José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Díaz pretende «un proyecto de país» desde el poder, negociando la crisis social y territorial, recogiendo lo que Iglesias dejó y reivindicando la «libertad» y la «democracia» que «late» en el ‘Manifiesto comunista’ (1848)
En el 28º Congreso del PSOE, celebrado en mayo de 1979, Felipe González propuso que desapareciese el marxismo de la identidad ideológica del partido. No lo logró de forma inmediata. Dimitió de la secretaría general. Se constituyó una gestora presidida por José Federico de Carvajal. En septiembre de ese año, el político sevillano regresó al liderazgo del socialismo español una vez que el PSOE, como él proponía, renunció a la teoría marxista. Antes, en 1977, Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista de España, había publicado ‘Eurocomunismo y Estado’, incorporando el PCE a la fortísima corriente de renovación ideológica y estratégica propiciada por el controvertido Palmiro Togliatti y, sobre todo, por su sucesor en el PCI, Enrico Berlinguer, que reformularon el comunismo en las democracias liberales. El comunismo español, sin embargo, llegó tardíamente a la superación de las tesis marxistas-leninistas más acendradas porque no estuvo en la firma del denominado ‘Manifiesto eurocomunista’, suscrito en 1975 por sus partidos hermanos de Italia y Francia.
El PCE, que nucleó la oposición antifranquista, intimó con el PCUS de la URSS y su fuerza electoral resultó, tanto en las elecciones constituyentes de 1977 (20 escaños, 1.700.000 votos, el 9,3%) como en las de 1979 (23 escaños, 1.900.000 votos, el 10,77%), muy limitada. La historia le dio la razón a González: en 1982, el PSOE arrasó con 202 diputados y más de 10 millones de votos (el 48% de los emitidos), mientras que el PCE retrocedió: se quedó en 19 asientos en el Congreso con 846.000 papeletas que representaron el 4,02% de las emitidas. Nadie puede negar, sin embargo, que sin el PCE la Transición y la propia Constitución no hubiesen sido posibles, una tesis esta que parece pacífica en la historiografía que analiza la política española entre 1975 y 1978.
A día de hoy, no hay partidos comunistas con alguna relevancia en las democracias occidentales. Mucho menos en sus gobiernos. Salvo en España. Izquierda Unida ha sido su marca blanca hasta las últimas elecciones, pero ha emergido de nuevo el PCE como resultado de la absorción de los grupos de extrema izquierda por la coalición Unidas Podemos. Los comunistas son buenos zapadores políticos y por eso en el magma de la izquierda a la izquierda del PSOE, y ante la desarticulación asamblearia y errática de Podemos, su secretario general, Enrique Santiago, ha adquirido poder —ahora ocupa una secretaría de Estado— y conseguido casi por azar su posible cartel electoral en la persona de la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, que es titular de la cartera de Trabajo. Tirabuzones de la historia.
El curso acabó con lo que aquí se denominó “una carta patriótica” (5 de agosto pasado) en la que Pedro Sánchez se dirigió a los militantes del PSOE señalando que la identidad de su partido es la de “servir a España”. Podía parecer contradictoria tal afirmación si se contrasta con el perfil ideológico y estratégico de los socios y aliados de los que se vale para gobernar, pero lo escrito, escrito está. Y el curso se ha reanudado con otro pronunciamiento interesante y esclarecedor: Yolanda Díaz, con intencionalidad plena, ha elaborado un prólogo para una nueva edición del ‘Manifiesto comunista’ de 1848, de Karl Marx y Federico Engels, un texto histórico sin el que no podría interpretarse ni el siglo XIX, ni el XX, ni entender la vertebración ideológica de los países comunistas del siglo pasado, en particular la URSS, ni a sus dirigentes más conspicuos como Lenin y Stalin, este último —aunque no el único— uno de los grandes genocidas que la humanidad ha conocido, contemporáneo —amigo primero y enemigo después— de Adolf Hitler.
La vicepresidenta del Gobierno utiliza una prosa primaveral y colorista —algunos advierten de su ‘pedantería’, aunque en mi modesta opinión es un camuflaje semántico muy eficaz que juega al despiste histórico— para glosar el ‘Manifiesto’ en coincidencia con el centenario del PCE, que se fundó en 1921. Atribuye a las reflexiones de Marx y Engels toda clase de bondades y efectos liberadores. Veamos alguna: “Marx desbarató los esquemas ideológicos de la clase burguesa, del capitalismo, reventando las costuras y trampas de su lenguaje y, a la vez, de su capacidad de dominar”. Califica la obra de libro “mágico e inagotable” y dice que “late” en él “hoy como ayer, una tan vital como apasionada defensa de la democracia y la libertad”. No hay referencias a los regímenes marxistas que fueron cayendo como castillos de naipes en la última década del siglo pasado; ni de lo que significó la opresión soviética sobre media Europa. No explica la vicepresidenta a qué ‘democracia’ y a qué ‘libertad’ vincula las teorías marxistas. Y al no establecer cautelas respecto de las consecuencias prácticas del texto que prologa, Díaz pega un colosal paso atrás que hace ininteligible y excéntrica su admiración marxista con su protagonismo personal y político en una democracia liberal.
Algunos advierten de su ‘pedantería’, aunque en mi modesta opinión es un camuflaje semántico muy eficaz que juega al despiste histórico
Sin embargo, la vicepresidenta ha ejecutado —se supone que bien calculado— un acto de higiénica sinceridad ideológica: ella es comunista por marxista. Y en unos términos que, por floridos y hasta poéticos en su expresión, no dejan también de resultar metálicos y rocosos en la apariencia de sus convicciones. Yolanda Díaz afirma estar elaborando un “proyecto de país” que sería otro diferente y sucesivo al que intentó Pablo Iglesias. Lo está haciendo desde el poder, al lado del secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, en la primera línea de interlocución con los independentistas catalanes, coaligada férreamente con Comisiones Obreras —la primera gran obra del comunismo del interior durante el franquismo— en la negociación con los empresarios e introduciendo en la conversación política las supuestas ideas confederales y republicanas propias de un comunismo que nuestra vicepresidenta vuelve a fundamentar en la latencia de la ‘libertad’ y la ‘democracia’ que se desprende del ‘Manifiesto comunista’.
El mayor error de su prólogo, de esa carta marxista, es ‘reivindicar’ memorias. Cuáles, ¿las del horror? Mejor no. Pero agradecidos deberíamos estar a Díaz, que compatibiliza la sonrisa, el estrés galleguista en su castellano suave y lo ‘fashion’ indumentario con la que fuera ortodoxia teórica de los extintos regímenes atrincherados tras el derrumbado “telón de acero”, una expresión inmarchitable de Winston Churchill.