Ignacio Camacho-ABC
- Las expectativas del PP se van encogiendo desde enero en una campaña sin garra, sin talento, sin pujanza ni nervio
Las elecciones de Castilla y León se han vuelto una competición del PP contra sus propias expectativas de éxito. La paliza ‘a lo Ayuso’ barruntada en las encuestas iniciales se va encogiendo en una campaña muy endeble de Mañueco a la que Casado tampoco logra insuflar aliento. Sin garra, sin inventiva, sin pujanza y sin nervio ha perdido cinco puntos en intención de voto desde enero, aunque el reparto final de procuradores está aún abierto por la influencia que la abstención y los partidos localistas puedan tener sobre la atribución de los restos. Pero ni el presidente regional suscita entusiasmo en sus bases sociológicas, ni el ascenso de Vox afloja ni el debate ganadero funciona por muchos arrumacos que los candidatos prodiguen a las vacas de raza autóctona. El paseo triunfal previsto como primer peldaño de la escalada hacia la Moncloa se ha convertido en la travesía angustiosa de un empedrado político por cuyos recodos asoma la sombra de una victoria corta.
Ese fantasma preocupa más a la cúpula popular que al electorado de la derecha, tranquilo ante una mayoría absoluta garantizada por la suma de fuerzas. La perspectiva de una coalición forzosa con los de Abascal constituye una contrariedad para quienes han cifrado toda su estrategia en gobernar sin pactos ni hipotecas. De hecho el adelanto electoral se basaba en esa idea, que puede quedar desbaratada en su primera prueba sobre el paisaje de la Meseta. La aspiración de formar un Gabinete monocolor sólo es viable si faltan como máximo tres o cuatro escaños y siempre que la suma de la izquierda y las plataformas provinciales -esa ‘España vacía’ que en realidad se sostiene en sectores urbanos o al menos razonablemente poblados- quede por debajo. En otro caso a Mañueco le será imposible prescindir de un Vox con alrededor de una decena de diputados. Y su cuento de la lechera acabará en un fracaso de cálculo para el que no habrá merecido la pena la abrupta y mal explicada ruptura con Ciudadanos.
Del resultado del domingo depende todo el proyecto de Casado, que pasa por convertir estos comicios en un vuelco de tendencia, el anhelado cambio de ciclo, el comienzo de la agonía del sanchismo. En ese sentido también Juanma Moreno, el presidente andaluz, anda estos días en vilo sopesando una decisión clave sobre su destino. El plan de Sánchez es mucho más sencillo: se limita a esperar la crecida de Vox con todo su aparato de propaganda listo para proclamar la alerta contra ‘el fascismo’. Y en algunos despachos de Génova circula el pensamiento suicida de forzar una repetición electoral, una segunda vuelta que sus votantes difícilmente entenderían porque en política no se puede pasar la factura de los errores propios al conjunto de la ciudadanía. Los dirigentes del PP tienen una semana para salir de esa burbuja pesimista. Fueron ellos quienes eligieron Castilla como punto de partida.