudí contra Irán. Es un miedo racional por el creciente poder de un vecino hostil, pero también un odio irracional, por el sectarismo wahabí contra los iraníes, musulmanes también, pero chiíes duodecimanos.

Cuando comparamos la lista de la capacidad industrial militar de todos los países árabes de la zona -básicamente, un folio en blanco- con la producción militar iraní, que es capaz incluso de suministrar a Putin drones y otros materiales relativamente sofisticados, se ve el creciente desequilibrio de poder entre ambas partes. La población de Irán duplica la suma de los saudíes y los restantes emiratos, con el agravante de que el 42% son inmigrantes explotados y discriminados, de manera que no se puede contar con ellos para luchar.

Como remate, la intervención saudí en la guerra civil de Yemen solo ha servido para confirmar lo que ya se sabía desde la guerra de Kuwait: tras décadas de esfuerzos norteamericanos en entrenamiento y asesoramiento, y de gastar trillones en Defensa, las tropas saudíes no valen un disparo. En realidad, están indefensos.

En el pasado, Irak permitía a los árabes del Golfo Pérsico mantener un equilibrio de poder con Irán. Por eso, los saudíes presionaron a los norteamericanos para que no rematasen a Sadam Hussein en 1991. La invasión norteamericana de Irak en 2003 reventó ese esquema geopolítico, pero los saudíes lo aceptaron a regañadientes creyendo que los iraníes iban a ser los siguientes. Cuando se hizo evidente que tal cosa no iba a suceder, algo se rompió en el eje Washington-Riad, y roto sigue.

La crisis se ha ido enconando, por irónico que parezca, bajo un líder que parecía prooccidental y reformista: el príncipe heredero Mohamed bin Salmán. Las negociaciones para un acuerdo nuclear entre Occidente e Irán enervan y desesperan a Bin Salmán. Cualquier insinuación norteamericana para firmar un ‘Acuerdo de Abraham’ con Israel es algo mucho peor que un ultraje para el wahabismo imperante en el reino saudí.

Por su parte, los norteamericanos tienen cada vez peor opinión de Bin Salmán. Asesinar en un consulado saudí al periodista Jamal Kashoggi fue una bestialidad que ni siquiera Putin, Hitler o Stalin habrían cometido. La incompetencia solo genera desprecio, y los saudíes han demostrado una extraordinaria incompetencia en Yemen.

En última instancia, Bin Salmán pretende gobernar como lo hace Putin: concentración absoluta del poder en manos del líder máximo. La voluntad arbitraria del gobernante como única base de Derecho. Represión indiscriminada contra cualquier disidencia. Por lo tanto es lógico que Bin Salmán vea a Putin como un modelo a imitar y que se entiendan bien.

El presidente Biden siempre se ha mostrado muy crítico con Bin Salmán, pero la guerra de Ucrania le ha obligado a tragarse sus palabras. El saudí ha incrementado su humillación negándole el incremento que solicitaba en la producción de petróleo. El resultado es que Biden amenaza a su exaliado con duras sanciones, y este intenta contemporizar donando ayuda humanitaria a Ucrania por 400 millones, lo que no debe engañarnos porque eso es calderilla para los saudíes.

Sin embargo, la ¿estrategia? de Bin Salmán es un callejón sin salida a medio plazo: Rusia carece de la capacidad de defender a los indefensos saudíes, aparte de que Putin es el gran aliado del archienemigo iraní. En esto, como en otros asuntos, Bin Salmán nos demuestra que ser enérgico y autoritario no significa ser competente, prudente o demostrar amplitud de miras.