Nacho Cardero-El Confidencial

  • Parece meridianamente claro que los elevadísimos precios de la luz, los tambores de desabastecimiento y el cierre de fábricas por falta de sincronización entre oferta y demanda le están pasando factura a Sánchez

Decía en ‘petit comité’ Felipe Calderón a Pablo Casado en la reciente convención de los populares que desde un Gobierno se puede aguantar una crisis sanitaria, como se ha visto con el covid, donde la opinión pública pasa de puntillas por un hecho tan significativo como que se hayan declarado inconstitucionales los dos estados de alarma; también se puede sobrellevar una crisis de seguridad, pues la población se pone del lado de la autoridad competente ante un ataque externo, e incluso una crisis agroalimentaria pues, mal que nos pese, siempre se puede encontrar una alternativa, pero no hay Gobierno que aguante, afirmaba el expresidente mexicano, una crisis energética mal gestionada. Eso se lleva por delante a cualquiera. 

«El Waterloo energético de Pedro Sánchez», así titulábamos este mismo blog en agosto. Resulta muy osado por nuestra parte tratar de aventurar lo que va a ocurrir de aquí a final de legislatura, pero sí parece meridianamente claro que los elevadísimos precios de la luz así como del resto de materias primas, los tambores de desabastecimiento y el cierre de fábricas por falta de sincronización entre oferta y demanda le están pasando factura a Sánchez. El último Observatorio Electoral de El Confidencial daba un 25,8% de estimación de voto y 101 diputados al PSOE frente a un 28% y 120 escaños del Partido Popular.

Calderón sustentaba el comentario en su experiencia en Latinoamérica, que no es España, pero cada vez se le parece más, especialmente en lo que a la fragilidad de su economía se refiere. Frente a otros países europeos, que prosperan e incluso mejoran cuando se exponen a la adversidad, como ha ocurrido durante la pandemia y la posterior recuperación, nuestro país se muestra frágil, torpe, dependiente en exceso. Ahí está la vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra para la Transición Energética, Teresa Ribera, teniendo que viajar de urgencia a Argelia para garantizar el suministro de gas a España ante el peligro de desabastecimiento y que se tenga que interrumpir la actividad industrial durante el invierno, en un escenario que bien podría valer de guion para cualquier película de argumento distópico. 

La vicepresidenta Ribera ha pasado de ser un valor en alza y espejo en el que se miraba Pedro Sánchez a convertirse en la bicha a rehuir 

El caso de Ribera resulta paradigmático de los males que aquejan al Ejecutivo. La vicepresidenta, adalid de la lucha contra el cambio climático, de la que es consumada experta, de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) y la Agenda 2030, ha pasado de ser un valor en alza y espejo en el que se miraba el mismísimo presidente del Gobierno a convertirse en la bicha a rehuir. De poco le ha servido presumir de ser el azote del diésel para frenar la contaminación cuando España se queda sin ‘gasolina’ para la industria y las soluciones que se barajan resultan tan inanes como combatir el frío con pijamas de franela y Frenadol. Un reportaje de este fin de semana nos hablaba de una madre que se había provisto de cuatro bombonas de butano y 1.200 litros de gasoil por lo que pudiera pasar. 

La cosa no pasaría de mera anécdota con tintes berlanguianos si no fuera porque los expertos andan perdidos con la tormenta energética que azota España y con lo zigzagueante de su economía, que da muestras de una debilidad mayor de lo esperado. Además, la hoja de ruta esbozada por el Ejecutivo para la recuperación, promovida por Iván Redondo, el mismo que ve como futura presidenta a Yolanda Díaz, y articulada en torno a una mejora del consumo y los fondos europeos, se ha ido al traste por completo. Todo lo que podía salir mal está saliendo mal. Ni los dineros del Next Generation se vislumbran como la panacea.

Los datos del producto interior bruto están a años luz de lo deseado. No solo fuimos los que más caímos por culpa del coronavirus, sino que también estamos siendo los que más lentamente nos estamos recuperando. En vez de recortar distancias, nos encontramos cada vez más lejos de nuestros vecinos europeos. La economía de la eurozona ha alcanzado lo niveles que tenía antes de la pandemia, mientras España tiene un PIB todavía un 6,6% inferior. El siguiente gráfico resulta explicativo. La brecha, como se puede apreciar, va a más.

Los analistas se devanan los sesos por encontrar una explicación al enigma, fenómenos paranormales que tienen que ver con una situación inédita hasta ahora, la de la pandemia, que ha estresado la sociedad hasta límites insospechados y que obliga a replantearse los modelos hasta ahora vigentes. Que España se encuentre en el furgón de cola de la UE se puede deber a que se haya producido un deterioro del tejido productivo mucho mayor del que pensábamos, a una caída fuerte de las expectativas, seguramente por el alza de los precios, o a que el INE esté errando en sus cálculos, lo que, ‘excusatio non petita’, parece bastante evidente dados los últimos traspiés. Se puede deber a cualquiera de estos factores o a los tres juntos. 

También podría estar ocurriendo que la pandemia haya arrasado la economía sumergida, no aflorándola, sino destruyéndola por completo, lo que explicaría los malos datos del consumo. Porque finalmente no ha habido locos años veinte. Los ciudadanos españoles continúan ahorrando más que gastando. No se creen la recuperación ni tampoco a este Gobierno. El consumo de los hogares sigue un 8,3% por debajo de los niveles existentes antes de la pandemia y apenas ha crecido un 1,1% en el último año. “Si las familias, con la información disponible que tienen en cada momento, perciben que la situación económica tenderá a empeorar porque el Gobierno no es creíble, es seguro que no gastarán sus ahorros”, concluía Carlos Sánchez. 

A todo ello hay que añadir una inflación desbocada por los precios de las materias primas y la energía, una inflación que decían que iba a ser coyuntural, pero que no parece que lo vaya a ser tanto, y que combinada con problemas de desabastecimiento pone en un serio brete a Sánchez. Como dice Calderón, las crisis energéticas tumban más gobiernos que la corrupción.