- Queremos que la gente visualice que estamos dispuestos a pensar y trabajar en y por la política vasca de otra manera. Pero sobre todo con autonomía real desde el País Vasco y con fidelidad a prueba de bombas a la Constitución de 1978.
Un grupo de ciudadanos vascos responsables y preocupados por la deriva política de la última década, tras el final del terrorismo etarra, venimos reuniéndonos últimamente para reflexionar sobre la forma de romper esa inercia en la que parece haber caído la sociedad vasca, según la cual nos abocamos a que, más pronto que tarde el nacionalismo nos coloque entre la espada y la pared, como ha ocurrido en los últimos años en Cataluña.
Nuestra referencia y nuestro único horizonte posible de actuación es la Constitución de 1978, aprobada por la inmensa mayoría del pueblo español en referéndum. Ese fue el mayor hito de convivencia de la sociedad española en toda su historia contemporánea, entendiendo por tal el periodo que se abre en 1812 y que puso a España en la modernidad política. De entonces para acá, nunca hubo un mayor consenso entre los españoles que con la Constitución de 1978. Es por eso que nos declaramos conservadores sin reservas de nuestro mayor y más inclusivo pacto de convivencia.
El actual presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, desde que en 2018 alcanzó el poder, en lugar de buscar un consenso de moderación y centralidad, ha llevado al PSOE a pactar con todas las fuerzas nacionalistas y de extrema izquierda que están radicalmente en contra de la Constitución de 1978. De modo que las demás opciones parlamentarias de centro y de derecha se encuentran en la tesitura de tener que defender la Constitución sin contar con uno de los principales partidos políticos que contribuyó a su redacción y aprobación, como fue el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra, lo cual en el País Vasco resulta catastrófico, dada la extrema debilidad de la derecha no nacionalista.
No obstante, la razón de fondo que explica esta penuria del constitucionalismo vasco actual proviene de los efectos del terrorismo etarra durante cincuenta años, y que ha producido en nuestra sociedad un auténtico síndrome de Estocolmo, según el cual a los que sembraron el terror y destruyeron las bases de nuestra convivencia les debemos de estar agradecidos porque hace diez años, por la actuación intensa y sacrificada de las fuerzas de seguridad del Estado, se vieron obligados a tener que dejar de amargarnos la vida.
«El esquema político vasco se ha consolidado con la labor del nacionalismo radical en su papel de conseguidor en Madrid»
Sobre el efecto continuado del terrorismo hay que mencionar dos factores más. Primero, un nacionalismo llamado moderado, representado por el PNV, que ha desarrollado una concepción de la política profesionalizada al máximo y construyendo sus bases electorales desde los municipios más pequeños y por medio de un clientelismo cada vez más diversificado y tupido, favorecido por su control presupuestario de las instituciones.
Segundo, un Estado español que sólo se preocupó de combatir el terrorismo en sus aspectos puramente delincuenciales, descuidando completamente su presencia política, social y cultural en el País Vasco. Y aún peor, favoreciendo de paso el ascendiente del PNV sobre el País Vasco al convertirlo en interlocutor privilegiado y sostenedor de los gobiernos, tanto del PSOE como del PP. Y aún peor, con unos partidos estatales que siempre trataron a sus sucursales en el País Vasco como partidos de segunda, dejando al PNV que los puenteara continuamente para negociar directamente con sus líderes en Madrid.
Con este panorama, ¿a quién iba a apoyar masivamente la población vasca? Obviamente, al nacionalismo en general y al PNV en particular. Porque era quien mejor le podía representar ante Madrid, porque era el partido que creaba clientela, que aseguraba salir en las listas electorales. Porque era una auténtica fábrica política al servicio de los intereses exclusivos del país. Y porque daba refugio seguro ante las arremetidas del nacionalismo radical.
Y este esquema político vasco se ha consolidado de tal manera, y ha creado una inercia tan irresistible, que el fin del terrorismo no sólo no lo ha alterado sino que lo ha reforzado, añadiendo ahora además la labor del nacionalismo radical en su papel de conseguidor en Madrid para todo lo que tiene que ver con las necesidades de su entorno de presos y su potente entramado cultural y lingüístico, necesitado de ayuda económica constante, ya que compitiendo en un mercado libre de concurrencia cultural no duraría ni un telediario.
«En el resto de España viven más personas con apellido vasco que en el propio País Vasco»
Todo es artificial en el País Vasco actual, todo es impostado, todo es ficticio. Todo es un espejismo. Empezando por la simple consideración del País Vasco como escenario de convivencia de un pueblo ancestral. Basta con profundizar en algunos de sus rasgos demográficos. En el resto de España viven más personas con apellido vasco que en el propio País Vasco, por efecto de la intensa convivencia entre lo vasco y el resto de España durante siglos.
Lo que pasa es que en el propio País Vasco, con lo pequeño que es territorialmente hablando, hay mayor concentración demográfica. Pero, aun así, las personas con dos apellidos autóctonos son menos del 20% del total de vascos. Y luego a este porcentaje minoritario se le privilegia mediante un cribado no escrito, que hace que ocupen los puestos más representativos de la política, empezando por el lehendakari y siguiendo por parlamentarios, junteros, diputados generales, alcaldes y concejales.
Todos los partidos políticos buscan líderes con apellidos autóctonos para dar apariencia de vasquidad, el último el PSE con Eneko Andueza. Pero resulta que más de un 50% de la población vasca actual no tiene ninguno de los dos primeros apellidos autóctonos.
Esto es lo que denominamos espejismo identitario, según el cual los autóctonos se creen que son la mayoría del país y actúan como si efectivamente lo fueran, mientras que los procedentes de la gran inmigración española del siglo XX se creen que son una minoría que se tiene que integrar. Este espejismo identitario también ha calado en el resto de España, donde nos ven como los nacionalistas quieren que nos vean. Y lo mismo pasa en Cataluña.
«Queremos que la gente visualice que estamos dispuestos a pensar y a trabajar en y por la política vasca de otra manera»
La población vasca en general ha vivido tras el franquismo con una mala conciencia de pensar que la realidad vasca salió muy doliente y oprimida de aquel régimen y que eso había que compensarlo, cuando sabemos perfectamente que la élite política y económica del franquismo estaba trufada de apellidos vascos y que las provincias vascas estuvieron siempre en lo más alto del ranking de renta per cápita durante todo el franquismo, año tras año y sin excepción.
Los partidos de ámbito estatal, en particular los hoy llamados constitucionalistas (de los que habría que empezar a exceptuar, por unirse a los enemigos de la Constitución, a los actuales dirigentes del actual PSOE, no al grueso de sus votantes tradicionales), nunca se han preocupado de verdad de la situación en que vivían sus seguidores aquí. Vienen, saludan, sonríen y se van. Es más, los han maltratado, no dejándoles respirar, decidiendo sus líderes desde un despacho en Madrid, impidiéndoles toda autonomía de actuación frente al nacionalismo, pactando con este sin que ningún representante de sus sucursales vascas estuviera presente.
Quienes representamos esta plataforma constitucional vasca no tenemos vinculaciones partidistas, no vivimos de los partidos políticos. Somos libres. Podemos opinar. No tenemos miedo a los líderes de dichos partidos. No nos importa lo que piensen ni lo que hagan, si leen esto (leen poco), porque no tienen potestad sobre nosotros.
Tampoco vamos contra los partidos llamados constitucionalistas, pero no está mal que piensen que en un futuro no muy lejano podríamos incluso crear un partido, porque, si les garantizamos que no lo vamos a crear, nunca se preocuparían de nosotros. Así son ellos.
La partitocracia que nos asola consiste en eso también, en sólo ver el peligro por el puesto, en sólo ver el escaño arriba o el escaño abajo. Queremos que la gente visualice que estamos dispuestos a pensar y a trabajar en y por la política vasca de otra manera. Pero sobre todo con autonomía real desde el País Vasco y con fidelidad a prueba de bombas (nunca mejor dicho) a la Constitución española de 1978.
«Quienes atacan constantemente la Constitución de 1978 son los que menos pueden sentirse excluidos»
Lo primero que tenemos que hacer es quitarnos el miedo, ese miedo arraigado desde cincuenta años de matonismo y de amedrentamiento. Ese miedo inculcado por el terrorismo y en el que hemos crecido todos en el País Vasco y que llevó a una mayoría a creer que podían doblegar al Estado. Y desde ese supremacismo político y social es desde el que siguen actuando.
La sociedad vasca está enferma, convalece aún, pasados ya diez años de final del terrorismo. Pero el grueso de la ciudadanía vasca, que permanece sana, aunque amedrentada, tiene que saber que hay personas aquí, conciudadanos que no se resignan, que no nos resignamos y que a pesar de todo creemos que hay otra forma de hacer política más ajustada a nuestra realidad, más inclusiva, menos infatuada, menos inflada de mitos y de falsas presunciones, y sobre todo únicamente basada en nuestra Constitución de 1978 y en el ordenamiento jurídico-político derivado de ella, que ha sido y es el que más gente incluye y el que menos gente excluye.
Desde luego quienes atacan constantemente la Constitución de 1978 son los que menos pueden sentirse excluidos, porque la atacan precisamente desde las instituciones que gobiernan.
Los integrantes de la Plataforma constitucional vasca redactaremos próximamente un comunicado conjunto y daremos a conocer nuestras propuestas, que inevitablemente recogerán algunos de los puntos expuestos aquí u otros parecidos que decidamos entre todos.
*** Pedro Chacón es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.