Francisco Rosell-El Debate
  • No se puede amnistiar a quienes pretenden derruir la nación y a quienes corrompen su democracia en este esperpento sanchista en el que una desbocada sucesión de catástrofes desborda la imaginación de Valle-Inclán

Con el trasfondo de la tragicomedia de esta España convertida en cloaca por «la banda del Peugeot» con Pedro Sánchez al volante, un presidente del Gobierno huido del Parlamento con la cobertura de su ama de llaves Armengol y fugado de la Prensa sin preguntas siquiera de sus periodistas adictos, ha convocado este viernes en Barcelona una Conferencia de Presidentes Autonómicos tan inútil como una Asamblea de Naciones Unidas con su intercambio de monólogos entre sordos de ideología. Con tal puesta en escena, «Noverdad» Sánchez trata de normalizar la excepcionalidad del reparto de la Nación en parcelas a favor de las facciones separatistas que le facilitaron ser el primer inquilino de la Moncloa sin ganar en las urnas, a la par que degrada el Estado de derecho y socava una democracia que halló regalada.

A este fin, esta XXVIII Conferencia de Presidentes evoca —con el Palacio de Pedralbes como decorado— las «aldeas Potemkin» con las que el amante y valido de Catalina la Grande camufló la realidad de Crimea a la zarina. Si el escamoteo de la verdad es una tradición rusa desde los zares a Putin pasando por el comunismo soviético, hoy es una necesidad acuciante para un Sánchez con su mujer y su hermano rumbo al banquillo, junto a su guardia de corps, de paso que la Unión Europa ya le ve el cartón de sus ardides. Para disimular, se adorna con trampantojos. Así, hace sintonía de aquella canción de posguerra «Mi casita de papel», de Jorge Sepúlveda, para su enésimo spot sobre su plan rataplán de vivienda para ver si los incautos tararean con él «¡Qué felices seremos los dos/ Y qué dulces los besos serán!/ Pasaremos la noche en la luna /Viviendo en mi casita de papel». Al fin y al cabo, sin colocar un ladrillo, sólo existen «casitas de papel».

Con la escenografía de Pedralbes —donde hincó la rodilla con un Torra al que tildó de ser «el Le Pen catalán»—, Sánchez extiende el «procés» a toda España remedando el funcionamiento de la ONU en esta conferencia de presidentes. Así, cada uno de los asistentes dispone de voto en pie de igualdad, pero un escogido grupo, sin base legal, se arroga ser una especie de Consejo de Seguridad con capacidad de veto, so pretexto de hacer rancho aparte o defenestrar al factótum de este Cafarnaúm, en expresión de Josep Pla al ver los legajos por los suelos en el Juzgado de Balaguer.

Por irle la Moncloa en ello, un enfermo del poder como Sánchez deja hacer y se deja hacer al asumir los postulados de sus socios. Primero se acopló al populismo neocomunista de «Pudimos», dado que dos que duermen en el mismo colchón tornan a ser de igual condición, y luego al soberanismo —en especial, al comprarle los siete escaños al prófugo Puigdemont— para acabar avalándolo con iniciativas parejas a aquella ocurrencia que el valenciano Ximo Puig le pasaportó a su entonces homólogo catalán Pere Aragonés —a la que rauda se sumó la balear Armengol— de «una Commonwealth» catalanoparlante. Al abrazarse el PSOE al pannacionalismo de los Països Catalans, España se disolvería en una babélica Confederación Cantonal como la del naufragio de la I República. A ello se encamina Salvador Illa tras engatusar al constitucionalismo catalán presentándose como dique de contención de un separatismo que hogaño acata silente.

Tan interiorizado lo tiene Sánchez que hoy se ha previsto el uso de pinganillos por primera vez en una conferencia de presidentes para que el lehendakari Pradales y el propio Illa discurseen en euskera y en catalán rememorando el entremés del Senado entre un andaluz de cuna como Montilla y otro de acogida como Chaves. No en vano, para cumplir su pacto de investidura con Puigdemont, Sánchez trabaja para la cooficialidad de ambos idiomas extramuros de sus regiones, mientras sus presidentes alambran sus muros con proscripciones en un «apartheid» contra castellanoparlantes a los que relega a extranjeros en su país. A este sindiós, con el orden mundial en solfa, se afana la diplomacia española en tanto que Cataluña se dota de cuerpo exterior y las agencias estatales borran del logo la enseña española.

Taza a taza, quienes no quieren que haya «café para todos» desmantelan las estructuras estatales para establecérselas ellos, eliminan los cuerpos nacionales, se apropian de la caja con cupos/pufos fiscales, persiguen el español, diluyen la identidad común y se exoneran de leyes que aprueban en Cortes para el resto. Ello entraña el suicidio confederal de España apuñalado por quien vulnera a la luz del sol una Constitución, lo que le deslegitima para el cargo, que finca la soberanía nacional en el pueblo español y que declara «la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles».

Ante tal fraude democrático y legal, luego de hacer de las «líneas rojas» del PSOE sus «metas volantes» para sumar puntos de quienes le sostienen en la Moncloa para que urda lo que le dictan, los presidentes autonómicos constitucionalistas —bien del PP, bien de los rescoldos del PSOE— no debieran limitarse a sermonear y hacer política de campanario. Al contrario, tendrían que pegar un aldabonazo que retumbe fuera de Pedralbes si quieren frenar esta confederación plurinacional con «derechos históricos» antes que ciudadanos, con barreras y aduanas forales, que se despacha con pactos y mutaciones constitucionales sin dar vela en el entierro a los españoles, salvo al infame Conde-Pumpido y a sus acólitos del Tribunal Constitucional. Ello arrastra a la nación a enfrentarse consigo misma, y no a cesta punta femenina precisamente, como esta semana en Guernica.

Como Sánchez no es aquel presidente catalán de la I República que estalló hasta sálvese la parte, harto del cantonalismo cabileño que instaló el caos en la gobernación de España, la mayoría constitucionalista de la cumbre de hoy en Pedralbes debería de poner del revés el grito de cólera de Estanislao Figueras contra su Consejo de Ministros y espetarle al felón de la Moncloa y a sus sosias: «Señor Sánchez, vamos a serles francos: estamos hasta los cojones de todos ustedes». No se puede amnistiar a quienes pretenden derruir la nación y a quienes corrompen su democracia en este esperpento sanchista en el que una desbocada sucesión de catástrofes desborda la imaginación de Valle-Inclán.