KEPA AULESTIA, EL CORREO 10/05/14
· Si Europa no consigue hacerse valer en el mundo y España no logra condicionar la política de la UE, Euskadi tiene bastante con legitimar el Concierto
Las elecciones al Parlamento europeo no existen más que en la agenda de los partidos y en los cuidados que se toman las instituciones de gobierno para vaciar de contenido la actividad política. Es la sensación que se transmite a dos semanas de los comicios. Pero todo tiene una explicación. El distanciamiento de la política respecto a los ciudadanos es un ‘mantra’ del que se apropia la demagogia populista, mientras el resto del arco parlamentario se limita a defenderse censurando su oportunismo. Eso ocurre en algunos de los países fundadores de las comunidades y de la Europa central. Nosotros solo fuimos aspirantes a entrar en el ‘club’ como aval de democracia. Tuvieron que pasar once años desde la muerte de Franco para alcanzar la meta. Ese anhelo es lo que ha impedido la gestación de una corriente anti-europeista en España. A lo que se ha unido la pretensión del nacionalismo de sortear la pertenencia de Euskadi o de Cataluña al Estado constitucional declarándolas directamente europeas.
Pero la europeidad es una referencia ambivalente. Es ampliamente mayoritaria la adscripción de vascos y españoles a la identidad europea como sinónimo de libertad y modernidad. Pero Europa está representada por Bruselas y Estrasburgo, por la Comisión y el BCE, de los que hasta la crisis creíamos recibir ayudas a bajo coste, y que desde mayo de 2010 se han convertido en una suerte de entidad bancaria y supervisor fiscal que nos plantea exigencias y más exigencias, mientras sus distintos responsables nos dan palmaditas en la espalda cada semana para que continuemos sacrificándonos.
La disociación entre el sentimiento de europeidad y la certeza de verse representados por las instituciones de la Unión es un problema general a todos los países miembros. En nuestro caso no acabamos de salir de la duda sobre si somos parte de la UE o sus hipotecados clientes. Ello explica que los partidos de aquí sean incapaces de desgranar un discurso europeo equiparable a los argumentos que emplean a la hora de enfrentarse a las cuitas más domésticas, ante las generales, autonómicas o municipales. No consiguen mostrarse como parte del poder de Bruselas, porque continúan sintiéndose aspirantes a la europeidad, y acaban discutiendo sobre el formato de un debate televisivo o intercambiándose golpes más bien bajos a cuenta del pasado.
Ni siquiera el interés común de populares y socialistas para salvar el bipartidismo de la liberalidad con que procedan quienes voten el 25 de mayo está cuajando una campaña medianamente atractiva. Resulta significativo que cuando el Parlamento de Estrasburgo asume más atribuciones en el seno de la Unión es cuando podría decaer su legitimación electoral. Mejor no preguntar sobre qué eurodiputados conoce la gente. El Parlamento europeo no acaba de encontrar su lugar en la imaginería democrática. Un foro inmenso en el que centenares de electos anónimos deben expresar su parecer en un par de minutos, y cuyas resoluciones plenarias o dictámenes en comisión han sido hasta ahora poco más que testimoniales.
En las municipales, los partidos presentan de cabeza de cartel a alguien para alcalde. En las autonómicas, a alguien para presidente de la comunidad. En las generales, a alguien para presidir el Gobierno de España. En las europeas se personan candidatos que ni siquiera pueden prometer influencia en los asuntos de la Unión. Tampoco el pulso entre Juncker y Schultz ofrece credibilidad alguna sobre una política europea alternativa a la dictada por Berlín. Es imposible que los partidos concedan relevancia a las elecciones europeas mientras sigan echando mano de aquellos candidatos que se sitúan en papeles de tercera en sus respectivos organigramas. Sencillamente porque la política orbita en torno al poder. Y la cuota de poder de España en Europa seguirá en manos del Gobierno de turno, y ni siquiera eso. Es prácticamente imposible que los partidos en contienda despierten interés por las europeas en los electores cuando ellos mismos convierten estos comicios en una especie de macroencuesta. Es lógico que en semejantes circunstancias el ‘no sabe / no contesta’ se haga valer.
La cuota vasca en el conjunto de la Unión se sitúa en torno al 0,5%. Ese es nuestro peso específico por habitantes o electores, y tampoco podríamos alcanzar más del 1% en términos económicos. Conviene tenerlo en cuenta, porque se trata de magnitudes prescindibles comparándolas con los retos que afronta la UE. Si Europa no consigue hacerse valer en el mundo, y si España no logra condicionar la política europea, entre otras razones porque está endeudada, la vocación directamente europeista del nacionalismo gobernante no alcanza siquiera a legitimar las potestades que nos otorga el Concierto. La Europa de los pueblos –es decir, de las regiones– constituye una quimera, independientemente de que sea deseable o no, cuando la Europa de los Estados se convierte en una exasperante sucesión de indecisiones.
La convocatoria del 25 de mayo diluye además todos los vínculos de pertenencia y encasillamiento a los que al final se atienen hasta los indecisos, dando carta de naturaleza al libre albedrío de votar o no votar, y de votar sin complicidades expresas. Son elecciones que carga el diablo, y también por eso los partidos tradicionales se curan en salud restándoles importancia. No sea que alguien se tome en serio un escrutinio adverso. En España se medirá la diferencia que obtenga el primero respecto al segundo y, sobre todo, si el bipartidismo de populares y socialistas acaba cuestionado por otras opciones que, como IU o UPyD encuentran en estos comicios un terreno electoral sin desventajas legales.
En Euskadi se libra una sorda batalla entre el PNV y EH Bildu, que ninguno de los dos quiere situar en primer plano porque no está seguro del resultado. Mejor enfriar el encuentro, aunque ello contribuya a la abstención. Mejor condenar las elecciones al Parlamento europeo a esa intrascendencia que siempre permitirá endosar a las carencias del candidato o de la candidata las culpas de un revés partidario.
KEPA AULESTIA, EL CORREO 10/05/14