Editorial-El Correo
- El apoyo del Gobierno de Sánchez a García Ortiz, primer fiscal general procesado en España, supone avalar una mala praxis de tintes delictivos
El procesamiento del fiscal general del Estado por presunta revelación de secretos de la pareja de Isabel Díaz Ayuso refleja el alcance de lo que se antoja como una anomalía en democracia en España. Es la primera vez que el máximo responsable del Ministerio Público se asoma al banquillo de los acusados por un delito penal que vulnera la misma esencia de su función: la custodia y protección de informaciones sensibles que deben estar al margen de cualquier refriega partidista. Tras ocho meses de instrucción, el juez del Supremo Ángel Hurtado deja al borde del juicio a Alvaro García Ortiz al considerar que tuvo un papel crucial en la difusión de datos confidenciales sobre el supuesto fraude fiscal cometido por el empresario Alberto González Amador.
Una filtración que supuso un menoscabo del prestigio de la propia Fiscalía General, obligada a respetar los principios de legalidad e imparcialidad. García Ortiz, señalado también por el instructor por haber borrado de forma deliberada sus dispositivos móviles presumiblemente para dificultar la investigación, queda en una situación límite, por mucho que insista en negarse a dimitir y que le arrope el Gobierno de Pedro Sánchez. Al igual que Moncloa, acusada de estar detrás del soplo dando «indicaciones» para «ganar el relato» en horas «frenéticas».
Defender contra viento y marea la presunción de inocencia del fiscal general como ayer reiteró el mismo ministro de Justicia supone avalar lo que a todas luces es una mala praxis de consecuencias delictivas. Aunque el fin último fuera contrarrestar el bulo difundido por el entorno de González Amador sobre un pacto ofrecido por la Fiscalía que no existió, los poderes públicos cometerían un error sin precedentes si se saltan todas las líneas rojas de la legalidad para imponer su ‘verdad’.
La Justicia es la única capacitada para valorar a su debido tiempo los dos delitos contra la Hacienda pública reconocidos por el empresario, a cambio de un acuerdo que le permitiese rebajar la pena para eludir la cárcel. Pero hacer frente a lo que Sánchez denomina ‘la máquina del fango’ con más fango es degradar el papel del Ministerio Público y de la propia Presidencia, ambos involucrados en el escándalo junto a la fiscal provincial de Madrid. Los responsables institucionales deben ser extremadamente cuidadosos en el debate público sobre el caso para no dañar el equilibrio entre los poderes del Estado.