José María Ruiz Soroa-El Correo

Se escribe y habla estos días de manera un tanto alocada de la amnistía que, supuestamente, «Azaña concedió a Lluis Companys en 1935» en relación con la sublevación producida en Cataluña el año anterior. Desde luego, la cita es incorrecta: ni el presidente del Gobierno de la República podía por sí solo amnistiar a nadie, puesto que era una competencia de las Cortes Generales, ni la amnistía que ciertamente se promulgó en febrero de 1935 se limitaba a la persona de Companys, sino que incluyó a más de 15.000 personas.

Pero merece la pena, al hilo de la referencia histórica, subrayar las diferencias democráticamente trascendentales que median entre aquella amnistía y la que ahora se apunta en el horizonte. Para no usar el nombre de la historia en vano.

La amnistía de todas las personas condenadas o encausadas por los hechos revolucionarios que habían tenido lugar en octubre de 1934 en Asturias y Cataluña sobre todo y que habían provocado una dura represión figuraba como punto número 1 (y casi único) en el Programa común con que las izquierdas unidas (el Frente Popular) se presentaron a las elecciones de 1935, junto con la readmisión en sus puestos de trabajo de los despedidos por idea o huelgas políticas relacionadas. La amnistía era el pivote sobre el que giraba la unión de izquierdas y fue el tema casi único de debate en la campaña dada la feroz oposición de las derechas a concederla.

Triunfante el Frente Popular en las elecciones y designado Azaña al frente del Gobierno, se decidió llevar con urgencia el asunto de la amnistía a las Cortes, concretamente a su Diputación Permanente dado que no se habían constituido todavía las Cortes definitivas. Y allí, en sesión celebrada el 21 de febrero, se decidió por unanimidad de todos los grupos otorgar de inmediato la amnistía, con el voto favorable de la derecha (CEDA) que aceptaba sumarse a una medida popularmente muy sentida y triunfante en las elecciones

Someter la amnistía a debate en unas elecciones públicas, argumentar, convencer y lograr la unanimidad de la representación popular. ¿Algún parecido con lo que ocurre hoy?