EL MUNDO – 06/05/16 – EDITORIAL
· «Cuécete en tu salsa llena de estrellas rojas, pero no te acerques». Pablo Iglesias se despachaba así en junio pasado en una entrevista contra Alberto Garzón, líder de Izquierda Unida. El secretario general de Podemos atemperó esta mueca de desprecio hacia la coalición izquierdista en la campaña de las generales de diciembre. Sin embargo, la dureza de sus palabras y el enojo con el que las bases de Izquierda Unida recibieron el trato denigrante de Iglesias hicieron imposible la formación de una candidatura unitaria. Cuatro meses después del 20-D, los militantes de IU avalaron ayer por una amplia mayoría del 84,5% concurrir en las próximas elecciones del 26 de junio en alianza con Podemos.
Este movimiento puede ser decisivo para cambiar no sólo la hegemonía de la izquierda, sino para dar un vuelco al tablero político que surja de las urnas. La alianza aprobada no es una integración de Izquierda Unida en Podemos, ni tampoco una federación política. Es una coalición electoral cuyo objetivo prioritario es dar el sorpasso al PSOE y, de esta manera, armar una alternativa capaz de desbancar al PP desde la izquierda radical, superando el objetivo demoscópico del centro, que es donde tradicionalmente se han ganado las elecciones en España. Los populares no tardaron ayer en recoger este guante y varios de sus portavoces se encargaron de recordar que el acuerdo supone un pacto de «la extrema izquierda de toda la vida» o de «los viejos comunistas de siempre».
Lo cierto es que el pacto alcanzado, además de polarizar el debate, tendrá como efecto inevitable la liquidación de las siglas de Izquierda Unida, que diluirá a sus candidatos en una lista conjunta y se convertirá –tal como subrayó Gaspar Llamazares el pasado martes en EL MUNDO– en un «satélite de un partido populista». Además, la alianza hace descarrilar definitivamente el anhelo expresado por la cúpula de Podemos de superar la añeja dicotomía izquierda-derecha con una fuerza transversal que barra al PSOE sin llevar colgada la etiqueta del postcomunismo. Ahora esto ya no será posible porque el aliado de Podemos es una formación política que alienta el marxismo y que condensa en su recetario algunos de los dogmas más desfasados de la izquierda europea, como un caduco intervencionismo y unas políticas de gasto que llevarían la economía del país hasta el colapso. Pablo Iglesias no podrá mantener desde ahora el disfraz del centroizquierda.
El largo camino para el frente común de la izquierda aún está por sellar. Es evidente que el bajón en las expectativas electorales de Podemos ha hecho modular su postura a Iglesias. En cualquier caso, sorprende que la dirección de IU se abrace con tanto fervor a una fuerza política que no ha dudado en despreciar sus siglas y su trayectoria. Sólo un 28% del censo de militantes participó en la votación. Y los 16.953 afiliados que votaron sí representan apenas el 24% del total de 70.000 que estaban convocados a las urnas. Esto significa que sólo uno de cada cinco afiliados de IU apoyó expresamente la confluencia con el partido de Iglesias.
Y ello en un contexto en el que Podemos e IU aún no han pactado ni las listas, ni un programa común, ni la gestión posterior de un eventual grupo parlamentario compartido. Las negociaciones con Podemos –presididas por un secretismo incompatible con la retórica de transparencia de sus dirigentes–, aún no se han cerrado. Sin embargo, el entreguismo de IU no es más que la constatación de su fracaso en las últimas décadas, cuya presencia se ha desdibujado en diferentes etapas y gobiernos, ya sea como apéndice del PSOE o como correa de transmisión de otras fuerzas minoritarias en algunas comunidades autónomas.
El reflejo del pacto entre IU y Podemos el 26-J está por ver. Pero, extrapolando los resultados de diciembre, ambas formaciones podrían sumar los escaños suficientes para adelantar a los socialistas. Podemos obtuvo cinco millones de sufragios el 20-D, mientras IU se quedó en uno. El PSOE superó en tan solo 300.000 votos a la formación morada. Si se repitieran estos resultados, la izquierda radical podría no sólo mermar la representación de Ciudadanos en las circunscripciones que reparten menos escaños, sino desbancar al PSOE como primera fuerza de la izquierda.
De producirse este hecho, las consecuencias para el país serían nefastas. Primero porque daría alas a un conglomerado cuyo fin es destruir las reformas que han permitido situar a España en la senda del crecimiento. Y, segundo, porque convertiría a un partido como el PSOE en un actor, si no marginal, sí irrelevante, lo que supondría un riesgo sistémico.
EL MUNDO – 06/05/16 – EDITORIAL