- El Consejo Nacional de la Resistencia de Irán, presidido por Maryam Rajavi, reúne todas y cada una de las premisas enunciadas para liderar el proyecto del cambio
Las masivas protestas que se produjeron a lo largo y a lo ancho de Irán tras el vil asesinato de Mahsa Amini por la policía religiosa hicieron tambalear el régimen teocrático imperante y ocuparon las portadas de los periódicos y los informativos de las grandes cadenas de televisión occidentales. Sin embargo, hoy, cuando el alzamiento de los iranís contra la cruel dictadura que les oprime desde hace cuarenta y tres años ha alcanzado los ciento cuarenta y ocho días de revuelta ininterrumpida, el silencio ha vuelto y la lucha heroica de los ciudadanos de la antigua Persia para acabar con la tiranía de los clérigos ha desaparecido de los titulares. Los manifestantes siguen en las calles, la semana que ahora termina, sin ir más lejos, ha visto como los agricultores de la provincia de Isfahan se trasladaban a Teherán para expresar su indignación por la nefasta política hídrica que les está dejando en la miseria, los trabajadores de la industria del algodón de la ciudad de Moghan en la provincia de Khorasan en el noreste del país se concentraban ante la residencia del gobernador para exigir satisfacción de sus reivindicaciones, en la capital los inversores defraudados por el gobierno clamaban frente al edificio de los tribunales por la devolución del dinero que se les ha robado y, asimismo en Teherán, valientes jóvenes quemaban símbolos, posters y banderas del oficialismo por todos los barrios de la urbe. Aunque la atención de Europa y Estados Unidos se ha desviado de los significativos acontecimientos que siguen sucediendo en Irán, el número de detenidos en las protestas supera ya los treinta mil, los muertos a tiros o apaleados por la guardia revolucionaria o por las milicias Basij rebasan los setecientos cincuenta y la revuelta se ha extendido ya a más de doscientas ochenta localidades en toda la geografía nacional.
En este contexto que pone de relieve el rechazo ampliamente mayoritario del pueblo iraní al totalitarismo represivo de los ayatolás, se suele repetir en círculos políticos y diplomáticos europeos que, pese a todo, no existe una alternativa viable a la dictadura religiosa y que, si ésta cayera, Irán quedaría sumido en el caos y tendríamos una segunda Libia o Siria, con lo que el remedio sería peor que la enfermedad, es decir, la pusilánime teoría de que más vale malo conocido que bueno por conocer.
Semejante empresa ha de basarse en el descarte absoluto de cualquier tipo de dictadura, sea ésta confesional o monárquica. Así, los escasos nostálgicos de la época del Sha han de quedar excluidos
A la luz de este planteamiento resignado, es oportuno analizar cuáles son las características que definen a una alternativa creíble al intolerable estado de cosas reinante en Irán. En primer lugar, ha de ser una opción que tenga estructura y organización, que funcione de manera disciplinada y eficaz y que haya demostrado su capacidad de sacrificio al servicio de sus objetivos. En segundo lugar, ha de contar con un fuerte apoyo en el interior y en el exterior de Irán porque poco puede prosperar una propuesta de cambio sin ese soporte nacional e internacional. Otro rasgo de la alternativa ha de ser la consolidación de un liderazgo firme y reconocido que encabece un plan bien diseñado para el futuro, en otras palabras, que la alternativa sitúe en su puesto de mando un rostro visible y una figura prestigiada que inspire confianza y respeto generalizados. Además, la alternativa ha de ser plural y englobar a las distintas corrientes políticas y grupos étnicos y religiosos de una oposición muy heterogénea donde conviven izquierda y derecha, conservadores, liberales, socialistas, kurdos, azeríes, baluchis, árabes, creyentes y no creyentes, sunitas y chiitas, pero unidos todos por un propósito común de democracia, prosperidad y libertad de las que ahora carecen. Por último, semejante empresa ha de basarse en el descarte absoluto de cualquier tipo de dictadura, sea ésta confesional o monárquica. Así, los escasos nostálgicos de la época del Sha han de quedar excluidos.
Pues bien, examinado bajo el prisma de estas condiciones reclamables a una alternativa sólida y factible, el Consejo Nacional de la Resistencia de Irán, presidido por Maryam Rajavi, reúne todas y cada una de las premisas antes descritas y lo ha demostrado sobradamente a lo largo de cuatro décadas de lucha infatigable por sus ideales. Su perfecta organización y bien trabada estructura, sus decenas de miles de víctimas a manos del aparato represivo del régimen, el apoyo entusiasta de centenares de miles de iranís de la diáspora y de millones en el interior- el movimiento despliega en Irán cinco mil células de resistencia en la clandestinidad, lo que representa unos cuarenta mil activistas concienciados y dispuestos a arriesgar sus vidas- junto al explícito concurso de muchísimas personalidades políticas, intelectuales y sociales en Europa, Estados Unidos, Canadá y diversos países árabes, hacen de esta vasta red la mejor garantía de una transición ordenada y pacífica de la dictadura teocrática actual a una futura república democrática y laica. La agenda de diez puntos para el futuro de Irán que promueve el Consejo Nacional de la Resistencia incluye la separación de la religión y el Estado, elecciones libres, pluralismo político, libertad de culto, igualdad entre hombres y mujeres, desnuclearización y política exterior de amistad y cooperación con Occidente.
Cuando los iranís combaten con admirable coraje dentro de sus fronteras para derribar la ominosa, corrupta y cruel oligarquía que les condena a la pobreza y a la carencia de derechos y libertades elementales, es imperativo que la Unión Europea y los Estados Unidos aíslen a sus verdugos, cierren sus embajadas en Teherán, clausuren las representaciones diplomáticas del régimen y expulsen a sus integrantes a la vez que intensifican las sanciones financieras a un estado que se ha declarado nuestro enemigo y al que incomprensiblemente se intenta apaciguar con concesiones que se ha probado sobradamente resultan inútiles y contraproducentes. A la intensa presión interior que pugna por la democracia hemos de añadir una igualmente decidida presión desde el exterior para liquidar por fin una de las peores tiranías que avergüenzan al mundo y que constituyen una indudable amenaza a nuestra propia seguridad.