EDITORIAL-EL CORREO

  • Los líderes políticos deben analizar los resultados de mañana con una renuncia previa a la demagogia y la polarización

Las elecciones de mañana van a terminar más que nunca con un recuento voto a voto. Las previsiones demoscópicas describen un panorama tan igualado entre bloques en el conjunto de España, y también en algunas ciudades y territorios de Euskadi, y tan incierto en cuanto a la suerte que les espera a los partidos que los ciudadanos se acercarán a las urnas sin seguridad alguna de que su opción resulte vencedora o influyente. Nunca pudo invocarse con más razón el sufragio en conciencia. Especialmente después de que la campaña se convirtiera en un vaivén de críticas a la inclusión de exetarras en las listas de EH Bildu, acusaciones sobre el uso partidista del ya desaparecido terrorismo y reproches a la alianza del Gobierno con la izquierda abertzale, tras lo que vinieron las investigaciones sobre tramas de compra de votos. En las próximas horas, miles de personas que no tienen el suyo decidido o que ni siquiera están seguros de si acudirán a las urnas deberán realizar un esfuerzo especial para asimilar lo ocurrido en los últimos días y extraer una conclusión que pueda traducirse en una de las papeletas disponibles.

El agrio enfrentamiento entre el PNV, que controla las principales instituciones vascas en juego, y la izquierda abertzale, que aspira a disputarle el liderazgo, ha caracterizado una campaña encarnizada y bronca como pocas en Euskadi, en la que los demás grupos se han abierto hueco a trompicones. En el resto del país, el 28-M se presentó desde el principio como un plebiscito en torno a Pedro Sánchez. Hoy resulta imposible saber si el presidente quería o quiere someterse personalmente a semejante escrutinio, si está dispuesto a hacer suya la suerte que corran en las urnas las candidaturas socialistas. También si el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, se presta a admitir el escrutinio como un dictamen casi definitivo sobre sus opciones de alcanzar La Moncloa.

Pero, sea cual sea el resultado, es imprescindible que los partidos se comprometan, de cara a las generales de fin de año, a extraer las enseñanzas de esta campaña para dirigirse a los ciudadanos con mayor responsabilidad y respeto hacia su libre albedrío. Es posible que no haya sido la más áspera y tensionada en 46 años de elecciones democráticas, pero sí una de las que más se ha alejado del objeto mismo de los comicios. Tras el recuento de mañana, los líderes políticos deben iniciar su valoración pública renunciando a la demagogia y la polarización.