ANDONI PÉREZ AYALA-EL CORREO

  • Lo único que quedará claro en la cita de Madrid es la reafirmación del protagonismo de la OTAN en el escenario europeo

La cumbre de jefes de Estado y de gobierno que está teniendo lugar estos días en Madrid bien puede ser calificada como una cumbre escénica, ya que su principal función no es otra que la de escenificar la presencia y el protagonismo de la OTAN en el momento actual. Si bien su celebración ya estaba prevista desde hace un año, los sucesos de los últimos meses, en especial la invasión de Ucrania (que obligó a realizar una cumbre extraordinaria en marzo en Bruselas) han proporcionado un relieve especial a esta cita que periódicamente reúne a los máximos mandatarios de los países de la Alianza Atlántica.

Mas allá de la escenificación propia de este tipo de eventos, que dado el número y la personalidad de sus participantes es lógico que conciten una especial atención, esta cumbre ofrece una buena oportunidad para algunas reflexiones sobre el papel que juega hoy la OTAN. Lo primero que habría que plantearse es qué utilidad les reporta a cada uno de sus integrantes (aunque puede preverse que no a todos por igual) la pertenencia a una estructura militar como la que engloba, bajo el liderazgo sin discusión del mando militar estadounidense, a la treintena de países que la integran.

Nacida en 1949 como un producto de la Guerra Fría, su evolución posterior hasta la década final del pasado siglo reflejó los avatares de las relaciones internacionales, en particular entre las dos superpotencias y los bloques militares que cada una de ellas capitaneaba. La desaparición de la URSS (1991) y del bloque que encabezaba abría un escenario nuevo en el que ya podía prescindirse de la política de bloques militares y, en consecuencia, hacía innecesaria la pervivencia de la OTAN; al menos si su justificación, como se nos decía, era la amenaza que para Europa representaban la URSS y el Pacto de Varsovia.

Sin embargo, no solo no se emprendió el camino de la disolución progresiva y ordenada, sino que la actividad que se desplegó fue en sentido contrario. Ya desde la década de los 90 del pasado siglo se inicia un proceso expansivo de la OTAN, que va a ir incorporando progresivamente a los países que antes integraron el bloque militar rival e incluso a algunos, como los bálticos, que formaron parte de la URSS y que hoy tienen frontera directa con el propio Estado de la Federación rusa.

No es ajena a esta deriva expansiva de la OTAN en las últimas décadas la situación creada en Ucrania, que también era objeto declarado de la expansión militar atlantista, como, por otra parte, han manifestado expresamente los propios dirigentes ucranianos. Lo que en ningún modo justifica la decisión del Kremlin de invadir Ucrania, que debe ser rechazada y condenada de forma clara y rotunda, sin ninguna ambigüedad. Pero pretender proseguir, con la incorporación de Ucrania, el periplo expansivo de la OTAN hasta las mismas puertas de Rusia no parece una actitud muy prudente; más bien se asemeja a lo que se suele llamar ‘jugar con fuego’ y es sabido que este tipo de juegos siempre tienen el riesgo de provocar incendios.

En este contexto, la cumbre de la OTAN en Madrid se plantea, de acuerdo con la información transmitida, la definición del ‘nuevo concepto estratégico’, lo que es una buena muestra de la retórica escénica que suele acompañar a este tipo de eventos. Mayor interés tiene la voluntad expresamente manifestada por los representantes más cualificados de reforzar la capacidad militar de la OTAN, en especial en los países del Este europeo, que se configura como el espacio de atención preferente en estos momentos de acuerdo con la prioridad de objetivos fijada por el mando norteamericano, el único que tiene la posibilidad de hacerlo.

Cabe preguntarse si este reforzamiento militar de la OTAN en el área centrooriental europea, con el consiguiente fortalecimiento de la posición de EE UU en Europa, es acorde con el proyecto, tantas veces proclamado en la UE, de contar con un sistema de defensa propio que evite tener que depender de la ayuda extraeuropea. O, más bien constituye una vía para afianzar, más aún, la posición de liderazgo norteamericano, no solo en la estructura militar de la Alianza, lo que es una obviedad incontestable, al tiempo que supone un serio obstáculo para poder desarrollar un sistema de defensa europeo autónomo, también en relación con Washington.

Como es común a todas los eventos de este tipo, esta cumbre tiene una funcionalidad escénica, realzada por la coyuntura a causa de la situación bélica en Ucrania. No es previsible que vaya a haber ningún cambio sustancial en relación con las posiciones ya conocidas. Lo único que va a quedar claro es la reafirmación del protagonismo de la OTAN en el escenario europeo -esta es la función principal de la cumbre- y la explicitación, por si había alguna duda, de la voluntad de proseguir la deriva expansiva que ha venido manteniendo en estas tres últimas décadas.